Una declaración reciente del cardenal Robert Sarah abre puertas a la reflexión.
Redacción (17/09/2020 10:25, Gaudium Press) Algo muy delicado con respecto a la verdad, es que hay que decirla en el momento adecuado.
Cuando se trata de la doctrina de la Santísima Trinidad, por ejemplo, a veces es incluso increíble descubrir que ¡la Iglesia tardó casi 300 años, desde su fundación, en proclamar oficialmente la divinidad de Jesucristo!
La mayoría de los fieles nunca dudaron de esta verdad, por supuesto. Pero fue necesario tener un oponente, un hereje – en este caso, Arrio – que cuestionase lo que nadie dudaba, o tal vez incluso, sobre lo que casi nadie pensaba: ¿Jesucristo es Dios?
Bueno, el caso es que – gracias a Dios – hubo un San Alejandro y un San Atanasio que se enfrentaron a la fiera y esclarecieron las conciencias, derrocando al enemigo, mientras era el momento… Hoy, Arrio ya no representa nada.
Pero como enseña el Eclesiastés, hay un tiempo para todo…
Hace unos días, el cardenal Sarah hizo una declaración (sobre esto, ver: Covid-19: es hora de volver a la misa presencial, dice el Vaticano) , animando a los fieles a asistir a la misa en persona, “sin limitaciones que vayan más allá de lo que prevén normas de higiene dictadas por autoridades públicas y obispos”, afirmando la necesidad de volver a la normalidad de la vida cristiana, sin improvisados experimentos rituales (refiriéndose, por supuesto, a las misas a través de internet u otros medios de comunicación). Estas misas “virtuales” son ciertamente necesarias para paliar los efectos de la imposibilidad de asistir personalmente a la misa dominical. Sin embargo, las misas «virtuales» no son «reales».
La exhortación del purpurado es ciertamente útil para dar un choque de realidad a muchos fieles. De hecho, en gran parte del orbe, después de casi medio año de confinamiento, muchos simplemente adoptaron una especie de “religión virtual”.
Como sabemos, el hombre vive de hábitos. Y el hábito de no ir a misa conduce a un debilitamiento de la vida sacramental, con todo el daño que esto puede causar. Es claro que los fieles están volviendo gradualmente a los sacramentos. Pero no todos… Y esto se debe precisamente a un círculo vicioso, ya que los sacramentos mantienen el alma en estado de gracia y en posesión de las virtudes infusas. Pero si la pereza, el comodismo, el miedo, los sofismas morales, etc. ya tomaron cuenta del alma, ¿cómo convencerse de volver a misa? Triste realidad que la Iglesia tendrá que afrontar en este período pos-pandémico.
Aún no conocemos el alcance de los efectos de las declaraciones del eminente cardenal. Pero ya sabemos cuáles son los efectos, incluso por razones altamente justificables, que pueden provocar el cierre de iglesias en el alma de los fieles. Sin embargo, ¡la esperanza es nuestra ancla! (Hebreos 6.19). Y la historia de la Iglesia nos enseña que, con mucha frecuencia, hay una renovación de la fe, después de un período de tormenta, según la famosa frase del Apóstol: “Donde crecía el pecado, abundó la gracia” (Rom 5,20). ¿Cuándo se producirá este cambio de rumbo? Aún no lo sabemos. Lo cierto que es que no sucederá sin el auxilio de la gracia, ni sin la fuerza de los sacramentos…
Por Oto Pereira.
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