En este tiempo pascual pensemos en el altísimo valor de la gracia redentora, comprada a precio de durísima pasión y co-pasión.
Redacción (10/04/2023 22:25, Gaudium Press) Acabamos de celebrar los misterios de nuestra redención, y es bueno en este momento –para prolongar y estabilizar las gracias pascuales– profundizar en qué fue lo que Cristo ‘compró’ para nosotros con su dolorosa Pasión y Crucifixión, que fue un regalo tan inmenso, que no nos alcanza la vida para pagarlo.
Nos recuerda el eminente P. Royo Marín que es doctrina católica la afirmación de que “Cristo-hombre mereció para todos los hombres procedentes de Adán absolutamente todas las gracias que han recibido o recibirán de Dios, sin excepción alguna”. [1]
Pasión que compró la gracia
En efecto, y como sentencia el Concilio de Trento, Jesucristo “nos mereció la justificación por su pasión santísima en el leño de la cruz y satisfizo por nosotros a Dios Padre” (D 799) de toda la deuda que el género humano había contraído con Él por sus muchos pecados.
Es de la gracia ‘comprada’ a precio de sangre por Cristo-Cabeza del Cuerpo Místico –la Iglesia– que esa gracia desciende y vivifica a todos los miembros de ese Cuerpo, que estén unidos a Él, justificándolos, es decir haciéndolos justos, merecedores de la vida eterna. Sin la gracia de Cristo, pagada con sangre, dolor y lágrimas, solo tendríamos abiertas las puertas del abismo y no las del cielo:
“Como ya dijimos en su lugar correspondiente, Cristo poseyó la gracia no sólo como hombre particular, sino también como cabeza de toda la Iglesia, de suerte que todos están unidos a Él como los miembros con su cabeza y forman junto con Él una sola persona mística. A causa de esto, los méritos de Cristo se extienden a todos los demás hombres en cuanto que son miembros suyos, de igual suerte que en cualquier hombre la acción de la cabeza pertenece en cierto modo a todos sus miembros, pues todos participan de su actividad sensible”, expresa Santo Tomás. (III 19,4; cf. 48,I)
Sin embargo, esta irrigación de la gracia de Cristo-Cabeza de la Iglesia hacia los miembros de la Iglesia no se dio o da de forma automática, sino que “así como el pecado de Adán no se transmite a los demás sino por vía de generación carnal, de igual forma los méritos de Cristo no se comunican a los demás hombres más que por vía de generación espiritual, que tiene lugar en el bautismo”, [2] que es el medio por el cual el ser humano se “hace miembro vivo de Jesucristo, [se] le imprime el carácter de cristiano y [se] le incorpora a la Iglesia”, [3] Iglesia que es el ‘Cristo-Total’.
Cristo instituyó unas ‘mediaciones’ para la unión con Él
La vida del cristiano, pues, no debe ser otra cosa sino la búsqueda de una cada vez mayor incorporación en este Cristo-Místico, que es la Iglesia, hasta el punto de llegar a decir con San Pablo “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2, 20).
Para esta incorporación del hombre en el Cristo-Místico –y en sentido contrario a lo querido por Lutero– Dios instituyó unas ‘mediaciones’, que atendiendo a la naturaleza espiritual-corpórea del hombre, tienen también un carácter sensible:
Lutero reduce “al máximo la mediación de los signos externos; de ahí el mínimo aprecio que siente por la naturaleza humana de Jesucristo y, en consecuencia, por la Iglesia como institución externa y por los sacramentos como signos sensibles”. [4] Nosotros, los que queremos ser auténticos seguidores de Jesucristo, por el contrario, valorizamos a la Iglesia-Cristo Total como mediación para alcanzar la vida de la gracia, la misma vida de Cristo: “La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. (Lumen Gentium, 1)
La Virgen Santísima, es –por su posición dentro de la Iglesia como de ‘cuello’ de ese Cuerpo Místico– una ‘mediación’ para la incorporación del hombre en el Cristo-Cabeza, en su papel único de “dispensadora de cada una de las gracias” [5], y en su papel de “Madre de Dios Hijo” y de “madre de los miembros (de Cristo), … por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza”. [6]
Son mediadores para sus discípulos también los fundadores, esas cabezas de “familias de almas, cuerpos u órganos místicos dentro del gran Cuerpo Místico de la Iglesia”, [7] quienes particularmente a través de sus carismas, que son “dones peculiares [dados por el Espíritu Santo] a los fieles” (Apostolicam Actuositatem, 3), actúan junto con el ministerio ordenado y los Sacramentos en la “santificación del pueblo de Dios” (Apostolicam Actuositatem, 3), haciendo de los depositarios de los carismas también “‘administradores de la multiforme gracia de Dios’ (1 Pe., 4,10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16)” (Apostolicam Actuositatem, 3).
Estos carismas deben ser ejercitados “para bien de los hombres y edificación de la Iglesia, ya en la Iglesia misma, ya en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo, que ‘sopla donde quiere’ (Jn., 3,8)”, (Apostolicam Actuositatem, 3), en unión con los pastores. Carismas que son dados a los fundadores, que pueden ser también “los clérigos (diáconos, presbíteros y obispos), que son cristianos con los mismos derechos y deberes fundamentales”, [8] y que en el caso de los carismas fundacionales deben ser asumidos por sus familias de almas, ‘órganos místicos’ al interior de la Iglesia, “con fidelidad [a] la mente y propósitos de los fundadores” (Código de Derecho Canónico, Can. 578). De hecho, a los fundadores se les ha concedido un don que es un tipo de “carismas de vigencia permanente” y que “abierto el camino renovador por ellos, otros varones y mujeres recibirán posteriormente una gracia especial, un carisma, que podríamos llamar subordinado, por el cual ponen permanentemente al servicio de la comunidad el carisma fundacional”. [9]
Fundadores, otros Cristos
Entre tanto, “si cristianus alter Christus, el Fundador no será tratado de forma diferente a Aquel que fue crucificado por hacer el bien”, [10] ni por parte de los hombres, ni por parte de Dios, pues al final, aunque cada fundador esté llamado a reflejar y manifestar una luz particular de la vida, de la enseñanza y de la Persona de Jesús [11], ellos “han sido llamados a seguir a Cristo”, y “es Cristo, es el Cristo total, a quien los Fundadores religiosos se sienten llamados a revivir, a configurarse con Él. […] De modo que cada Fundador religioso puede afirmar que la obra por él fundada no es más que la continuación de la misma obra de Cristo: continuación de su misma misión salvífica”. [12] “El Fundador es quien ha hecho la experiencia decisiva del encuentro con Cristo y quien se convierte en el intermediario para que los demás, encontrándose con él, también sientan el llamado a seguir a Cristo en una compañía”. [13].
Bautismo, inicio de la pasión y resurrección del cristiano
Es el bautismo el que nos introduce en la muerte y resurrección de Cristo, haciendo nacer en el bautizado un hombre nuevo ‘cristificado’: “El bautismo significa la participación del cristiano en la muerte y en la resurrección de Cristo en toda su plenitud, y tiene poder para producirla; pero no significa expresamente que se realice ese efecto en aquel momento según toda su extensión y perfección. En la Iglesia, que lo realiza y administra como signo y como instrumento de la actividad salvífica de Cristo, existe más bien la intención de significar algo que comienza en aquel momento y que tendrá que desarrollarse durante toda la vida del cristiano”. [14]
Es claro, entre tanto, que en el caso de los discípulos, ellos participarán en la muerte y resurrección de Cristo de acuerdo a la modalidad del Fundador:
“El carisma del fundador y de la fundadora, una vez compartido en su camino histórico se convierte en carisma del Instituto. Con este término puede entenderse el desarrollo de la virtualidad genética contenida en el carisma del fundador o de la fundadora” [15] dice Fabio Ciardi.
Analogías con la co-pasión de la Virgen
Pero la relación con el Fundador, para los discípulos, puede ser incluso más profunda que un mero compartir de vías, si se hace una analogía con el caso de la Virgen.
Dice el P. Royo Marín que “Dios, en efecto, habría podido perfectamente aceptar como precio de nuestro rescate las solas satisfacciones y méritos de Cristo, por ser de valor infinito, sin exigir que se uniesen a ellos las satisfacciones y méritos de María. Estos no son, pues, absolutamente necesarios, pero los son hipotéticamente, o sea, en la hipótesis –que para nosotros es una tesis– de que Dios lo ha dispuesto así, constituyendo también las satisfacciones y méritos de María como precio de nuestro rescate en unión a las satisfacciones y méritos de Cristo. (…) En una palabra: en la economía de nuestra salvación no hay un Corredentor y una Corredentora, sino un solo Redentor y una Corredentora. En tal sentido puede decirse que la cooperación de la Virgen es parte integral de nuestra Redención”. [16]
Esta participación correndentora de la Virgen, Dios la quiso “no para añadir nada a los méritos y satisfacciones de Cristo; no para completarlos, sino por la armonía y la belleza de la obra redentora. Como nuestra ruina había sido obrada no por Adán, sino por Adán y por Eva, así nuestra reparación debía ser realizada, según el sapientísimo decreto de Dios, no sólo por Cristo, nuevo Adán, sino por Cristo y María, por el nuevo Adán y por la nueva Eva. Con la Corredentora, algo divinamente delicado, tierno, amable, entra en la obra grandiosa de la redención del mundo”, [17] afirma el P. Royo Marín.
Entonces, si bien es cierto que “la pasión de Cristo es causa satisfactoria, en sentido formal y vicario, de los pecados de todos los hombres; o sea ofreció al Padre una reparación universal, sobreabundante, intrínseca y de rigurosa justicia por los pecados de todos los hombres”, [18] no es menos cierto que “por el misterio de su compasión al pie de la cruz, la Santísima Virgen María, en estrecha dependencia y subordinación a la pasión de Cristo, ofreció también al Padre una satisfacción universal e intrínseca; pero insuficiente y finita, aunque dignamente proporcional”, [19] afirmación esta que el P. Royo califica de “doctrina cierta” en teología.
Y si bien es cierto que “la pasión y muerte de Jesucristo en la cruz tienen razón de verdadero sacrificio en sentido estricto” [20] reparador del pecado, no es menos cierto que “los inmensos dolores de María, sobre todo los de su compasión al pie de la cruz de Cristo, tienen razón de verdadero y auténtico sacrificio, enteramente subordinado al de Cristo Redentor y en forma análoga y proporcional”. [21] Este sacrificio redentor de Cristo, hace que le otorguemos “el carácter o título soteriológico (ndr. salvífico) principal y esencial de Cristo [que] es el de Cabeza de los hombres, [siendo] el carácter o título con-soteriológico esencial y principal de María es el de Madre de los hombres”. [22]
Además, “como la infinita gracia habitual individual derivada de la unión hipostática constituye formalmente la capitalidad de Cristo, así la gracia llena de María, demandada por su divina maternidad y procedente de la infinita gracia de Cristo, constituye formalmente su maternidad espiritual”. De forma tal que se puede afirmar que “como la gracia de Cristo es y se llama gracia capital, la gracia de María es y se llama gracia maternal”. [23]
¿Gracia maternal de los fundadores?
Teniendo lo anterior como presupuesto, y pensando en que, como se dijo arriba, hay una especie de “virtualidad genética contenida en el carisma del fundador”, otorgándole una característica de maternidad y paternidad espiritual (subordinadas a Cristo y María) con relación a una familia de almas, ¿no sería arquitectónico que en la secuela de Cristo y de acuerdo a la ‘arquitectonía’ divina –que dispuso para María-Madre de la Iglesia una co-pasión– el fundador o fundadores deberían pasar también por una especie de co-pasión que sería como la satisfacción específica unida a la satisfacción total de Cristo y a la subordinada de María para la obtención de las gracias específicas destinadas a la configuración de su familia de almas?
La sufrida vida de los santos fundadores parecería confirmar esa intuición.
Y no sería argumento en contra la existencia de malos fundadores, que o son óbice para el florecimiento del carisma forzando el anquilosamiento de la fundación, o deben ser sustituidos en su carácter sacrificial por algunos de los primeros receptores del carisma fundacional, en función de la obtención de las gracias específicas de la fundación.
Teniendo en cuenta lo anterior, se percibe también que los primeros receptores del carisma estarían llamados también a ejercer una función de co-maternidad espiritual con relación a las generaciones posteriores de discípulos, permitiendo que en ellos el carisma del fundador florezca, se explicite y se defina en toda la diversidad a la que está llamado para configurar ese espíritu esencial inicial de la fundación. Pero esta co-maternidad, también tendría como corolario una participación especial en la co-pasión del fundador, a la que los discípulos se deberían prestar solícitos.
En fin, confianza: todo seguidor de Cristo debe seguirlo –según su vocación– en su pasión, para alcanzar la redención. Pero contamos con el auxilio para ello de la gracia de Cristo-Cabeza y la gracia materna de la Virgen. Pidámoslas.
Por Saúl Castiblanco
____
[1] Royo Marín, A. Jesucristo y la Vida Cristiana. BAC. Madrid. 1960. p. 322.
[2] Ídem, p. 323.
[3] Royo Marín, A. Teología de la Perfección Cristiana. 7ma. Ed. BAC. 1994. p. 438.
[4] Arnau-García, R. Tratado General de los Sacramentos. BAC. Madrid. 1994. p. 134.
[5] Robichaud, A. María dispensadora de todas las gracias. En: Mariología. Carol, J.B. BAC. Madrid. 1964. pp. 836-837.
[6] San Agustín, De s. virginitate 6: ML 40, 399. En: Royo Marín, A. La Virgen María – Teología y espiritualidad marianas. BAC. Madrid. 1968. p. 239.
[7] Morazzani Arráiz, S. Hacia una identidad del Carisma de los Heraldos del Evangelio. UPB. 2019. p. 13
[8] Vela, L. Dialectica eclesial: Carismas y Derecho Canónico. Estudios Eclesiásticos. Revista de investigación e información teológica y canónica 65, no. 252 (enero 1, 1990): 19-57. Accedido abril 10, 2023. https://revistas.comillas.edu/index.php/estudioseclesiasticos/article/view/17196.
[9] Ídem.
[10] Morazzani Arráiz, op. cit. p. 35.
[11] Cf. Álvarez Gómez, J. La vida religiosa como respuesta a las necesidades de la Iglesia y del mundo. Vida Religiosa 50, nº 6 (nov. 1981): p. 453 in Morazzani Arráiz, op. cit. p. 41.
[12] Álvarez Gómez, J. op. Cit. pp. 450-451.
[13] Ciro Mezzogori, “Vocazione sacerdotale e incardinazione nei movimenti ecclesiali. Una questione aperta” (tesis doctoral, Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, 2012), p. 66 in Morazzani Arráiz, op. cit. pp. 56-57.
[14] Aguilar Sebastián, F. La vida de perfección en la Iglesia. Madrid. 1963. pp. 174-175. In: Royo Marín, A. La Vida religiosa. 2da. Ed. BAC Madrid. 1968. pp. 182-183
[15] Ciardi, F. In ascolto dello Spirito. Città Nuova editrice, Roma, 1996, p. 58.
[16] Royo Marín, A. La Virgen María – Teología y Espiritualidad Marianas. BAC. Madrid. 1968. p. 153
[17] Ídem.
[18] Ibídem, p. 164
[19] Ibídem, p. 166.
[20] Ibídem, p. 168.
[21] Ibídem, p. 170.
[22] Cf. Llamera, P. La maternidad espiritual de María: Estudios Marianos 3 (1944) p. 128-52 in Royo Marín, A. La Virgen María – Teología y Espiritualidad Marianas. op. Cit. p. 161.
[23] Cf. Llamera, P. op. Cit.p. 152-54, 157-58 in Royo Marín, A. La Virgen María – Teología y Espiritualidad Marianas. op. Cit. pp. 161-162.
Deje su Comentario