San Pedro, que renegó y luego penitente, roca y columna. San Pablo, primero perseguidor, luego penitente, fuego y también columna.
Redacción (29/06/2023 10:04, Gaudium Press) Hoy es la solemnidad de los Apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia.
Pedro, el galileo, el hermano de Andrés, el pescador primero de peces y luego de hombres por llamado divino. Primero Simón, pero después Cefas, roca, piedra, la piedra sobre la cual se levantaría la Iglesia. El hombre de fe vibrante, que reconoció pronto que el Señor era el único camino, aunque no lo entendiera siempre.
Sí, Pedro, que un día fue presuntuoso y por presuntuoso traidor, que negó al Señor tres veces antes de que cantara el gallo a pesar de que Cristo se lo había advertido. Pero también el Pedro penitente, que según la tradición lloró toda su vida su traición, y confió desde entonces no más en sus propias fuerzas sino en el auxilio de Dios y su Madre Santísima. Un arrepentimiento, como decía el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira, calmo, filial, confiante, pero lúcido, varonil y profundo, con el recuerdo de su pecado siempre en su mente, arrepentimiento que lo llevo al cielo. Un arrepentimiento que lo tornó columna perenne de la Iglesia.
San Pablo, el fariseo de Tarso, el apóstol de fuego
Y San Pablo, el fariseo de Tarso, el discípulo del sabio Gamaliel. Saulo, el perseguidor de los cristianos, que se delició como los lobos a la muerte del ángel San Esteban.
Que como un lobo que no se saciaba con la sangre derramada, iba camino a Damasco a seguir bebiendo de los mártires cuando fue derribado por Jesús. Su rápida inteligencia iluminada por la gracia rápidamente reconoció al Señor, reconoció su desvío, ama lo que había odiado y se entrega a Él, transformándose en el coloso que regó la semilla del cristianismo por los pueblos gentiles que esperaban su rocío salvador.
San Pablo, hombre de fuego, en el que Cristo fuego vivía pues ya no era más él, sino Cristo viviendo en él; que enfrentó las distancias, el poder de los demonios, las piedras de los mediocres, de los impíos; que confrontó a los judíos recalcitrantes de las sinagogas, que incluso en su celo enfrentó humilde pero decidido en Antioquía al propio San Pedro, ocasión en la que – como también decía el mismo Prof. Plinio Corrêa de Oliveira – el uno dio muestra de celo y el otro de grandísima humildad. Al final triunfó la opinión de San Pablo, que termina de abrir las puertas de la salvación y del evangelio a todos los gentiles, a todos nosotros.
Pablo, el apóstol de la espada, que enfrentó sabio y astuto a los filósofos de Atenas, que despreció la corrupción de Corinto, los disturbios de Éfeso, al tribunal judío que lo quería matar en Jerusalén y al que con su astucia confundió. Que llevó la fe a Macedonia, a Roma, casi que al mundo entero. Si Pablo hubiera vivido más, prende fuego al mundo entero. El gran San Pablo.
Tal vez el martirio de los dos grandes apóstoles ocurrió por la misma época.
Pero si ambos fueron unos colosos, es porque Cristo vivió en ellos, a ruegos y por la mediación de María Santísima. Roguemos a ella la glorificación de esos apóstoles; roguemos a Ella la glorificación de la Iglesia de la cual son columnas, y pidamos a María Santísima que en los conturbados días de hoy, la Iglesia resurja cual tierna niña, con todo su poder salvífico, de mano de nuevos apóstoles, los apóstoles de los últimos tiempos de San Luis María de Montfort, alimentados del seno de la Virgen, cuidados en su regazo, que repitan y hasta superen en nuestros días la obra insigne de las columnas de la Iglesia, San Pedro y San Pablo. (Saúl Castiblanco / Gaudium Press)
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