Luz Primordial de todos y cada uno, esa chispa divina que debe brillar.
Redacción (16/03/2024 10:10, Gaudium Press) A mediados del siglo pasado, en el inicio de unas reuniones llamadas MNF (Manifiesto), en las que el profesor Plinio Corrêa de Oliveira iba introduciendo conceptos nuevos —creando así una especie de corpus doctrinae para uso de la obra que fundaba—, él comenzó a hablar de algo a la manera de una ‘Cámara Oscura’ existente en nuestro espíritu, de la cual surgirían las tendencias del hombre, una especie de lugar profundo donde iniciaba el manantial del alma humana.
Cavar hasta la Cámara Oscura sería como si pudiésemos llegar al lugar donde nace la fuente que después brotará en la superficie; algo medio parecido con lo que San Juan de la Cruz designaba como el “más profundo centro” del alma.
De esa recámara brotarían las tendencias, las inclinaciones, tanto las más sublimes cuanto las fuertemente afectadas por el pecado original. Estaría la tendencia a la belleza absoluta, y a unirse con Dios a través de la “Luz Primordial”, pero también las tendencias a hacer del placer sensible el fin absoluto de la vida, la tendencia a la concupiscencia.
A su vez, la Luz Primordial eran esos aspectos de Dios en los que Él más había habilitado al alma de cada hombre para que por ahí lo amara. ¿Por qué me gusta más la esmeralda que el zafiro o el diamante? ¿Por qué prefiero los hechos de la vida de tal santo a los de este otro? ¿Por qué privilegio comer un helado a abanicarme con el viento? Pues porque tengo cierta ‘luz primordial’, única, característica.
Tal inclinación a esa especial admiración de ciertas cualidades de Dios, teñiría con un color especial las potencias del alma, las facultades sensibles, la inteligencia y la voluntad: la persona manifiesta una especial sensibilidad a ciertas cosas y no tanto a otras, lo conmociona el esfuerzo de un padre que lucha para sacar adelante su familia, pero no es tan rápidamente movido a la compasión hacia un mendigo. O lo contrario. Asimismo, la luz primordial tiñe y direcciona la inteligencia en cierto sentido: la persona se siente inclinada a aplicar su razón en conocer ciertas cosas, le gusta la Historia o prefiere la Literatura, y otras cosas no tanto. A este niño le interesa saber cómo se disecciona una rana, mientras que a otro le repugna eso y busca mejor conocer las peculiaridades de las estampillas históricas de cada país. Y siendo así influida la inteligencia, la voluntad va detrás, buscando y creando las ocasiones propicias para que se satisfaga la luz primordial.
El correcto desarrollo del hombre debería ser en la línea de la expansión de su luz primordial, que en algunas ocasiones el Dr. Plinio llamó de “estrella” interior: esa luz interior está llamada a crecer, a expandirse, a poner en acto toda su potencialidad. La Luz Primordial es en el fondo un posible de Dios, que Dios puso en cada alma, y que cada uno está llamado a que se vuelva realidad. En ese sentido, somos chispa divina llamada a brillar.
Pero esa luz interior está especialmente en la Cámara Oscura. Empleaba él la expresión alemana Urwald, selva virgen, que contraponía a Wald, que es más bien un bosque común, ya no tan salvaje. En el Urwald se cocinaría lo que después surgiría en el Wald, el Urwald civilizado es el Wald.
El Urwald, la Cámara Oscura, son algo así como nuestro Amazonas, lleno de riquezas, pero salvaje, en penumbra, pleno de bichos corriendo de un lado a otro, saliendo también en las noches, con guacamayos maravillosos multicolores de día, con leopardos de pieles moteadas de seda, también con sus fieras y nocturnas panteras negras y sus anacondas. Alguien me dijo que no sé qué mística, tal vez Anna Catalina Emmerich, habría dicho que en esas selvas había riquezas inimaginables, reservadas para épocas futuras. En el Urwald están las minas de nuestras riquezas.
Pero ocurre que, decía el Dr. Plinio, justamente las anacondas y las panteras negras de nuestra Cámara Oscura de vez en cuando hacen destrozos, atacan en las sombras de la noche o se enroscan en nuestro cuerpo triturándonos los huesos. Esto lo hacen, comentaba el profesor brasileño, creando los ‘falsos absolutos sensibles’. Expliquemos un poco como es eso.
En vía contraria a las tendencias del ecologismo actual, el proceso civilizador de la psicología del ser humano es que la Selva Virgen oscura y tupida se vaya transformando en una campiña ordenada, podada, sanamente cultivada, con sus riquezas bien aprovechadas. Mucho mejor y más bello que una mina de cristales de cuarzo y de amatista, sería que esos nobles materiales se transformasen en una linda catedral gótica de cristales y tonos violetas o morados, con cúpulas y torres que recogieran la luz del sol y luego la refractasen en brillos multicolores. Mejor que una bandada de guacamayos que vuela a cincuenta metros arriba del techo creado por las ramas de los árboles, es que hiciésemos unos vistosos criaderos a la manera de castillos para esos bichos magníficos, para solaz del hombre y beneficio de esas aves.
El Amazonas podrá ser muy rico y atrayente, pero a mí no me gustaría perderme en el también por veces siniestro Amazonas. Diferente sería extraviarse en los dorados campos de trigo del palacio de Chambord, o las dulces praderas de lavanda de la Provenza.
Pero lo peor del Urwald es que allí se da la más peligrosa sensación que puede perjudicar el alma del hombre, según decía el Dr. Plinio: ahí es donde el placer sensible puede tomar las apariencias de Absoluto. Sería como si viviéramos al lado del río Amazonas, lanzásemos todos los días una cuerda con un gusanito que acabamos de atrapar, y rápidamente sacásemos un gordo, gris y rayado bagre, que enseguida atravesamos con un palo. Ya tendríamos listo un rudimentario fogón de piedras para que el pescado se cocinase, lo que en breve se consigue, y ¡listo!, creyésemos así que todas nuestras necesidades estarían atendidas, sin mucho esfuerzo: barriga llena, corazón contento…
Entre tanto, esto es falso, porque nuestro ser, también allá en el Urwald, sigue clamando por infinito, ansía un buen viudo de capaz, servido en su hoja de plátano, bien adobado con cebolla y tomate y algunas especias, pero también gustaría de probar el potente salado caviar de los huevos de esturión, o una rosada langosta preparada en pura mantequilla que vuelve a la carne mantequilla; nuestro paladar seguiría teniendo también sed de Absoluto, de Infinito, porque nuestro ser sigue teniendo sed de Dios. El falso absoluto sensible va generando malestar en quien lo toma como lo que no es, porque se le está pidiendo peras al olmo, porque le está pidiendo ser Néctar de la Vida a lo que no es sino un agua prefigura del ansiado Elíxir.
No, lo que hay que hacer es que nuestro Amazonas se vaya transformando en campo de lavanda de la Provenza, o en sorpresiva y civilizada campiña inglesa, o en exuberante jardín tropical de heliconias y orquídeas con personalidad, de acuerdo a cada Luz Primordial, porque estos jardines cultivados nos hablan más de Dios, sacian en algo nuestra sed de Dios, aunque a la vez sigan dándonos nostalgia de Dios, puesto que no son Dios.
A la selva virgen de nuestro espíritu hay que civilizarla, clarearla, ordenarla.
El correcto Proceso Humano es que la tendencia que parte del Urwald llegue hasta el Absoluto, pasando también por la belleza y embellecimiento de las cosas creadas. También por el embellecimiento de nuestro propio ser, de acuerdo a nuestra estrella interior.
Pero no nos engañemos: esto solo se hace con esfuerzo y con la gracia de Dios. Yendo a misa.
El primer paso para construir la catedral de amatistas y cristal de nuestra Luz Primordial, es juntar las manos para rezar. Porque si no, nos devoran las panteras, nos trituran las anacondas.
Por Saúl Castiblanco
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