Una de las primeras mujeres científicas del CSIC, Pilar Aznar vivió entre microscopios y oraciones. Su historia desmiente el mito de que la fe y la ciencia no pueden ir de la mano.
Foto: Religión en Libertad
Redacción (18/06/2025 12:03, Gaudium Press) María del Pilar Aznar Ortíz (1914-2005), fue una mujer que brilló tanto en el mundo de la ciencia como en la vida espiritual. No es menor, decir que ella fue la primera científica profesional en España, que se destacó por su trabajo en microbiología dentro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Pero la vida de esta aplicada investigadora, también resalta en materia de fe, enfocada hacia una tierna devoción al Cristo de Medinaceli, al que visitaba todos los días al ir y al volver de su trabajo.
Contemos algo de su historia.
La profesión de científico sin carga docente —es decir, sin necesidad de dar clases— surgió en España en 1945 con la creación de las plazas de Colaborador Científico dentro del CSIC. Estas plazas exigían dedicación exclusiva al trabajo científico y fueron fundamentales para consolidar la Carrera Científica en España. Fue precisamente en este nuevo ‘trono de la ciencia’ en el país ibérico, donde Pilar Aznar se convirtió en la primera mujer en ganarlo por concurso-oposición, tomando posesión de su plaza el 21 de junio de 1946.
Desde muy joven, Pilar estuvo rodeada por un ambiente familiar católico y artístico. Su abuelo, Francisco Gregorio Aznar García (1831-1911), fue un prestigioso ilustrador y profesor en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su padre, Rafael Aznar Sanjurjo, arquitecto, construyó la Fábrica Militar de la Marañosa, lugar donde Pilar tuvo su primer acercamiento al mundo científico gracias a un químico de la planta.
Pilar cursó sus estudios de bachillerato en el Instituto Escuela y obtuvo el título de licenciada en Farmacia en 1941. Poco después, entró en contacto con el CSIC bajo la dirección de Juan Marcilla Arrazola, ingeniero agrónomo, enólogo y católico fervoroso. Fue él quien la introdujo en la investigación científica seria, dentro de una comunidad donde la fe católica y la ciencia caminaban de la mano.
Pionera en la microbiología española y referente femenino en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas
Desde el CSIC, Pilar se dedicó a la microbiología, centrando sus estudios en la producción de levaduras para uso alimentario y animal, así como en la influencia de agentes físicos como la luz ultravioleta sobre bacterias. También investigó la bioquímica de los vinos de Jerez. Su tesis doctoral fue defendida en 1945.
Sus investigaciones fueron reconocidas internacionalmente.
Propuso nuevos métodos de análisis a la Oficina Internacional de la Viña y el Vino (OIV), y publicó sus resultados en revistas famosas como Microbiología Española y Trabajos del Laboratorio de Biología, Santiago Ramón y Cajal, ambas bajo el auspicio del CSIC. En 1946 fue una de las pocas mujeres fundadoras de la Sociedad Española de Microbiología (SEM).
Fe y ciencia en armonía
Pero Pilar no era solo una mente brillante. Su corazón pertenecía enteramente a Dios.
Durante toda su vida se escribió con los capuchinos de la basílica del Cristo de Medinaceli. Ella vivía cerca de la basílica del Cristo de Medinacelli, en Madrid. De ese Cristo Pilar era tan devota, que allí iba a orar todos los días, al inicio y al final de su jornada de trabajo.
El Cristo de Medinacelli, que representa a Jesús cuando es presentado ante Pilatos, De cabello oscuro y tez morena, tiene un rostro compungido, sereno y majestuoso. Sus ojos son tristes, miran hacia abajo. Sus brazos están cruzados, y las manos amarradas, nos indican que ahí Él es prisionero. La corona de espinas, de ramas doradas, tiene sabor a corona de rey sufriente. Era ante este Cristo, que Pilar Aznar se arrodillaba día a día.
También se carteaba con comunidades religiosas de Bilbao, San Sebastián, Tudela, Zaragoza y Gijón, y congregaciones como las Hijas de María Inmaculada de Logroño o las Adoratrices Esclavas del Santísimo de San Sebastián. También fue miembro de los Jóvenes de Acción Católica y Esclava de Nuestra Señora de la Almudena, sosteniendo a la Iglesia con generosas limosnas.
Estuvo a punto de ingresar en la Orden Tercera Franciscana, y su religiosidad era tan firme como su vocación científica. En ella no existía contradicción entre ciencia y fe, mostrando que ambas pueden florecer en armonía.
Su memoria ha sido rescatada gracias al cariño de su familia, especialmente de su sobrino Joaquín Aznar Mendiola, quien donó su archivo personal al Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC. Gracias a este gesto, el testimonio de Pilar sigue inspirando a nuevas generaciones de estudiosos cristianos, recordando que el corazón de una científica también puede latir al ritmo de la oración.
Con información de ReligiónEnLibertad
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