domingo, 24 de noviembre de 2024
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Plinio Corrêa de Oliveira, la parlanchina iglesia de neón y la dulce iglesia de los colores de Fra Angélico

Hace unos días fui a la iglesia de mi barrio, que gracias a Dios y la Virgen tiene un párroco celoso…”

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Redacción (19/02/2023 14:01, Gaudium Press) Hace unos días fui a la iglesia de mi barrio, que gracias a Dios y la Virgen tiene un párroco celoso, hombre culto y medio chapado a la antigüa, algo que creo hay que procurar y agradecer en estos días confusos de ‘McElroys’ que corren.

Pero una vez más, a la entrada, unas queridas damas –muy aseñoradas, de esas que muy probablemente me precederán de lejos en el Reino de los Cielos por su real virtud manifiesta– se encontraban en plena tertulia no tan discreta y silenciosa, ya no en el atrio sino en el zaguán del templo, interrumpiendo el necesario aquietarse del espíritu de los fieles que se preparaban para la sublime cena.

Pero no las culpo, la culpa en buena medida no era de ellas. Es que la arquitectura de la iglesia es de esa característica de estos tiempos aggiornatos, estilo a veces indefinible aunque no en lo extraño, en lo raro.

Los arcos de su bóveda principal y anejas son de un gótico que como que estaba cansado de ser el ‘señor don gótico’, de ser tradicional; tenía complejo de inferioridad vetusta, y quiso entonces crecer o ponerse mascarilla rejuvenecedora y terminó deforme adquiriendo las líneas del cometa Halley, que no termina en punta sino en bolita, y que no se cierra en las dos columnas paralelas del gótico que llegan hasta el piso, sino en columnas que siguen ampliando su espacio hasta la base, a manera de triángulo, como extremidades espernancadas.

El ambiente ‘modernoso’ se plasma igualmente en el blanco de las paredes albas, reforzado por la iluminación blanco neón del frío led de las bombillas. Además, no existe en esta iglesia esa transición necesaria entre el ruido de la calle y el silencio solemne del altar, pues la puerta es grande, de vidrio trasparente de puerta bancaria y sin madera, abierta de par en par sobre la acera, por lo que las señoras interrumpidoras pues simplemente estaban poniendo al día sus cuitas en un salón que con pocos cambios podría perfectamente ser adaptado para un bingo o una kermesse. Ellas, sencillamente, aún no estaban sintiéndose en una iglesia.

Un día, sangre vascuence de algún ancestro que debe circular aún por mis arterias, casi me lío a golpes con un fortachón señor mayor, que junto a su consorte estaba hablando a grito tendido por teléfono en las últimas bancas, también antes de misa. Al final colgó, pero durante toda la liturgia de la Palabra y más seguí sintiendo los afilados puñales de sus miradas penetrando entre mis costillas…. Pero, pensándolo bien, en cierto sentido ese hombre tampoco tenía la culpa, porque como decía Plinio Corrêa de Oliveira, la arquitectura es una especie de Reina Madre de las Artes, es la que mayor peso tiene a la hora de generar un ambiente, y el ambiente antes de misa en la iglesia de mi barrio, por culpa en buena medida de su arquitectura, más parece de hall de hotel moderno o de oficina bancaria que de iglesia.

Mientras escribo estas líneas, acabo de coordinar con un amigo ir a misa dominical a la bella capilla de una de las casas que los Heraldos del Evangelio tienen en la ciudad. No soy bueno para los cálculos –mi madre dice que no sabe de dónde dizque le salió un hijo poeta, que de pronto es el espíritu penante del tío-abuelo político Gentil, al que no le aguantaban los versos ni los seis cachorros que había en el solar de la casa–, pero calculo que el costo de los materiales de esta capilla neo-gótica, incluyendo apliques semipreciosos y mármoles, es la mitad que el de la iglesia de mi barrio.

Porque el tema es de estilo y de belleza, no de precio.

Creo que los Heraldos del Evangelio deberían buscar un nombre para su estilo, pues es algo muy nuevo y que está llamado per se a generar escuela. No es un gótico florido, ni siquiera flamboyant, flamígero, pues el colorido de piedras, sobre vitrales y columnas de luz es inédito, es alegre, como lo quería Mons. Juan Clá, hablando de triunfo, gloria y resurrección, alcanzando una cosa maravillosa y medio misteriosa y es que sus fuegos de artificio coloridos no rompen el recogimiento sino que lo favorecen.

El gótico de los Heraldos es a la vez milenario y joven, y particularmente sublime: no es sino la perspectiva de la misa esta tarde en la capilla, que ya siento una mezcla de gaudio, restauración, y fe. Los ángeles de Fra Angélico, que viven contentos e inocentes en las capillas de los Heraldos, tocarán sus trompetas y laúdes esta tarde en la misa, y pedimos a nuestro ángel de la guarda que introduzca sus notas sublimes en nuestras venas, corazón y espíritu, limpiándolos del smog acumulado de este mundo del plástico, el neón y el internet.

Gracias sean dadas al Dr. Plinio Corrêa de Oliveira que enseñó a muchos, y ciertamente instruirá por medio de sus hijos a la Iglesia, no solo en la verdad cristiana de siempre, sino en la sutil pero cuán importante y necesaria ortodoxia-heterodoxia de los ambientes, las costumbres y las civilizaciones. El mundo está aún por descubrirlo; pero lo va a descubrir.

Por Saúl Castiblanco

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