“Entra el fiel en la iglesia, comienza la misa. Normalmente el espíritu está preparado para tener con un contacto más profundo con lo sagrado y quiere recogimiento…”
Redacción (10/04/2022 17:18, Gaudium Press) La escena es común, y aunque el asunto podrá ser más o menos sutil, es de mucha repercusión.
Entra el fiel en la iglesia, comienza la misa. Normalmente el espíritu está preparado para tener un contacto más profundo con lo sagrado y quiere recogimiento, quiere un momento donde pueda poner ante Dios sus penas, sus ansias, escuchar y reflexionar sobre la Palabra de Dios, tal vez pedir perdón, ciertamente clamar por favores.
Pero llega el momento del “Señor ten piedad” y entonces ‘pruuummm’… estalla el concierto de baterías, beats y guitarras, a veces la banda completa, con lo que el recogimiento y el ambiente sacral salta por los aires. El fiel se siente transportado a otro escenario, que podrá ser de un estadio, un parque de espectáculos, pero no el de una iglesia. La impresión se ratifica a cada momento en que vuelven los instrumentos.
Porque la música trae su mensaje, independiente de la letra: el mensaje de la música es con-dicente con el de la cultura del frenesí en la que surgió.
Pongamos el ejemplo contrario: Llega el fiel a la iglesia (mejor si esta es de estilo tradicional, porque la arquitectura también es reflejo de una cultura), y el padre tuvo el buen gusto – lo que gracias a Dios también ocurre en muchas iglesias – de poner música gregoriana antes de iniciar el rito. Durante la misa nada de estridencias, nada de gritos instrumentales o vocales, cantos tradicionales, que buscan no romper un cierto ambiente de unción, de retiro, en el que el hombre no quiere que los sentidos lo atiborren, para que su espíritu pueda establecer esa ‘conexión’ deseada con el Creador. Termina la misa, el fiel sale y dice aunque no diga: “Estuve en Misa. Gracias a Dios”.
Todo esto porque la música no es neutra, es un producto de la cultura. Cada cultura tiene sus músicas. Y cada vez que los ritmos y las tonalidades propios de esta cultura neo-pagana de nuestros días entran en el templo, aunque las letras de esas músicas reciten los salmos, las músicas gritarán los principios anti-cristianos de la cultura en la cual surgieron.
“Los jóvenes necesitan escuchar en el templo ‘sus’ músicas. Para atraerlos hay que tocar ‘sus’ músicas”, dirá alguno. No. Primero porque lamentablemente la realidad es que después de muchos y mucho tiempo de esos intentos, los jóvenes como que desaparecieron de las misas. Entonces esa fórmula se ha mostrado desastrosa. Segundo, porque si los jóvenes quieren escuchar “sus” músicas, mejor van a sitios donde las ‘interpretan’ mejor. En realidad, lo que muchos jóvenes quieren es lo que todos quieren, entrar en contacto con Dios.
Los jóvenes por lo demás siguen siendo sensibles a la belleza.
Es común ver a personas de poca edad, pasear por las iglesias tradicionales como turistas, embebidos con los arcos, con los frescos, óleos, atentos a las explicaciones de los guías, preguntando por a quien representa tal imagen, tal otra, sumergiéndose así en un pasado de cultura cristiana.
Las nuevas generaciones – que sí son de la imagen, de las imágenes que llegan a través de los sentidos – siguen siendo sensibles a las ceremonias, al simbolismo de las ceremonias. Nos preparamos a celebrar el Triduo Pascual, donde la liturgia está llena de ceremonias, con múltiples significados. En lugar de introducir elementos de la cultura pagana de hoy, tal vez más redundaría en beneficio para la piedad, de jóvenes y viejos, que se explicase el profundo simbolismo de cada ceremonia, y se realizase cada acto con toda la belleza posible.
Pero a veces ni siquiera son las baterías. Es cierta música melosa, dulzona y romántica, de esa que hoy en el mundo no quedan sino restos en vías de extinción, que parecen haber encontrado su refugio y último bastión en algunas iglesias.
Música que aunque cuyas notas melosas acompañen textos de fortaleza, el mensaje pagano de la propia música ocasiona la formación de un hombre dulzón no cristiano. De alguien sin fuerza de voluntad, veleta, con un amor romántico a Dios, por tanto un amor egoísta, que ama al Señor no por lo que Él es y su grandeza, sino por ser un ente que puede evitarle cualquier prueba, pero al que abandonaría si le pide cargar un poco la Cruz como Él la soportó sobre sus hombros en la Vía Dolorosa. Un estilo de música que crea una persona que no confía en un Dios auxiliador en medio de las pruebas, sino que imagina un Dios meloso que le retirará cualquier prueba.
La música refleja la cultura en que nació, y esos tonos románticos también son fruto de una cultura hedonista neo-pagana, no cristiana.
Entonces, el humilde pedido es que la Nueva Evangelización, entendida como una re-evangelización al interior de ambientes otrora cristianos, no sea solo el recordar los principios perennes del cristianismo aplicados a la hora presente, sino también limpiarnos de esos elementos culturales que aún subyugan no pocos ambientes católicos, con perverso efecto.
Porque la cura a esta cultura neo-pagana que ya a casi todos empieza a decepcionar, no es un poco del veneno de esa misma anti-cultura, sino la afirmación de la cultura cristiana.
Por Carlos Castro
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