Por el simple recuerdo de que moriremos, seremos sepultados y esperaremos hasta ser restaurados de manera gloriosa, hasta el punto de adquirir un cuerpo espiritualizado.
Redacción (15/08/2024, Gaudium Press) Los últimos años de la existencia terrena de Nuestra Señora estuvieron marcados por la paz y un intenso comercio con lo sobrenatural. Ella era visitada diariamente por su Divino Hijo y su castísimo esposo San José, acompañados de muchos ángeles. Vinieron a vivir un poco y satisfacer los inmensos anhelos provocados por la separación.
Con cada nueva jornada, con cada nueva visita, la Virgen intensificaba su encanto hacia Ellos, hasta el momento en que ya no fue posible aumentarlo, pues su Corazón estaba completamente inundado de amor. Sin embargo, así como el fuego nunca se sacia, Ella ardía con el deseo de expandirlo aún más. Entonces, Nuestro Señor informó a su Madre que había llegado el momento de dejar esta tierra y dirigirse al Reino de los Cielos. Luego le preguntó si preferiría partir sin pasar por la muerte o seguir el camino de todos los hombres, el que Él había tomado.
Para María no surgió la pregunta: si Jesús había elegido para sí la muerte, y su virginal marido había hecho lo mismo, ¿cómo podría Ella elegir otro camino? Sin la menor vacilación, eligió la imitación más perfecta de su Divino Hijo: ¡quería el camino de la muerte! Complacido con su actitud, Nuestro Señor le dijo que su voluntad sería respetada; sin embargo, determinó una muerte sin dolor, ya que no le permitiría sufrir más de lo que ya había sufrido a lo largo de su vida, especialmente durante su Pasión, que, soportada con extrema valentía, le valió los títulos de Reina de los Mártires y Corredentora del género humano.
He aquí la maravilla de una criatura humana que, de plenitud en plenitud, de perfección en perfección, había llegado al límite extremo de todas las medidas, hasta que casi no hubo diferencia entre su comprensión del universo y la propia visión de Dios. ¿Qué le faltaba?
¡En un éxtasis de amor, adormece en el Señor!
Su Corazón se expandió tanto de amor que su cuerpo no pudo resistir… ¡Un éxtasis la llevó a la eternidad y se durmió en el Señor, con su Divino Hijo y San José al lado de su cama! Una multitud de ángeles cantó y se sintieron gracias sobreabundantes.
El paso del estado de sufrimiento al estado de gloria no significó para María Inmaculada una ruptura desgarradora en su ser, como les sucede a los hombres comunes y corrientes. Desde su nacimiento, Ella había tenido una relación constante e intensa con los espíritus angelicales, y más acentuada aún fue la convivencia con su Hijo, el Verbo Encarnado, que nunca cesó, incluso después de la Ascensión. Con el paso de los años, nuevos universos de gracias y dones brillaron en su alma, ya que su conocimiento y amor a Dios, aunque siempre completos, eran capaces de crecer. En cierto momento, la fe dio paso a la visión, y Ella ascendió al Cielo, llena de virtudes y gloria; en definitiva, llena de la Santísima Trinidad.
Asunción: subida al Cielo por la fuerza de la gracia
Por ello, es imprescindible corregir cierta visualización que ofrecen algunas obras de arte, incluso piadosas, en las que María aparece envuelta en una nube, elevada al Cielo por angelitos, representados la mayor parte del tiempo como si estuvieran haciendo un esfuerzo por guiarla.
De hecho, debido a que su alma estaba en la visión beatífica, su cuerpo resucitado ya gozaba de agilidad, una de las cualidades de este estado. Se movía con extraordinaria facilidad, con la velocidad del pensamiento, pudiendo ascender al Cielo por sí sola. ¿La habrían acompañado los Ángeles? Sí, pero por veneración, sin necesidad de transportarla, pues tenía más gloria que todos ellos juntos.
¿Por qué la Asunción de Nuestra Señora?
Otro motivo de la conveniencia de este magnífico acontecimiento es la restitución dada a Dios por todos los beneficios concedidos al género humano. Dado que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad descendió del Cielo para encarnarse, trayendo al mundo la divinidad humanizada, sería justo que una persona humana hiciera una ofrenda armónicamente opuesta y llevara al Cielo lo mejor de la santidad, lo más bello, lo más excelso y extraordinario podría existir en la Tierra: la humanidad divinizada. Esta misión estaba reservada a María.
Por otra parte, Ella fue tabernáculo del Hijo de Dios durante los nueve meses en que generó la humanidad santísima de Cristo. Era comprensible que, habiéndolo recibido como tabernáculo en la Tierra, también Él la recibiese en su Santuario Celestial.
Esta Solemnidad de la Asunción nos abre grandes puertas y un camino florido y lleno de luz, de cara a la salvación eterna. Ante la prenda de nuestra resurrección, que nos es dada por el misterio de la Asunción de María Santísima, debemos considerarnos unos a otros según este ideal, como si ya estuviéramos resucitados, porque, por encima de los abatimientos y pruebas de esta vida, brilla la esperanza de la glorificación hacia la que nos dirigimos.
Por el simple recuerdo de que moriremos, seremos sepultados y esperaremos hasta ser restaurados de manera gloriosa, al punto de adquirir un cuerpo espiritualizado, ya anticipamos este momento de extraordinaria belleza en el que triunfaremos, como Nuestra Señora el día de la Asunción.
Cómo celebrar la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción
Vivamos buscando los bienes de lo alto, y dejemos que nuestro pensamiento siga el camino seguido por la Virgen María. Entró al Cielo en cuerpo y alma y fue exaltada; nosotros, en este momento presente, como no podemos entrar físicamente, al menos hagámoslo con el deseo. Acudamos al trono de María Asunta, y así recibiremos gracia sobre gracia para estar siempre puestos en este camino que nos llevará a la feliz y eterna resurrección, cuando recuperaremos nuestros cuerpos en estado glorioso.
Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP
(Texto extraído, con adaptaciones, del libro Maria Santíssima! O Paraíso de Deus revelado aos homens, v.2.)
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