La existencia del Purgatorio es dogma. Allá sufren las almas que ya se salvaron, pero aún no están en el cielo.
Redacción (02/11/2020 08:10, Gaudium Press) La fiesta de hoy, 2 de noviembre, es la de la Iglesia padeciente, la Iglesia de los Fieles difuntos, es decir, aquellos que se salvaron pero que aún no están en el cielo.
La existencia del Purgatorio no es algo opinable en la Iglesia, sino un dogma de fe.
Por eso la Iglesia establece un día especial en el año, el 2 de noviembre, para que se hagan “sufragios”, es decir, oraciones y devociones especiales para aliviar el sufrimiento de estas almas y que ellas rápidamente gocen de la gloria celestial.
Es pues hoy un día para pensar en todos a quienes debemos, familiares y otros parientes, o amigos, que ya han fallecido, y que pueden estar sufriendo las terribles penas del purgatorio.
Penas en el purgatorio
Dos fundamentalmente son las penas que sufre un alma que está en el purgatorio, la pena de dilación de la gloria y lo que se llama la pena de sentido.
La primera es fácil de entender: es el dolor que el alma siente por el retraso en la visión de Dios. El alma siente que su mayor ansia es ver a Dios “cara a cara”, la visión beatífica, y el no poder realizar este deseo le causa un cierto dolor.
Y la pena de sentido es el castigo por “los goces ilícitos de los bienes creados que se permitieron [las personas] durante su permanencia en el cuerpo mortal”. (1)
Cómo es esta pena de sentido, divergen los teólogos. Los Padres latinos se inclinan por un fuego real y corpóreo, que afecta a estas pobres almas, semejante al del infierno. Los Padres griegos ponen en duda la existencia de este fuego corpóreo que afecta las almas de los padecientes, por el silencio al respecto de la Sagrada Escritura. Es cierto, eso sí, que muchas revelaciones privadas apoyan la posición de los Padres latinos, pero sabemos que estas revelaciones no tienen peso magisterial.
Repetimos en todo caso aquí, lo dicho por el Concilio de Ferrara-Florencia, que sí es enseñanza para todos los católicos: “Definimos que… los verdaderos penitentes que salieren de este mundo antes de haber satisfecho con dignos frutos de penitencia por sus acciones y omisiones, son purificadas sus almas después de la muerte con penas purificadoras” (Denz. 693)
Son pues, penas, impuestas por Dios para purificar a las almas que ya se salvaron. Y sabemos también, por doctrina de la Iglesia, que podemos aliviar esas penas:
“La posibilidad de ayudar a las almas del purgatorio fue negada por los protestantes, pero ha sido expresamente definida por la Iglesia. He aquí el texto de la definición dada por el Concilio de Florencia: ‘Definimos… que los verdaderos penitentes que salieron de este mundo antes de haber satisfecho con frutos dignos de penitencia por lo cometido y omitido, son purificados con penas purificadoras después de la muerte; y que para ser liberados de esas penas les aprovechan los sufragios de los fieles vivos, a saber, los sacrificios de misas, oraciones y limosnas y otros oficios de piedad que los fieles acostumbraron a ofrecer por otros fieles según las instituciones de la Iglesia’ (Denz. 691-693)”. (2)
Estas almas que están en el purgatorio son fieles, no murieron en estado de pecado mortal. Pero aún no están preparadas para ver a Dios cara a cara. Qué alegría saber que podemos ayudarlas en sus padecimientos, acortar su camino al cielo, con nuestras oraciones. Cuando estas almas lleguen a la gloria, intercederán gratamente por aquellos que las ayudaron.
Todas esas verdades las celebramos hoy. (SCM)
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