Ayer la Iglesia celebró la fiesta de la Maternidad Divina de la Virgen.
Redacción (02/01/2021 12:41, Gaudium Press) Ayer la Iglesia celebró la fiesta de la Maternidad Divina de la Virgen, algo querido por el Espíritu Santo para que el año civil inicie bajo el amparo y la intercesión de Nuestra Señora.
Como señala Mons. Juan Clá, en su artículo “La sublime grandeza de la Madre de Dios y Nuestra”, el que esta celebración se realice en la octava de Navidad expresa de forma implícita que la mejor alabanza que podemos tributar al Divino Niño es exaltar las cualidades de su Madre, que es también la nuestra.
Y la Iglesia escoge, para elogiar a la Virgen, su más alto privilegio, fundamento de los otros, que es su cualidad de Madre de Dios, ese don que la eleva por encima de toda la Creación y la coloca solo abajo del Creador.
Es una alegría que Dios haya querido tener una Madre de carne y hueso, pues eso elevó a todo el género humano una dignidad insospechada. Pero lo que aumenta nuestra alegría es saber que Ella es también nuestra madre, y que está solícita a socorrernos en este año que inicia.
Este 2021 debemos recorrerlo de su mano, admirando sus cualidades, amándola, recurriendo a su ayuda a todo instante.
Fue Ella la que con sus dones atrajo al Dios humanado a la Tierra, según las palabras de San Luis de Montfort: “La divina María tuvo, en catorce años de vida, tal crecimiento en la gracia y en la sabiduría de Dios, y una fidelidad tan perfecta a su amor, que entusiasmó de admiración no solo a todos los ángeles, sino al propio Dios. Su profunda humildad, llevada hasta el aniquilamiento, lo encantó; su pureza toda divina lo atrajo; su fe viva y sus oraciones frecuentes y amorosas lo forzaron. La Sabiduría fue amorosamente vencida por tan afectuosas súplicas”.
Y Ella, instalada en los corazones, sigue haciendo nacer en ellos a otros Cristos. Es por su intercesión que el mundo se hace cristiano.
Entonces, no hay mejor forma de comenzar el Año, con todas sus difíciles perspectivas, que incentivando el amor a Aquella que tiene la llave del Corazón de Cristo, pidiendo que su misericordia nos abrace, que nos acoja en su regazo, que nos proteja de la maldad de los hombres, de la maldad del infierno, incluso de nuestra propia maldad. Pidiéndole que nunca la olvidemos.
Por Carlos Castro
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