Razones que ayudarán a ver la Misa diaria en familia como una oportunidad, no una carga.
Redacción (04/08/2025 10:53, Gaudium Press) ¿Alguna vez se ha preguntado si vale la pena llevar a sus hijos pequeños a la Misa diaria? ¿Ha sentido que es una batalla casi imposible? Aquí le compartimos seis razones que cambiarán su perspectiva al respecto y, posiblemente, la vida espiritual de su familia.
Mucho se ha hablado sobre la presencia de niños en la iglesia, artículos que debaten por qué los padres no sacan a los bebés inquietos, otros que alientan a llevarlos sin miedo, aun con sus ruiditos y pataletas. En medio de estas conversaciones —tan necesarias como a veces frustrantes— surge una verdad que se va imponiendo, la presencia de los niños y las familias enteras en la Misa diaria es un bien inmenso para la Iglesia y para el alma de cada hogar.
Una madre católica lo explica, sin ocultar lo difícil que puede ser:
“Mis dos hijos mayores son muy extrovertidos, y mi segunda fue una bebé muy inquieta; nunca pude amamantarla dentro de la iglesia porque hacía mucho ruido. A los dos años, seguía siendo bastante escandalosa y pasaba la mitad de la Misa dominical atrás, en brazos. Nuestro tercer bebé fue el primero al que pude cuidar en silencio en el banco.”
No es una historia aislada. Para muchas familias jóvenes, la experiencia litúrgica está atravesada por pañales, carritos, manitas inquietas y miradas (a veces críticas) de los demás. Pero esta misma madre nos ofrece un lindo testimonio: “Hemos descubierto que ir a Misa diaria con toda nuestra familia es uno de los mejores momentos que pasamos juntos. Mi esposo y yo asistimos a Misa diaria desde que éramos novios, y aunque tener hijos lo hace más difícil, realmente vale la pena.”
Y es que, aunque no logren asistir todos los días, incluso ir dos o tres veces por semana cambia todo, el ambiente del hogar, la actitud de los niños, el modo en que se vive la fe.
A continuación, compartimos seis razones, de acuerdo a la opinión de Susanna Spencer en Churchpop, por las que cada familia católica debería considerar con amor y decisión la posibilidad de asistir a Misa diaria tan seguido como sea:
1. Enseña autodisciplina real y concreta a los niños y a los padres: Uno de los primeros frutos que se notan es la formación del carácter litúrgico de los más pequeños. “Tener que ‘sentarse tranquilos y quietos’ (ese es nuestro objetivo con nuestro hijo de cuatro años) en la Misa más allá del domingo ayuda a formar el hábito de un buen comportamiento durante la celebración.” La Misa diaria, al ser más corta, se convierte en un entrenamiento perfecto para que los niños adquieran hábitos de silencio, escucha atenta y respeto. Incluso el más inquieto aprende, poco a poco, a ubicarse en ese espacio sagrado. Y este aprendizaje no es solo para los niños. Muchos padres descubren una nueva dimensión de la oración, “La oración es algo interior y exterior, y tener que acompañar a los niños durante toda la Misa ciertamente fortalece esa capacidad de orar internamente.” Orar con distracciones, con interrupciones, con movimiento, pero orar igual. Es un ejercicio de humildad y perseverancia que transforma.
2. La repetición convierte la liturgia en algo amado y esperado: La asistencia frecuente a Misa permite que los niños comprendan mejor los signos, gestos y palabras de la liturgia. Lo que para muchos adultos es aún misterio o rutina, para un niño que asiste con frecuencia se vuelve lenguaje familiar. “La Misa se convertirá en algo que esperen con ilusión y consideren parte de su rutina diaria.” No es una obligación, ni una carga, sino un encuentro diario con Jesús que se vuelve tan natural como desayunar o ir al colegio. Los niños comienzan a reconocer momentos específicos de la Misa, saben cuándo persignarse, cuándo arrodillarse, cuándo escuchar con más atención. Y todo esto va formando su alma en lo esencial, el amor a Dios y el deseo de estar cerca de Él.
3. Las Escrituras entran al corazón de la familia: ¿Quieres que tus hijos conozcan la Biblia desde pequeños? No hay mejor manera que escucharla cada día proclamada en la liturgia. “Me encanta ver cómo mis hijas se entusiasman cuando oyen un pasaje conocido.” Y no se queda solo en la iglesia. Esta familia ha incorporado la lectura del Evangelio en su rutina nocturna, “Reforzamos el Evangelio que escuchamos en la Misa leyéndolo nuevamente después de la cena. Luego solemos conversar sobre la historia, ya que nuestro hijo de cuatro años está lleno de preguntas.” De este modo, la Palabra de Dios se vuelve semilla diaria, conversación, alimento para la mente y el corazón.
4. Recibir con frecuencia la gracia sacramental: Esta es, sin duda, la razón más poderosa. La Eucaristía es el centro y culmen de la vida cristiana. Recibirla a menudo, estando en gracia, es un privilegio inmenso y una fuente inagotable de bendición. “La oportunidad de recibir la Eucaristía con frecuencia (cuando estamos libres de pecado mortal) es el mejor regalo que la Iglesia nos ha dado.” Comulgar transforma. Purifica. Sostiene. Y no solo nos hace mejores personas, nos prepara para el Cielo. “Y cuando nuestros hijos tengan la edad para comulgar, ellos también podrán recibir esta gracia que los ayudará a pasar la eternidad con Dios.” Una familia que se alimenta junta del Cuerpo de Cristo, es una familia que camina unida hacia el Cielo.
5. La unidad familiar se fortalece desde el altar: Rezar juntos en casa es hermoso. Pero rezar juntos en la Santa Misa tiene una fuerza especial. Allí, en el templo, la familia se presenta unida como una pequeña Iglesia doméstica dentro de la gran Iglesia universal. “En la Misa, participamos del mismo sacrificio que se ofrece desde hace 2000 años, desde la Última Cena, uniendo a toda la Iglesia como un solo cuerpo. Esa misma liturgia también une a nuestras familias cuando vamos juntos.” A medida que los hijos crecen, esos momentos compartidos en la Misa quedan grabados en lo más hondo de su memoria espiritual. Es tiempo sagrado que los fortalece frente al mundo.
6. Asistir juntos es un testimonio que renueva la Iglesia: En muchas Misas diarias, quienes asisten suelen ser personas mayores o grupos escolares. Por eso, la presencia de una familia completa llama la atención, en el buen sentido. “Siempre he recibido comentarios positivos en la Misa diaria por parte de los demás asistentes.” Y los sacerdotes lo notan, lo valoran y lo alientan.
“En general, quienes veo en la Misa diaria son personas de mediana edad o mayores, o los niños del colegio parroquial. Sospecho que, para la mayoría de los que asisten a la Misa diaria, ver a una familia reunida en una celebración que no es obligatoria, les da esperanza.”
No se trata de perfección, ni de silencio absoluto. Se trata de presencia. De amor. De dar testimonio de que la Iglesia es acogedora para todos, también para los más pequeños.
“La gente no debería desanimar a otros por llevar a sus hijos a la iglesia; no queremos que la Iglesia sea vista como un ‘santuario anticonceptivo’.”
¿Cómo empezar?
No es preciso ir todos los días. Basta con comenzar un día entre semana. Luego, cuando se vea lo que eso produce en el alma y en el hogar, se sentirá el deseo de volver. “Cuando estaba en la universidad, a veces iba a la Misa de las 7 a.m. en una parroquia local, y cada vez que iba, veía a una gran familia católica con hijos desde bebés hasta adolescentes.” Hoy en día, muchas parroquias tienen Misa al mediodía o al final del día. Hay opciones. “Decidir ir a Misa diaria no significa que debas ir todos los días. Comienza con un par de días a la semana, además del domingo, y poco a poco sentirás el deseo de ir con más frecuencia. Cada vez será más fácil encontrar el tiempo y el modo de asistir.”
Vale la pena
No será fácil. Nada valioso lo es. Pero ir a Misa diaria en familia es una inversión en el alma de sus hijos, en su propio crecimiento como madre o padre, y en el testimonio de una Iglesia viva y esperanzadora.
Llévelos. Aun con sueño, con berrinches, con mochilas llenas. Cristo los espera.
Y cada día que los lleve a sus pies, estará acercándolos un paso más al Cielo.
Con información de ChurchPop
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