martes, 26 de noviembre de 2024
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Predicadores evangélicos y “declamadores fútiles”

Ya que hay, entre las cosas reveladas por Dios, algunas que atemorizan a la naturaleza humana débil y caída, y por lo tanto no son aptas para atraer multitudes, de ellas cautamente no hablan; prefieren tratar temas en los que, aparte de la naturaleza del lugar, no hay nada sagrado.

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Redacción (09/11/2021 15:18, Gaudium Press) Conocemos la razón por la que Cristo descendió del cielo, pues Él declaró expresamente: “Vine al mundo para dar testimonio de la verdad” (Jn 18,37); “Vine para que tengan vida” (Jn 10, 10). Por tanto, los predicadores sagrados deben apuntar a una y a otra cosa, a saber: difundir la verdad revelada por Dios, despertar y desarrollar en los fieles la vida sobrenatural; en resumen, promover la gloria de Dios, esforzándose por la salvación de las almas.

Sería un error llamar médico a alguien que no practica la medicina, o maestro en algún arte que no la enseña. De la misma manera, quien predica sin preocuparse por llevar a sus oyentes a un mayor conocimiento de Dios puede ser definido como un declamador fútil, no como un predicador evangélico […].

Y como hay, entre las cosas reveladas por Dios, algunas que atemorizan a la naturaleza humana débil y caída, y por lo tanto no son aptas para atraer multitudes, de ellas cautelosamente no hablan; prefieren tratar temas en los que, aparte de la naturaleza del lugar, no hay nada sagrado.

Y no es raro que, cuando se trata de la verdad eterna, bajen al nivel de la política, sobre todo si algo así fascina a sus oyentes. Su preocupación parece ser justamente esta: complacer a los oyentes y satisfacer a quienes, según São Paulo, “tienen ganas de escuchar novedades” (II Tim 4, 3).

De ahí esos gestos, ni tranquilos ni serios, propios de espectáculos y mítines; de ahí las patéticas entonaciones de la voz o las impetuosas tragicidades; de ahí el estilo de discurso típico de los periódicos; de ahí esa abundancia de citas reunidas, no de las Sagradas Escrituras o de los Padres de la Iglesia, sino de escritores impíos y no católicos; de ahí, finalmente, la verbosidad vertiginosa que se encuentra en la mayoría de ellos, que sirve para adormecer los oídos y asombrar a los oyentes, pero no les proporciona nada de bueno.

Extraído de:

BENEDICTO XV – Encíclica Humani generis redemptionem, 15/6/1917.

En: Arautos do Evangelho, ano XX, nº 232, abr. 2021, p. 6-7.

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