Estamos invitados a tener el corazón abierto a la voz de Cristo y no a cerrar los ojos a sus manifestaciones.
Redacción (30/11/2021 16:20, Gaudium Press) Durante el período de Adviento, la Iglesia comienza a manifestar un “nuevo rostro”: el púrpura predomina en los paramentos. Cesa el canto de Gloria y los altares ya no lucen las flores que solían adornarlos. Un clima de espera se siente en el aire frente al gran acontecimiento, el hecho que dividió la Historia en dos períodos: el nacimiento del Niño Jesús en una cueva de Belén.
Actualmente nos estamos preparando para su llegada durante cuatro semanas; simbólicamente, significan los cuatro milenios durante los cuales la humanidad esperaba ansiosamente la venida del Mesías.
No endurezcáis vuestro corazón
El nombre que se le da a este período litúrgico expresa bien la realidad que estamos reviviendo: estamos esperando la Navidad, la venida de Dios a la tierra. Sin embargo, este no es un simple recuerdo de algo que sucedió hace dos mil años, porque cuando celebramos cualquier acción litúrgica, se nos conceden gracias similares a las que se dan a los hombres que lo vieron a través de la presencia física de Cristo.
Sin embargo, se podría señalar que la liturgia retrata sobre todo el fin de los tiempos y el juicio final (cf. Lc 21,27; 1 Tes 3,13). ¿No serían, por tanto, las lecturas propuestas incompatibles con la tan esperada solemnidad?
Ocurre que la Iglesia aprovecha esta oportunidad para prepararnos no solo para la primera venida de Nuestro Señor, recordándola y actualizándola, sino también para la segunda, cuando viene a juzgar a todo el género humano: este es el vínculo entre ambas venidas.
Por eso el Apóstol nos exhorta a vivir para agradar cada vez más a Dios y desear siempre que Él nos confirme en la santidad (cf. 1 Ts 3,12-4,2). Asimismo, se nos da una advertencia importante, que nunca dejemos que nuestro corazón se vuelva insensible a las señales que Dios nos envía.
Bien pueden ser grandes señales como las calamidades predichas por Cristo en el Evangelio (cf. Lc 21, 25-26); pero también pueden ser aparentemente insignificantes, como una gracia recibida, invitándonos a dejar los caminos del pecado y cambiar nuestro comportamiento, o incluso para animarnos a vivir según los mandamientos de Dios. En cualquier caso, Nuestro Señor siempre está dispuesto a comunicarse con nosotros, y a menudo usa estos medios para mostrarnos sus propósitos y prepararnos para el día en que lo encontremos.
¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia esto?
Necesitamos vigilarnos constantemente para que estas palabras no se vuelvan estériles en nosotros.
Imaginemos a un hombre que recibió de su médico la advertencia de no ingerir ciertos alimentos, con el peligro de causarle un gran daño a su salud. ¡¿Con qué cuidado evitaría tales alimentos para preservar su vida?! De la misma manera, el Médico Divino nos deja esta advertencia, porque quiere salvarnos y concedernos la vida eterna.
En este año de 2021, marcado no solo por la pandemia, sino también por los diversos desastres naturales que sacudieron al mundo, ¿Nuestro Señor no quiere darnos un mensaje?
Vayamos, pues, a la Santísima Virgen, para que nunca seamos insensibles a las señales que Dios nos envía y para que podamos estar ante el Hijo del Hombre (cf. Lc 21, 36).
Por Jerome Sequeira Vaz
Deje su Comentario