El tema religioso en la guerra que Rusia desarrolla en Ucrania, es cada vez más visible, porque es real. ¿Una nueva religión?
Redacción (04/04/2022 09:16, Gaudium Press) El tema religioso en la guerra que Rusia desarrolla en Ucrania es cada vez más visible, porque es real. En días recientes el noticiario internacional traía la nueva de que el parlamento ucraniano, que no ha dejado de funcionar, busca prescribir las actividades de la Iglesia ortodoxa rusa en Ucrania.
A la par de hechos como éste, los focos están cada vez más puestos hacia el fenómeno religioso ortodoxo en Rusia, que muchos ya califican de cesaro-papismo ortodoxo, es decir, unión total y casi que en en una misma cabeza, de Iglesia y Estado.
Sin embargo, entre los muchos análisis que se están haciendo por estos días de ese fenómeno, hay uno que sobresale por ciertos apuntes originales, el de Stefano Caprio en Asianews.it, titulado “Los católicos de Rusia y Ucrania”.
Caprio hace un recuento de la persecución a los ‘uniatas’, término – un tanto inexacto – que se refiere a las comunidades cristianas de Oriente que regresaron a la comunión plena con Roma, como es el caso de la Iglesia greco-católica ucraniana, que hoy tiene a Mons. Svyatoslav Shevchuk, Arzobispo mayor, como cabeza. En ese recuento, coincide con otros análisis históricos.
Sin embargo, trata él de unas características especiales que tiene la actual Iglesia ortodoxa rusa, interesantes.
Recuerda Caprio que desde el año de la apertura de la nunciatura apostólica en Moscú y los nombramientos episcopales de 1991 “no se había producido en Rusia ni un solo caso de verdadero conflicto entre católicos y ortodoxos por disputas sobre los fieles o los lugares de culto”. Las relaciones entre fieles y clérigos de ambas partes eran más que cordiales.
No obstante, en el año 2002, dos años después del ascenso de Putin, fueron expulsados varios misioneros católicos de Rusia, en una “clara postura en defensa de la ortodoxia como ‘religión de Estado’”. ¿Qué había ocurrido? “Las cuatro administraciones apostólicas católicas (Moscú, Saratov, Novosibirsk e Irkutsk) fueron elevadas por la Santa Sede al rango de diócesis, una decisión casi automática cuando ha transcurrido cierto tiempo, y esta (imprudente) decisión fue considerada como una ‘declaración de guerra’ por los ortodoxos y los nacionalistas”. Es decir, había un sentimiento ortodoxo nacionalista nuevo, que siendo inexistente antes, había permitido una sana paz.
Pero en esta ‘defensa’ de la Ortodoxia rusa, coincidía plenamente el nuevo mandatario Putin con sus antecesores comunistas: “[La Iglesia ortodoxa rusa] ya había sido elevada por encima de todas las demás confesiones por la ley de libertad religiosa que se reformó en 1997, a propuesta de los comunistas e inspirada por el patriarcado de Moscú”, dice Caprio.
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Esta ley de libertad religiosa, que podría más bien pues ser considerada de establecimiento religión de Estado, tiene un aparte muy curioso, tal vez revelador.
En el prólogo de esa ley se proclamaba que la religión histórica de Rusia era la ortodoxia, y que había otras cuatro religiones “secundarias tradicionales”: el islamismo, el budismo, el judaísmo y el… cristianismo. Es decir, la Iglesia ortodoxa no sería una mera expresión del cristianismo, no. Es una realidad aparte.
¿Cómo es esa realidad?
Caprio da unas pinceladas no susceptibles de simpatías de estos ortodoxos, pero que ponen la “pulga en la oreja” de quienes se quieren adentrar en ese fenómeno:
“La ortodoxia rusa es, en efecto, una dimensión espiritual distinta, en la que los dogmas cristianos se mezclan con residuos paganos mucho más que en otras ramas del cristianismo y, sobre todo, se reformulan en ideales nacionales universalistas que describen a Rusia como un ‘pueblo salvífico’ para toda la humanidad”, dice.
Es pues, en la mente de este analista, la expresión de una “ideología posreligiosa”, “lo que implica una interpretación enteramente política del «renacimiento religioso» del poscomunismo, que había pasado de ser una búsqueda espontánea de Dios a convertirse en un renacimiento de la Iglesia de Estado”.
Esta ideología ortodoxa, sería “un marco de valores y principios de referencia basado en la distinción y el rechazo de lo que se denomina ‘Occidente’”, entendido este como “un espacio dominado por el espíritu degradado de los enemigos de la verdadera fe”. Este nuevo estilo de ortodoxia rusa y su aliado Putin, serían los llamados a luchar contra el Anticristo que ha dominado en Occidente.
Putin solo no podría haber encarnado este ideal; necesitaba una religión que lo sustentara.
¿Una nueva religión?
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