El cuarto domingo de Cuaresma, la Santa Iglesia prepara para los fieles un descanso del siempre presente color púrpura. Es el Domingo Laetare, o domingo de la alegría, donde todos los elementos están centrados en el presagio de la Pascua.
Redacción (10/03/2024, Gaudium Press) La Cuaresma es un tiempo penitencial de oración, ayuno y limosna, donde el color litúrgico es el morado. Sin embargo, durante este tiempo tenemos un momento de alegría, donde el color litúrgico cambia del morado al rosa. Se llama “Domingo Laetare”, o “Domingo de la Alegría”, pero ¿sabes por qué?
El Cuarto Domingo de Cuaresma recibe estos nombres porque así comienza en este día la Antífona de Entrada a la Eucaristía: “Laetare, Ierusalem, et conventum facite omnes qui diligites eam; gaudete cum laetitia, qui in tristitia Fuistis; ut exsultetis, et satiemini ab uberibus consolationis vestrae” (“¡Alégrate Jerusalén! Reuníos todos los que la amáis; vosotros los que estáis tristes, alegraos de alegría! Saciaos con la abundancia de sus consuelos”), según Isaías 66, 10 -11.
Disposición del ambiente
Para esta fiesta de alegría y de perdón, la Santa Madre Iglesia permite que un cierto regocijo regrese a la Santa Celebración. En primer lugar, tenemos las exuberantes flores que no aparecieron en el altar. El cuarto domingo de Cuaresma, o Domingo Laetare, todo el presbiterio estará colorido con hermosos arreglos.
Los instrumentos también brillarán, felices de volver a sonar. El coro preparará una música más exultante, a diferencia del sencillo órgano que sonaba durante las Santas Misas de Cuaresma.
Otra disposición permitida en los Santos Ritos de la Misa serán los colores de las vestiduras: el morado de la penitencia se suaviza con la alegría, generando el rosa del Domingo Laetare. También estará presente en el velo que cubre el Cáliz. Finalmente, aún persisten algunas restricciones: no se canta “Gloria a Dios” ni se escucha el “Aleluya” antes del Evangelio. Seguimos camino del gozo eterno, simbolizado por la Resurrección de Cristo en Pascua.
Domingo de rosas
Este domingo también ha sido llamado “Domingo de las Rosas”, porque, en la antigüedad, los cristianos solían regalarse rosas entre sí. Y aquí es donde aparece la “Rosa de Oro”.
En el siglo X surgió la tradición de la “Bendición de la Rosa”, cuando el Santo Padre, el cuarto domingo de Cuaresma, se dirigió desde el Palacio de Letrán hasta la Basílica Estacional de la Santa Cruz en Jerusalén, llevando en su mano izquierda una rosa de oro que significaba alegría ante la proximidad de la Pascua. Con su mano derecha, el Papa bendijo a la multitud. Al regresar procesionalmente a caballo, el Papa hizo que su montura fuera conducida por el alcalde de Roma. Al llegar, entregó la rosa al alcalde, en reconocimiento a sus actos de respeto y homenaje.
Entonces, comenzó la costumbre de ofrecer la “Rosa de Oro”, a personalidades y autoridades que mantenían una sana relación con la Santa Sede, como príncipes, emperadores, reyes…
En 1888, León XIII envió una rosa de oro a la princesa Isabel. En los tiempos modernos, los papas suelen enviar este símbolo de afecto personal a santuarios destacados. Por ejemplo, el Santuario de Nuestra Señora de Fátima recibió una Rosa de Oro de Pablo VI en 1965, y la Basílica de Nuestra Señora de Aparecida recibió una de Pablo VI en 1967 y otra de Benedicto XVI en 2007.
Disposición de los fieles
Para cada persona en particular, la Santa Iglesia desea que, con tantos elementos de alegría y de perdón, los fieles descansen su alma de las dificultades de la penitencia. Esto no significa abandonarla; es como un viajero en un camino complicado: hoy es el día para sentarse al costado del camino y contemplar el panorama. Beban un poco del aire puro de la Misericordia de Dios, dejando, en un segundo plano, el pensamiento en las dificultades del pasado, en las complicaciones del futuro. Hoy es el día de agradecer por tantos regresos a la casa del Padre, y por cada vez que Él nos acoge y perdona, con alegría.
Por último, no olvidemos transmitir esa misma alegría a quienes nos rodean. Es hora de ser más generosos, más dedicados, menos exigentes o insensibles; Dios nos da tantos beneficios: ¿por qué no extenderlos a quienes, como nosotros, también los necesitan?
Que Nuestra Señora bendiga el Domingo Laetare de cada uno y haga de esta celebración una entrada digna a los misterios futuros que viviremos: la pasión de Cristo. Al fin y al cabo, el viajero sería incauto si, embelesado por las alegrías que le rodean, se olvidara de recorrer el camino.
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