El Santo trata del vaciarse a sí mismo.
Redacción (12/05/2020 09:14, Gaudium Press) En su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, San Luis María Grignion de Montfort propone que antes de consagrarse como esclavo de amor a Nuestra Señora, el devoto tenga un conocimiento claro de su propia miseria, particularmente a la hora de practicar cualquier acción en orden a la vida eterna: “Por naturaleza somos más orgullosos que los pavos reales, más pegados a la tierra que los sapos, más viles que los machos cabríos, más envidiosos que las serpientes, más glotones que los cerdos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las tortugas, más débiles que los carrizos [plantas rastreras] y más volubles que las veletas”. 1
Esa noción de la miseria propia no es fácil de conseguir, y es sobre todo fruto de una gracia, que también hay que pedir.
Es por eso, explica el Santo, que Jesús exige que quien lo quiera seguir renuncie a sí mismo, es decir, a ese hombre viejo que es fundamentalmente miseria. Por ello, debemos “vaciarnos a nosotros mismos” para que sea la Virgen quien habite en nosotros.
Pero ¿qué significa ‘vaciarse a sí mismo’?
San Luis María profundiza en este importantísimo asunto.
“Para vaciarnos a nosotros mismos, es preciso que todos los días muramos a nosotros mismos: es decir, que se necesita renunciar a las operaciones de las potencias de nuestra alma y de los sentidos de nuestro cuerpo; que debemos ver como si no viésemos, oir como si no oyésemos, servirnos de las cosas de este mundo como si no nos sirviésemos de ellas, lo cual llama San Pablo morir todos los días: Quotidie morior”.
Advierte el Santo de Montfort, que quien no busca este vaciarse, quien no muere a sí mismo, hará que todas sus devociones y frutos “sean inútiles; todas nuestras obras de justificación quedarán manchadas por nuestro amor propio y nuestra propia voluntad, lo cual hará que Dios abomine los mayores sacrificios y las mejores acciones que realicemos”.
Es preciso entonces que en todo lo que emprendamos, pidamos a Dios:
1) Hacer su voluntad y no la propia. Que sea lo que Él quiera y lo que la Virgen quiera.
2) Que seamos cada vez más dóciles a escuchar cuál es esa voluntad. Que veamos, que escuchemos con los ojos y oídos del espíritu, aquello que Dios y la Virgen quieren que hagamos.
3) Que constantemente tengamos presentes nuestra miseria y suciedad, para que desconfiemos de nuestras propias operaciones.
4) Que pidamos que sea el Espíritu Santo a través de su Fidelísima Esposa, Nuestra Señora, el que nos inspire y actúe en nosotros, después de habernos vaciado a nosotros mismos.
Todo lo anterior es también fruto de la gracia. Por eso hay que pedirla a la Reina de la Gracia.
Por Carlos Castro
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