Para entender un poco la atmósfera que se vivía en Jerusalén en la Semana Santa, debemos recordar lo que sucedió unos meses antes.
Redacción (08/04/2022 09:38, Gaudium Press)
Un ambiente de tensión…
Para entender un poco la atmósfera que se vivía en Jerusalén en la Semana Santa, debemos recordar lo que sucedió unos meses antes. La tensión se respiraba en el ambiente; dos hechos importantes habían detonado el odio satánico de los fariseos contra nuestro Señor:
En primer lugar, la proclamación que Jesús hace de Él mismo como Dios verdadero en el propio Templo (Jn 8, 58). Esto escandalizó sobremanera a los fariseos y por eso intentaron apedrearlo allí mismo, pero Él se les escabulló; y en segundo lugar, la reciente resurrección de San Lázaro en Betania. Lázaro era un hombre de gran influencia y proyección en Jerusalén, y este enorme milagro, el mayor en toda la vida del Salvador, no podía permanecer en silencio por mucho tiempo: aumentaría considerablemente la fama de Jesús.
Por tal razón, Nuestro Señor decidió irse tres meses antes de la Pascua es decir en la segunda mitad del mes de diciembre, al otro lado del Jordán, al territorio llamado Perea, lejos de Jerusalén, donde los fariseos tenían poca influencia. María Santísima acompañó a Nuestro Señor a este lugar no sin grande preocupación, pues en cualquier momento los fariseos podrían atentar contra la vida de su Divino Hijo. Ella recordaba a cada instante la profecía que le había anunciado el profeta Simeón cuando fue a presentar al Divino Niño al Templo: “Una espada atravesará tu corazón” (Lc 2, 35), y estaba dispuesta a eso y a mucho más si fuera necesario con tal de acompañar, animar y sustentar a su Divino Hijo en la obra de la Salvación, y por eso lo seguía de cerca por doquier que fuere.
El viernes anterior al Domingo de Ramos
El viernes anterior al Domingo de Ramos volvió Nuestro Señor con su Santísima Madre de Perea a Betania. De camino pasaron por la ciudad de Jericó y allí sucedieron dos milagros dignos de nota: a la llegada a la ciudad, la conversión de Zaqueo el publicano (Lc 19, 1-10) y a la salida la curación del ciego Bartimeo (Mc 10, 46-52).
Llegando a Betania se hospedaron como era su costumbre, en la casa de sus amigos San Lázaro, Santa Marta y Santa María Magdalena; también San Pedro, Santiago y San Juan fueron recibidos en el mismo lugar, mientras que los otros apóstoles y discípulos se alojaron dispersados por la ciudad.
El sábado anterior al Domingo de Ramos
El sábado en la mañana, como era el día consagrado al Señor, el Divino Salvador fue al Templo con unos pocos de sus discípulos, en secreto para no llamar demasiado la atención de la gente; la Santísima Madre por su parte, permaneció en oración con las Santas Mujeres en Betania.
A la tarde, fueron convidados a cenar en la misma ciudad de Betania, pero en la casa de un hombre llamado Simón el Leproso, al que había curado nuestro Señor. Es en este lugar en donde se da la conmovedora escena en la que Santa María Magdalena, arrebatada de amor por el Salvador, le derrama sobre su cabeza y sobre sus pies una gran cantidad de perfume de nardo puro como muestra de su cariño y gratitud por todo lo que había hecho por ella, de manera especial por haberla sacado de la mala vida que llevaba. Podemos ver detrás de este sencillo gesto la discreta mano de la Santísima Virgen quien debió seguramente inspirar en la Magdalena esos bellos y sinceros sentimientos de contrición y adoración.
Por el contrario, Judas el traidor, tomado ya por la ambición y la avaricia, critica el proceder de Santa María Magdalena diciendo cínicamente que se hubiera podido usar el dinero del perfume para “dárselo a los pobres” (Jn 12, 5). Nuestro Señor Jesucristo lo reprende fuertemente defendiendo el afecto y la generosidad con que lo hacía, argumentando que la honra a Dios es más importante que “atender a los pobres” y finalmente le demuestra lo simbólico de este hecho, pues anticipa de esta forma las honras fúnebres que recibirá justamente ocho días después.
Después de esto, Judas saldría adonde los Sumos Sacerdotes para consumar su crimen infame y concertar con ellos la fianza por la cual entregaría a Jesús.
No podemos creer que, viendo la situación de esta alma dura, empedernida y sumergida en el fango inmundo del pecado, María Santísima no hubiera hecho lo posible y hasta lo imposible para poder salvarla. Quizá antes de salir, Ella misma le debió dirigir unas palabras para ablandar su corazón e intentar suscitar en él algún sentimiento de contrición, pero no lo logró. Ni las palabras más dulces de la faz de la tierra que una madre pudiera pronunciar, pudieron penetrar ese duro corazón enceguecido por el orgullo, quizás, ésta fue para él su última oportunidad…
Por Guillermo Torres Bauer
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