sábado, 28 de junio de 2025
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¿Qué une una rosa quebrada a una archiduquesa y a un cristal? El lindo y entretenido reino de las ‘correlaciones’

La necesaria unión de la metafísica con la ‘carne’.

Louise Elisabeth Vigee Lebrun Marie Antoinette dit a la Rose Google Art Project

María Antonieta dicha ‘à la rose’, por Madame Vigée-Lebrun

Redacción (28/06/2025 11:41, Gaudium Press) En una reunión memorable con algunos de sus discípulos (bien, las reuniones con él eran todas memorables…), el prof. Plinio Corrêa de Oliveira decía que no entendía, y más teniendo en vista las actuales generaciones, que la enseñanza de principios no se revistiera del ropaje de los ejemplos concretos.

Es más, él afirmaba que esa era una de las intenciones de Dios al crear el Universo, el que a los principios metafísicos correspondiesen realidades simbólicas creadas, palpables, tangibles, y viceversa, que de la consideración de la realidad palpable se partiera a los principios metafísicos.

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O sea, que si por ejemplo quisiésemos explicar que ‘el todo es más que la suma de las partes’, eso tendría p. ej. un simbolismo en una rosa roja marchita a la que se hubieran caído los pétalos: vemos que están ahí todas las partes de la rosa, el cáliz con sus sépalos, el tallo y sus verdes hojas, incluso todos los pétalos que conformaban la corola, esa corona de la reina de las flores: pero no, por más que estén todos los pedazos, no serán sino elementos tristes, prontos a ser magullados por un caminante descuidado, y estarán lejos del canto de ese bello Todo llamado Rosa.

¿No quedó más claro el principio metafísico con ese ejemplo concreto? Evidente que sí.

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Foto: Daniela Crucez / Unplash

Si quisiéramos tornarlo aún más dramático, hasta podríamos hablar de la copa quebrada. Podrán estar ahí todos los elementos, el tallo de la copa, la base que da origen y sostiene el tallo, todas las partes del cáliz, regadas por el suelo o sobre la mesa, pero eso no será sino el triste llanto del todo-copa, pues se ha roto la unidad. Igual, si vamos a explicar qué es unidad, podemos recurrir al diccionario y encontrar que es la propiedad de todo ser que no puede dividirse sin que su esencia se altere. Pero esta explicación, por muy acertada que sea, se encontrará con las miradas vacías de nuestros jóvenes escuchas, si no les mostramos p. ej. la copa rota, y les decimos que ahí se ha quebrado la unidad, pues ya no está la esencia de copa, sino que lo más que podría decirse es que es una copa rota, copa esta que a su vez puede ser símbolo de una tragedia irremediable.

—Ah, pero así, con tanta floritura y detalles nimios no hablaba Santo Tomás, por ejemplo en la Suma Teológica, dirá un supuesto objetante, que hasta podría ser el profesor de escolástica de un seminario.

La respuesta a la objeción, creemos no tan complicada.

La primera parte sería, que los chicos de hoy no son los de la Edad Media. Los de ahora, criados por el cine, la televisión y el internet, es decir por las imágenes, y sin mucho recorrido en el campo de las abstracciones, están casi en las antípodas de quienes un día compartieron pupitre con Duns Scoto.

Pero además, la Suma Teológica es escrita a la manera de compendio, y es forzoso que un compendio, que busca abarcar un amplio conjunto, debe tender a lo esquemático. Y sin embargo, es igualmente cierto que en la Suma Santo Tomás no negó numerosos ejemplos concretos.

Por otra parte, y es algo que acostumbraba a recalcar el Dr. Plinio, el Universo está lleno de ‘correlaciones’, es decir seres que representan o simbolizan a otros seres o cualidades de seres, y el descubrir esas correlaciones, además bastante entretenido, nos ayuda a encontrar la huella de Dios en la Creación, el mensaje oculto que manda Dios de sí por medio de la Creación.

Por ejemplo, no es casualidad que alguien diga de otro que tiene nariz de águila, porque esto puede ser algo evidente. Pero incluso podemos ir más allá, y al ver un rostro, intuir cuál es la impresión psicológica que él nos causa y relacionarlo con otro ser, sea un animalito, o la textura y el color de un tejido, o de una piedra.

Consideremos este óleo de la duquesa María Josefa de Austria, que en un tiempo se creyó de María Antonieta.

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Cada quien, de acuerdo con su sensibilidad, a los recuerdos de historia de vida, podrá decir que la joven archiduquesa le parece un cisne, o un armiño (de hecho, el forro de su manto es de piel de armiño). O enfocando la atención en su rostro, algún otro podría decir que su frente amplia sugiere la luz blanca de la inteligencia,o que  su mentón —bastante definido para una dama— habla de una personalidad que se afirma como el cristal, no escandalosa pero firme. La forma de sus labios tal vez podría indicar una candidez que aún no ha conocido las amarguras de limón de esta vida, y que sus mejillas sonrosadas ostentan la frescura de un campo de tulipanes rojos en flor. Intentando resumir el ‘mensaje’ de ese bello rostro, tal vez hasta podríamos hablar de una rosa entre rosada y roja, lo contrario de la de arriba, es decir, en toda la vitalidad resplandeciente de la juventud. Hemos correlacionado, a la princesa con un cisne, con un armiño; su frente con la luz, su mentón con una roca de cristal; su rostro con el de una rosa.

¿Perdimos el tiempo? En absoluto.

Porque al final hemos querido hacer este ejercicio a la manera de peregrinación.

A Dios Sacramentado se puede ir como quien camina a un Santuario, al que cuando se llega se va directo al sagrario, para hacer adoración.

Pero hasta el Creador se puede ir también recorriendo las páginas del maravilloso libro abierto de la Creación.

Quien habla de principios metafísicos, expresados en la carnatura de los ejemplos, en el fondo está hablando del Autor de los principios metafísicos. Quien habla de un cisne, de un armiño, quien piensa en el cristal, quien considera una joya de la civilización como es una archiduquesa de Austria, quien ve todos esos seres en sus cualidades, le es fácil apuntar al Autor de los seres y las cualidades, Dios, en quien esas cualidades están en grado absoluto.

Pero en ese ejercicio de caminar hacia Dios en la contemplación de su gran ‘Catedral’ que es el universo, son necesarísimas las ‘correlaciones’, las que podemos imaginar como avenidas de piedras preciosas, que conectando unos seres con otros, terminan conduciendo no a Roma, sino al Cielo donde habita Dios.

Por lo demás, ¿no se siente que navegando por las correlaciones del universo, la vida se hace bastante entretenida? Además que con mucha frecuencia, Dios baña este ejercicio con el frescor del rocío de su gracia.

Por Saúl Castiblanco

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