Es sabido que el tema de la mala gestión financiera fue una de las consideraciones de los cardenales durante las Congregaciones Generales que precedieron al último cónclave. León XIV asumió el cargo con el mandato de poner orden, pasara lo que pasara.
Foto: Vatican News
Redacción (27/08/2025 09:38, Gaudium Press) El Vaticano inicia el pontificado de León XIV en medio de una tormenta financiera que no se puede calmar con gestos simbólicos. El nuevo Papa hereda no solo una curia marcada por divisiones internas y resistencias estructurales, sino, sobre todo, un balance económico que muestra déficits históricos, un fondo de pensiones en colapso y una creciente pérdida de confianza entre los fieles y los donantes. La narrativa de progreso que ha caracterizado los últimos años, con auditorías positivas del Instituto para las Obras de Religión y avances en la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, no oculta un hecho esencial: el Vaticano gasta más de lo que recauda, poniendo en riesgo la sostenibilidad a largo plazo de la maquinaria curial debido a la falta de transparencia financiera.
El periodista Ed Condon, de The Pillar, advirtió en un análisis reciente que la gran tentación de cualquier nuevo pontífice es ceder a la cultura de los “hechos alternativos” que impregna el Vaticano. Siempre hay quienes están dispuestos a presentar cifras filtradas, diagnósticos incompletos y soluciones mágicas, encubriendo una realidad incómoda. El peligro, por lo tanto, no reside solo en el déficit, sino en la incapacidad de abordarlo seriamente. Francisco entregó una Santa Sede con un banco reformado, sí, pero con una estructura presupuestaria aún desequilibrada. El desafío ahora es resistir la tentación de prometer reformas espectaculares y evitar la parálisis ante el abismo financiero. El nuevo Papa deberá elegir cuidadosamente a aquellos que escuchará y encontrar la razón del fracaso de décadas en la gestión de las finanzas del Vaticano.
Las cifras no dan lugar a ilusiones.
En 2023, el déficit operativo fue de alrededor de 83 millones de euros, y el agujero en el fondo de pensiones varió según la fuente: entre 630 millones y 1.500 millones de euros en pasivos actuariales. Esta discrepancia en las cifras ya revela la dificultad de evaluar con precisión la realidad. La nómina de aproximadamente 4.200 empleados pesa mucho sobre el presupuesto, y el Vaticano carece de la flexibilidad fiscal de un estado normal ni la capacidad para emitir deuda soberana. De hecho, el Vaticano vive principalmente de los ingresos generados por sus museos, ingresos inmobiliarios, donaciones y algunas instituciones académicas y hospitalarias. Este modelo es frágil y depende de factores externos como el turismo en Roma y la generosidad de los católicos norteamericanos, que ya dan señales de saturación.
No se trata solo de números sobre el papel. Los escándalos recientes han minado la confianza. Uno de los casos más significativos es la inversión multimillonaria en bienes raíces de lujo en Londres, que resultó en pérdidas de más de 140 millones de euros, dejando la imagen de una curia sin capacidad de discernimiento económico, vulnerable a intermediarios sin escrúpulos y marcada por disputas internas que terminan en los tribunales. El juicio al cardenal Becciu y la posterior pérdida de poderes de la Secretaría de Estado fueron una humillación pública para la institución. La transferencia de la autoridad sobre los activos financieros de la Secretaría a la APSA no fue solo una reforma administrativa, sino una admisión tácita de que el núcleo de la diplomacia papal no había protegido ni gestionado los recursos que se le habían confiado.
Otro caso emblemático es el de Libero Milone, quien fue nombrado auditor general en 2015 y destituido dos años después por presunto espionaje a miembros de la Curia. Afirma que fue destituido porque descubrió fondos ocultos y resistencia interna a la transparencia. Hace años, él acciona judicialmente al Vaticano por despido improcedente y sigue advirtiendo del riesgo de colapso del sistema sin una reforma estructural. “La Iglesia solo sobrevivirá si sanea sus finanzas”, declaró en entrevistas, enfatizando que sin transparencia, no habrá donantes. Su testimonio resuena entre quienes conocen a fondo la maquinaria curial; no es falta de fe, es mala gestión. Y la mala gestión cuesta caro.
Una disyuntiva, una opción dolorosa
El fondo de pensiones es la bomba de relojería más evidente. Durante décadas, las contribuciones insuficientes y las generosas promesas a los empleados han acumulado un déficit indisimulado. Para una institución con menos de cinco mil empleados, un pasivo potencial superior a mil millones es insostenible. O bien se realizan contribuciones extraordinarias —lo que implicaría liquidar activos, vender bienes inmuebles o recaudar donaciones específicas— o bien se recortan beneficios futuros, con implicaciones tanto humanas como políticas. Francisco evitó medidas drásticas, pidiendo que no se produjeran despidos masivos e impulsando políticas laborales. Pero las matemáticas son implacables, y todo indica que León XIV tendrá que elegir entre la impopularidad de los ajustes dolorosos y el riesgo de un colapso financiero.
Si la herencia que recibe León XIV es amarga, su biografía puede ser una ventaja. Robert Prevost, agustino de Chicago, no es un diplomático de carrera ni un teólogo abstracto. Con formación en matemáticas y experiencia administrativa en la orden religiosa, tiene reputación de ser un gestor pragmático como obispo. Si bien esto no significa que posea una varita mágica, Prevost comprende claramente los números y puede evitar medidas drásticas que no resuelven nada. Sus orígenes estadounidenses lo acercan a grandes donantes que históricamente han apoyado el Óbolo de San Pedro y otras iniciativas. Su imagen de seriedad puede servir para reconstruir la confianza perdida, especialmente en Estados Unidos, donde la transparencia financiera es un requisito básico de cualquier institución. También es sabido que el problema de la mala gestión financiera fue una de las consideraciones de los cardenales durante las Congregaciones Generales que precedieron al último cónclave. León XIV asumió el cargo con el mandato de poner orden, pasara lo que pasara.
En las primeras semanas de su pontificado, León XIV ya demostró su comprensión de la gravedad del problema al lanzar una campaña de recaudación de fondos para apoyar el Óbolo de San Pedro, incluso proyectando un vídeo en la Plaza de San Pedro en junio de 2025. Sin embargo, un gesto es insuficiente. Las campañas emotivas pueden generar algunos millones, pero no pueden resolver déficits estructurales que ascienden a decenas de millones anuales. La verdadera batalla consistirá en reequilibrar el presupuesto sin comprometer la misión universal de la Iglesia. Para ello, no basta con pedir más donaciones; es necesario convencer de que el dinero se utilizará con prudencia.
La solución requerirá medidas contundentes. El Vaticano deberá revisar la gestión de sus propiedades, muchas de las cuales están infrautilizadas o presentan déficit. Vender parte del patrimonio siempre es una opción controvertida, ya que simbólicamente parece traicionar la idea de permanencia. La racionalización de los recursos humanos también deberá estar en la agenda. Es cierto que despedir a empleados del Vaticano es políticamente delicado y pastoralmente doloroso, pero es posible reducir costos mediante jubilaciones incentivadas, la congelación de nuevas contrataciones y una revisión de las prestaciones sin romper abruptamente el pacto social. Francisco quiso que los cardenales pagaran el alquiler de sus apartamentos en Roma como medida de austeridad y prohibió a los empleados de la curia recibir regalos o estipendios superiores a 40 euros. No está claro si el pontificado de León XIV reforzará medidas como estas, que han demostrado ser impopulares y económicamente ineficaces.
El tema de la auditoría es, sin duda, el más delicado. El caso Milone demostró que la cultura vaticana requiere una mayor transparencia. Pero sin auditores independientes, la credibilidad externa seguirá viéndose comprometida. León XIV tiene esa probable disyuntiva: o se alinea con el instinto de supervivencia de la Curia o enfrenta esta realidad, rehabilitando un organismo con verdadera independencia. No será fácil, porque tocar los secretos financieros de la Santa Sede es siempre una fibra sensible entre ciertos clérigos acostumbrados a gestionar sin rendir cuentas. Ed Condon tiene razón: la crisis solo se podrá superar si el Papa lucha contra la cultura del ocultamiento y aborda una realidad difícil como es.
El dilema de León XIV no es teórico. Toda decisión tendrá repercusiones inmediatas. Un ajuste drástico al fondo de pensiones puede salvar las cuentas, pero generar indignación entre los empleados y los cardenales jubilados. Vender activos puede mejorar el flujo de caja del Vaticano, pero provocará críticas de que se está deshaciendo de su patrimonio histórico. Una campaña de recaudación de fondos puede traer un alivio momentáneo, pero sin reformas profundas, parecerá simplemente otro grito desesperado de ayuda. El equilibrio entre la firmeza del gobernante y la paciencia del pastor es tenue.
León deberá afrontar el caos con serenidad, porque no tiene sentido presionar si el resultado es solo pánico y pérdidas millonarias. Hemos visto reformas radicales que resultaron en pérdidas multimillonarias. León XIV necesita comprensión histórica, memoria institucional e inteligencia práctica para trazar un futuro donde prevalezca la transparencia en todas las transacciones financieras de la Santa Sede.
Se acabó el tiempo de los atajos. El Papa, que comenzó su pontificado presentándose como matemático y administrador, tendrá que demostrar que no solo sabe rugir, sino también calcular. Se vislumbra una era de reformas, pero estas solo darán frutos si comienzan con una reforma de la cultura financiera del Vaticano. En última instancia, quizás la humildad ante los números sea el factor que salve a la Santa Sede del colapso.
Por Rafael Tavares
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