La Beata Emmerich describe lo que habría sucedido la noche del nacimiento del Salvador. En una reunión el Dr. Plinio comentó esos textos.
Redacción (18/12/2024 19:06, Gaudium Press) La Beata Ana Catalina Emmerich (1) describe lo que habría sucedido la noche del nacimientos del Salvador. En una reunión el prof. Plinio Corrêa de Oliveira comentó esos textos:
Describe [la Beata Emmerich], pues, lo que habría sucedido la Noche de Navidad. San José, avisado por Nuestra Señora del inminente nacimiento del Niño, se dispuso a preparar el pesebre en la cueva de Belén para recibir al Hijo de Dios. El modo en que lo hizo es extremadamente hermoso: extendió una capa de delicadas plantas y, sobre éstas, bonitas flores que encontró en un prado cercano, cubriéndolo todo con una modesta colcha traída por la Santísima Virgen.
Me parece de una rara elegancia la idea de que el Niño Jesús pudiera dormir su primera noche sobre flores —tal vez unos lirios del campo que Salomón, en toda su gloria, no logró imitar— y, cosa aún más espléndida a los ojos de Dios, envuelto en una colcha tejida por Nuestra Señora.
Según la vidente, aproximadamente una hora antes del nacimiento, tras otro aviso de María Santísima, San José encendió varias lámparas que había llevado para esa ocasión y las suspendió de unas pértigas que había a ambos lados de la cueva. Fueron los primeros fuegos artificiales que brillaron en alabanza al Niño Jesús.
Magnífica e intensísima luz dorada
Llegó entonces el momento culminante del nacimiento del Hombre-Dios. En las visiones de Ana Catalina Emmerich, ¿cómo sucedió?
Es dogma de fe que Nuestra Señora fue virgen antes, durante y después del parto. Por lo tanto, sería necesario presentar este nacimiento virginal rodeado de un inmenso misterio. Y narra ella lo siguiente: San José, aunque padre legal, pero no natural, de aquel niño, no debía presenciar ese instante glorioso, pues era algo que sólo debía ser visto por Dios y María Santísima. Entonces —¡delicadeza de la Providencia!— una ovejita se acercó a la cueva y empezó a balar, haciendo un ruido que podría molestar a la Virgen en aquel momento; y San José embebido de solicitud por la divina Madre, salió y fue tras aquel animalito para calmarlo y alejarlo de allí.
Ahora bien, al regresar a la cueva, la parte que él había acomodado como dormitorio de Nuestra Señora, separada por unas paupérrimas esteras, se hallaba inmersa en una magnífica e intensísima luz dorada. San José se dio cuenta de que María estaba de rodillas, con las manos cruzadas sobre el pecho y mirando hacia Oriente, en elevadísima meditación. El patriarca entendió que no debía avanzar más. La luz dorada lo apartó de esa escena única, cuyo contenido real sólo habrá sido presenciado por Dios y los ángeles.
Un niño bello como un relámpago
San José se retiró a otro rincón de la cueva y allí se puso en oración. Cuenta Ana Catalina Emmerich que una luz muy brillante comenzó a extenderse desde Nuestra Señora y envolver todo el ambiente. A medida que este fulgor ganaba intensidad, la Virgen María se iba elevando del suelo, y ya se encontraba a buena distancia de éste cuando San José finalmente abandonó su lugar para ver lo que estaba pasando. Entonces, Nuestra Señora, en un éxtasis maravilloso, le comunicó: ¡el Niño ha nacido!
Dirige la mirada al suelo y ve al recién nacido, un niño —en palabras de Ana Catalina— «bello como un relámpago», es decir, más luminoso y espléndido que la propia luz que clareaba la cueva en ese momento. Era el lumen Christi, cerca del cual se eclipsan todas las demás luces.
De seguido ocurre esta escena: Nuestra Señora sale del éxtasis, baja de nuevo al suelo y permanece una hora entera contemplando al Niño que había nacido sobre un tejido extendido por Ella. Así pues, el Hombre-Dios había venido al mundo en la mayor penuria material posible.
Transcurrido ese período de adoración, María Santísima se levanta, toma al Niño, bello como un relámpago, y lo coloca en los brazos de San José. ¡Imagínense la felicidad del esposo virginal de Nuestra Señora al sentir ese frágil cuerpo del Dios humanado! También él venera al Hijo del Altísimo recostado en ese primer pesebre que fueron sus propios brazos. Luego, lo deposita en el pesebre, junto al cual la Virgen y él se arrodillan, permaneciendo los dos en oración, en un silencio angélico y celestial.
Primera adoración nocturna de la historia
Mientras tanto, todo el entorno, hasta las propias piedras de la cueva, estremecían de esplendor y alegría, apreciándose un como regocijo incluso en los seres inanimados, porque el Niño Jesús había nacido. En verdad, ese gozo que existía en la cueva era el de toda la naturaleza, transformada por aquel acontecimiento indescriptible. Las flores se abrían y exhalaban magníficos perfumes, los aromas del follaje eran estupendos y una luz cada vez más intensa comenzó a brillar sobre la cueva. Y ese resplandor fue el que llamó la atención de los pastores acampados en los alrededores.
Vemos, a través de estas descripciones, el tacto con el que Ana Catalina presenta el nacimiento del Niño Dios, con sus delicados aspectos, la conducta de San José, la actitud de la Santísima Virgen, el parto misterioso, en fin, todo perfecto, tal y como podría haber ocurrido.
La vidente también narra que, al cabo de un rato, estando el Niño en el pesebre, San José se preocupó por Nuestra Señora y, aunque Ella no mostraba cansancio, le llevó un asiento y el lecho de reposo de la Santísima Virgen, por si quisiera descansar. Los dos permanecieron recogidos en elevada oración, y así empezó la primera adoración nocturna de la historia.
Si pensamos en el Niño bello como un relámpago y su Madre hermosa como la luna, entenderemos un poco mejor la maravillosa fragancia de la Navidad.
Inusitada alegría sentida en toda la tierra
Como hemos señalado antes, Ana Catalina dice que la luz que brillaba en la cueva sirvió de aviso a los pastores de Belén, los cuales se enteraron así del nacimiento de Jesús. Ella describe este aspecto de la Natividad de una forma muy edificante, atractiva y piadosa, propia a infundir devoción y fervor en nuestras almas. Leyéndola, comprendemos que sería lógico y razonable que las cosas hubieran pasado de esa manera. Narra la vidente:
«He visto en muchos lugares, hasta en los más lejanos, una insólita alegría, un extraordinario movimiento en esta noche. He visto los corazones de muchos hombres de buena voluntad reanimados por un ansia, plena de alegría, y, en cambio, los corazones de los perversos llenos de temores».
Esta descripción nos hace pensar en los días mejores que la Providencia le reserva a la cristiandad, cuando Nuestra Señora ejercerá de hecho su realeza sobre el mundo, y entonces todo lo bueno, noble y bello florecerá en la humanidad: los hombres desearán el bien con alegría; el sacrificio, la dedicación y la renuncia, en el entusiasmo de su alma.
La naturaleza festeja el nacimiento del Salvador
«Hasta en los animales he visto manifestarse alegría en sus movimientos y brincos».
Imaginemos una magnífica noche de Oriente, la hermosa naturaleza bañada por una soberbia luz de la luna y envuelta a una temperatura suave. Ovejas, cabras y otros animales empiezan a brincar y a jugar, los pájaros revolotean y cantan, las flores desprenden su mejor perfume. Es la fiesta de la naturaleza por el nacimiento del Salvador.
Subrayo lo razonable que es que esto haya sucedido. En efecto, está en consonancia con el orden natural de las cosas que, al venir al mundo el Niño Jesús, a quien está sometida toda la naturaleza, ésta se alegrara con la presencia de su divino Bienhechor y expresara su satisfacción manifestando un mejor colorido, una mayor belleza, etc.
«Las flores levantaban sus corolas, las plantas y los árboles tomaban nuevo vigor y verdor, y esparcían sus fragancias y perfumes. He visto brotar fuentes de agua de la tierra».
Ese brotar de las fuentes de agua de la tierra me parece altamente simbólico. El manantial que fluye, la vida que surge del suelo, representa las gracias que se extienden sobre los hombres. El agua significa vida y vigor para la tierra; la gracia es un factor vivificante para el alma humana.
«El cielo tenía un color rojo oscuro sobre Belén, mientras se veía un vapor tenue y brillante sobre la gruta del pesebre, […] y el valle de los pastores».
Otra hermosa descripción. Hemos oído hablar de las auroras rosadas, conocemos crepúsculos rojizos, pero un cielo nocturno con este tono rojo intenso debe haber reflejado un esplendor especial. Y sobre la cueva, una niebla iluminada, atrayente, repleta de misterios.
La «torre de los pastores», símbolo de la Iglesia
«A distancia doble de la gruta del pesebre se encontraba lo que llamaban la torre de los pastores. Era un gran andamiaje piramidal, hecho de madera, que tenía por base enormes bloques de la misma roca: estaba rodeado de árboles verdes y se alzaba sobre una colina aislada en medio de una llanura. Estaba rodeado de escaleras; tenía galerías y torrecillas, todo cubierto de esteras».
Ana Catalina explica que ése era el punto de observación donde convergían todos los pastores de la región y se quedaban durante la noche vigilando sus rebaños.
Creo que esta torre de los pastores es un hermoso símbolo de la Iglesia Católica: los obispos, con sus rebaños, que se congregan en la única torre de la Iglesia, en el sentido estructural de la palabra, que es la cátedra de San Pedro. Desde lo alto de ésta, el Pastor de los pastores lanza su mirada vigilante para defender al redil contra lobos y ladrones.
También la vidente dice que esa torre emergía de entre los árboles, en lo alto de una colina completamente aislada. El resto era llano. Una vez más, algo que recuerda al papado, porque en equiparación con éste todo parece llano. El romano pontífice es la autoridad suprema, el más augusto jerarca de la Iglesia y, como tal, el jerarca más grande del universo, porque ningún hombre poderoso en el orden temporal puede compararse con él.
«Desde lejos [la torre] producía la impresión de un gran barco con muchos mástiles y velas. Desde esta torre se gozaba de una espléndida vista de toda la comarca. Se veía a Jerusalén […]. Las familias de los pastores habitaban esos lugares en un radio de unas dos leguas. Tenían granjas aisladas, con jardines y praderas. Se reunían junto a la torre, donde guardaban los utensilios que tenían en común».
Es interesante imaginar esas casas de las familias de los pastores desperdigadas alrededor de la torre, con sus jardines y granjas. Sobre todo esto cae la noche, volviéndose misteriosa, magníficamente púrpura y a lo lejos una neblina blanca, iluminada, que comienza a nacer. ¿Cómo habrá sido el deslumbramiento de los vigías ante este espectáculo?
El anuncio de los ángeles a los pastores
«Al nacimiento de Jesucristo vi a estos tres pastores muy impresionados ante el aspecto de aquella noche tan maravillosa […]. Entonces vieron maravillados la luz extraordinaria sobre la gruta del pesebre. […] Subieron a su mirador dirigiendo la vista hacia la gruta. Mientras los tres pastores estaban mirando hacia aquel lado del cielo, he visto descender sobre ellos una nube luminosa, dentro de la cual noté un movimiento a medida que se acercaba».
Se entiende que se trata del anuncio de los ángeles, que no aparecen de repente, sino que van precedidos de una nube luminosa que prepara el corazón de los pastores para la buena nueva. Cada vez más brillante y bella a medida que se acerca, esa nube eleva gradualmente el espíritu de aquellos hombres sencillos, que se van tomando de encanto y admiración con todo lo que ven.
«Primero vi que se dibujaban formas vagas, luego rostros, finalmente oí cánticos muy armoniosos, muy alegres, cada vez más claros. […] Apareció un ángel ante ellos, que les dijo: […] “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo, el Señor. Por señal os doy ésta: encontraréis al Niño envuelto en pañales, echado en un pesebre”. Mientras el ángel decía estas palabras, el resplandor se hacía cada vez más intenso a su alrededor. Vi a cinco o siete grandes figuras de ángeles muy bellos y luminosos. Llevaban en las manos una especie de banderola larga, donde se veían letras del tamaño de un palmo y oí que alababan a Dios cantando: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra para los hombres de buena voluntad”».
Un acontecimiento rodeado de magnificencias
«Más tarde tuvieron la misma aparición los pastores que estaban junto a la torre. Unos ángeles también aparecieron a otro grupo de pastores, cerca de una fuente, al este de la torre, a unas tres leguas de Belén. No he visto que los pastores fueran en seguida a la gruta del pesebre, porque unos se encontraban a legua y media de distancia y otros a tres: los he visto, en cambio, consultándose unos a otros acerca de lo que llevarían al recién nacido y preparando los regalos con toda premura. Llegaron a la gruta del pesebre al rayar el alba».
Tratemos de imaginar la inusual belleza del amanecer que siguió a una noche tan magnífica. Y cómo se reviste de particular atracción la escena en la que esos pastores —hombres sencillos y de buena voluntad a quienes se le prometía la paz—, en medio de todo el esplendor de la naturaleza en fiesta y bajo una aurora magnífica, se acercan a la gruta del pesebre para adorar al Salvador.
Percibimos así de cuántas magnificencias fue rodeado por Dios la Natividad de su Hijo, dado al mundo por María Santísima, bajo el paternal y maravillado desvelo de San José.
(Extraído, con adaptaciones, de: Dr. Plinio. São Paulo. Año X. N.º 117 (dic, 2007); pp. 18-23.)
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Notas
1 El texto comentado ha sido tomado de la siguiente obra, de la que transcribimos algunos fragmentos: BEATA ANA CATALINA EMMERICH. Visiones y revelaciones completas. Buenos Aires: Guadalupe, 1952, t. II, pp. 218-222.
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