viernes, 22 de noviembre de 2024
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Revolución cultural procesiva y hedonista: para destruir una sociedad, una civilización

Ante el desastre social que estamos viendo, de legiones de personas que ya más parecen zombies dominados por el vicio, muchos se preguntan cómo fue que llegamos a esto.

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Foto: Charles ‘Duck’ Unitas en Unplash

Redacción (21/12/2023 16:10, Gaudium Press)  Ante el desastre social que estamos viendo, de legiones de personas que ya más parecen zombies dominados por el vicio, muchos se preguntan cómo fue que llegamos a esto.

Porque hubo un tiempo, repitiendo a León XIII, en que la filosofía del Evangelio gobernaba las naciones, mientras que hoy podemos decir casi exactamente lo contrario.

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Primero acentuemos que sí, que el hombre tiene ideas, pero que estas no son las únicas que determinan su actuar. El hombre no es solo ideas, ni esquemas de pensamiento, sino también pasiones, y lo que llamaríamos ‘esquemas de pasiones’, es decir grupos de pasiones ya inclinadas por hábitos en un sentido o en otro, o sea pasiones virtuosas o viciosas. Y todos los elementos anteriores se comunican, pueden coincidir o pueden entrar en choque, pero tienden a una coherencia interna.

Vamos a los ejemplos.

Imaginemos a alguien que ha sido educado en una firme fe católica, y que la ha asumido como verdadera, incluyendo los principios que le previenen contra la gula, contra la ebriedad, la intemperancia.

Pero resulta que ese hombre ha tenido un padre alcohólico, y ha heredado esa inclinación, fuerte. Entonces esa persona tiene una dicotomía, una contradicción interna, dilacerante: son las dos leyes de las que habla San Pablo, la de la carne y la del espíritu. Una ley lo mueve a abusar de la bebida, la otra, a dominar esa inclinación.

Entonces en ese hombre (como en todos) se aplica perfectamente lo dicho por Paul Bourget, citado por Plinio Corrêa de Oliveira en su glorioso ensayo Revolución y Contra Revolución: ‘cumple vivir como se piensa, so pena de tarde o temprano terminar pensando como se vive’. O ese hombre impone a su mala inclinación a la bebida sus principios, o su mala inclinación se impone y el hombre termina reformulando su pensamiento según sus malas inclinaciones ya dominantes, y termina justificando su abuso del alcohol.

Pero imaginemos algo más sutil.

Este caballero —pongámosle nombre—, Francisco, después de rezar, de pedir auxilio a Dios, de hacerse ascesis, de resistir las tentaciones, logra dominar su inclinación al abuso de la bebida. Lo hizo con mucho esfuerzo, inclusive tomando resoluciones radicales: sabedor de cómo el alcohol aprisiona mucho más fácilmente al alcohólico, se dijo que nunca iba a probar una sola gota de alcohol. Y lo consiguió. Consecuencia, su padre fue un esclavo, pero él es un hombre libre. Ha triunfado.

Sin embargo, imaginemos que Francisco se rodea un día de unos ‘amigos’ perversos, que incluso ya son medio alcohólicos, y que no resisten que Francisco se mantenga sobrio, con una fuerza de voluntad para todo que envidian.

Un día estos ‘amigos’ idealizan un maquiavélico plan.

Pronto se celebrará la Navidad, y entonces ellos conciben que a las bebidas que le serán ofrecidas a Francisco, le van a agregar un poco de alcohol sin que él se dé cuenta. Deberá ser muy poco, y casi como el agua, incoloro, inoloro, insaboro. Pero debe ser alcohol.

Dicho y hecho.

Francisco toma la bebida, y siente algo ‘especial’ que no sabe definir.

Días después, camino al trabajo, pasa por un abarrote de bebidas, y sin saber por qué, siente algo que hace rato no sentía, el deseo de entrar y comprar una pequeña botella de un ‘suave’ cabernet. Entre tanto, resiste la tentación, y sigue adelante.

Pero días después son ya las fiestas de cambio de año, y los ‘amigos’ de Francisco le repiten la dosis, solo que con un poquitico más de alcohol. Y luego se inventan una reunión, un encuentro, y van repitiendo la fórmula.

Es bien probable que Francisco en un momento determinado ya lo perciba: ‘¡estoy tomando alcohol, ese maldito alcohol!’ Ese será un momento decisivo. Pero lamentablemente, si el trabajo de zapa fue ‘bien’ hecho, lento, procesivo, delicado, hay una altísima probabilidad de que aunque Francisco concientice el problema y sus nefastas consecuencias, y quiera romper con la bebida, ya no pueda hacerlo, pues ha probado en demasía del maldito fruto prohibido.

Y si llega al abismo, él, por la tendencia a la coherencia interna del ser humano, buscará acomodar sus principios a su vicio.

Eso es más o menos lo ocurrido con la sociedad austera y moral cristiana: ella fue cediendo y cediendo al hedonismo, ella fue bien ‘trabajada’ en ambientes de placeres materiales cada vez más y más intensos, primero no ‘pecaminosos’, y cuando él hombre ya estaba débil, abiertamente pecaminosos. Y luego, enviciado, el hombre generó doctrinas para justificarse en su vicio, pero ellas no son más que eso, una justificación a unas tendencias, a unas pasiones ya desordenadas. Y todo comenzó pequeño, con poco, era todo muy chico, eran solo pequeñas gotas…

Es claro que este esquema es una simplificación que puede tener muchas variantes.

Pero como decía el prof. Plinio, más o menos así se caminó del cruzado al playboy egoísta y sensual o al anarquista de hoy medio animal.

El anarquista no se volvió anarquista porque leyó a Trotski. Puede ser que un día lea a Trotski para justificar su anarquismo, o que la lectura de Trotski potencie su anarquismo pasional, tendencial. O que hasta escriba un libro a lo Trotski.

Es claro también que para hacer la contra a las fuerzas de las malas tendencias, siempre contamos con el recurso magnífico de la gracia.

Contra las gotas o los litros del arsénico-alcohol, contra ese gusano que puede haber crecido en nuestro interior, transformándose en serpiente o en dragón de malas inclinaciones, siempre tendremos a la mano el recurso a la gracia, a ese auxilio divino que no se niega a quien lo pide. La Virgen, la Reina de la Gracia, está atenta a ayudarnos.

También sirve mucho conocer cómo fue el proceso: eso nos ayuda a prevenirnos contra el hedonismo, y a amar el sacrificio, la vida esforzada, temperante, porque ella es la que nos permite ser libres.

El drogadicto puede concluir en una feliz rehabilitación. Pero debe tomar conciencia de que es drogadicto, y de que es malo ser drogadicto. Y cuidado con el exceso de sensaciones, con la intemperancia, aunque sean cosas pequeñas…

Por Saúl Castiblanco

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