miércoles, 04 de junio de 2025
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Revolución Tendencial, el rey colibrí y la labor temperante de los conjuntos de la Creación

“…a Dios se puede percibir en sus criaturas, pero más en los conjuntos de las criaturas…”

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Foto: James Wainscoat en Unplash

Redacción (02/06/2025 08:24, Gaudium Press) En nota anterior esbozamos a grandes pinceladas lo que era esa nueva vía espiritual inaugurada por el prof. Plinio Corrêa de Oliveira, la Vía del Flash, que termina siendo una modalidad privilegiada de lo que se ha llamado la Via Pulchritudinis, la Vía de la Belleza. En estas líneas de hoy, profundizaremos un punto capital de este camino, como es la importancia de la visión de los conjuntos.

Decía el Dr. Plinio que a Dios se puede percibir en sus criaturas, pero más en los conjuntos de las criaturas, porque los conjuntos son más propios a revelar el mensaje divino y a que sobre ellos se pose una gracia de ese estilo. La propia criatura considerada, se entiende más si se la analiza en el conjunto ordenado de los elementos que componen su ser, que si se destaca meramente una sola cualidad de ella. La personalidad de Churchill se comprende más si se lo considera en el conjunto de su vida, que en sus actuaciones corajudas durante la Segunda Guerra Mundial, o en su mero y magnífico discurso Lucharemos en las Playas.

En este sentido, Mons. Juan Clá, EP, recordaba en una reunión que es el propio Santo Tomás quien enseña que Dios debía reflejarse en un conjunto de seres, porque uno solo, por más perfecto que fuese, no lograría dar una representación adecuada de la riqueza divina:

La diversificación y la multitud de las cosas proviene de la intención del primer agente, que es Dios. Pues produjo las cosas en su ser por su bondad, que comunicó a las criaturas, y para representarla en ellas. Y como quiera que esta bondad no podía ser representada correctamente por una sola criatura, produjo muchas y diversas a fin de que lo que faltaba a cada una para representar la bondad divina fuera suplido por las otras. Pues la bondad que en Dios se da de forma total y uniforme, en las criaturas se da de forma múltiple y dividida. Por lo tanto, el que más perfectamente participa de la bondad divina y la representa, es todo el universo más que cualquier otra criatura”, dice el Santo de Aquino (S Th I, q. 47, a. 2).

Es claro que en los conjuntos la armonía no se establece entre elementos iguales sino entre elementos diversos, ordenados jerárquicamente, desde el más perfecto hasta el menos. Pero al final, y como dice Santo Tomás arriba, hay criaturas que son menos perfectas que las que están jerárquicamente en una condición superior, pero que ejercen una representación divina que la que está arriba no puede ejercer, por lo cual, la suma de las representaciones del conjunto (conformado por criaturas más perfectas y menos perfectas), termina ofreciendo una representación mayor de la Divinidad que incluso la que pueda ofrecer la criatura más perfecta, o incluso el conjunto de solo las criaturas más perfectas. Una condesa austríaca podrá ser naturalmente hablando más perfecta que un estibador de un puerto, pero hay perfecciones divinas presentes en este y no en ella.

Esto es tan impresionante, que se aplica incluso a la mera criatura más perfecta entre las perfectas, María Santísima, la Reina Perfectísima de la Creación: La Virgen tiene todos los dones que le caben a su naturaleza en grado máximo, y además por su fidelidad y condición de Madre de Dios, todos los dones conque la Trinidad podía colmarla. Pero incluso Ella ofrece una menor representación de Dios que el conjunto de la Creación. Por lo demás, Ella, ápice de la mera creación, se entiende mejor si se la considera como unida al conjunto de la Creación, sirviendo así de puente de la Creación para comprender y llegar hasta la naturaleza divina.

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Dado el instinto natural hacia lo divino que existe en todo hombre, pero que en el Adán primigenio y la Virgen era inmaculado y sin óbice, tenemos que ese instinto movía todo su ser hacia Dios, pero también usando la escalera de las criaturas. Sin embargo, como los Inmaculados en su contemplación pura percibían que Dios se reflejaba más en los conjuntos, pues ellos caminaban sin ningún obstáculo y de forma preferida hacia la contemplación de los conjuntos, que era una contemplación por así decir más concentrada de Dios, o donde se podía alcanzar mejor a Dios, amar mejor a Dios.

Ejemplo: el colibrí solo no es el rey de las aves tal vez por su minúsculo tamaño, pero esa ave es maravillosa, con su vuelo a veces detenido, a veces de rayo fulminante que le da características de ‘aparición’; con sus colores multicolores como de laca china, con su inocencia, su labor polinificadora, sus alas pequeñas y cortantes que de tan rápidas se tornan trasparentes. Pero más bonito y más representativo de Dios que el colibrí, que el águila o que el cisne, es todo el conjunto de las aves de la Creacion. Tiene más facilidad de amar más a Dios quien contempla el conjunto armónico y ordenado de las aves, que quien solo considera las cualidades de una en particular.

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Foto: Dulcey Lima en Unplash

Y así con todos los conjuntos.

Pero además, los conjuntos pueden ejercer una labor preventiva y curadora, purificadora, del caldo de cultivo de todos los vicios en el hombre, que es el de la intemperancia, o sea el estado del alma que va perdiendo el control de sus pasiones, las cuáles perdida la templanza corren furiosas y desbocadas, particularmente el orgullo igualitario y la concupiscencia desbocada, que claman por un universo anárquico y libertario, exactamente diverso del universo jerárquico, ordenado y sacral que Dios nos dejó para que perfeccionáramos.

Efectivamente, tras el pecado original, el hombre tiene la tendencia a perder el contacto con los conjuntos, y a establecer una relación fragmentaria, individualizada y meramente sensible con elementos esparsos del universo.

Cuando el hombre se fija solo en un ser, o en una cualidad de ese ser, más fácilmente cede a la tendencia a tener una relación egoísta con ese ser, en una relación que no trasciende, es decir, que no llega hasta la representación divina que existe en ese ser, sino que termina siendo un mero disfrute sensible y animal del ser. Y con eso se despierta la intemperancia.

En cambio, cuando en la consideración o contacto con un ser, el hombre no deja de considerar que ese ser es parte de un conjunto, la concupiscencia tiende a apagarse, el apego sensible y egoísta a ese ser más fácilmente cede terreno al mensaje de Dios, presente en ese ser y presente en el conjunto del que hace parte ese ser, y como el mensaje de Dios así se hace más visible, es más fácil la relación temperante, templada con relación a ese ser, que en lugar de servir de obstáculo a la contemplación de Dios, sirve de escalera, vía la contemplación de los conjuntos.

Se puede establecer ya, casi que una regla primera de vida espiritual: caminar al conjunto, porque la síntesis que ofrece el conjunto facilita el descubrimiento del mensaje divino y la trascendencia al Absoluto.

Tener esta herramienta presente para combatir la intemperancia, el desorden de las pasiones, no es algo menor, pues ya se ha visto, según las tesis de “Revolución y Contra Revolución”, el poder destructor de la intemperancia, generadora de la Revolución Tendencial.

Por el contrario, el habituarse a la contemplación de los seres pero en los conjuntos, ejerce primero una labor que fortalece la templanza, no solo porque tranquiliza las pasiones, sino porque las encausa al Infinito, vía el mensaje de la Creación.

Y ahí, caminando de conjuntos en conjuntos, auxiliados por la gracia sin la cual nada se hace, rumbo al gran conjunto universal de la Creación —perfecto reflejo de Dios, el hombre llegaría a cantar con cada vez más propiedad, esa exclamación sublime de un alma que un día descansó, alcanzó plenitud y fue feliz, la del gran San Agustín de Hipona:

“Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé…”

Por Saúl Castiblanco

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