sábado, 19 de abril de 2025
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Revolución Tendencial soterrada (III) o los rostros que no pudo ni destruir ni manchar el lodo

“¡Ah, qué paz! Palidecen las aguas mansas del lago Titisee cuando se contemplan esos ojos…”

Santa Gema

Redacción (17/04/2025 09:46, Gaudium Press) Antes de seguir con ejemplos de acción tipo Revolución Tendencial —en esta mini serie sobre ese trascendental hallazgo intelectual de Plinio Corrêa de Oliveira que estamos desarrollando— pensé que al mismo tiempo que se va ejemplificando su acción de lodo que ensucia todo lo bueno, se ilustre ya al lector, de la forma más asequible posible, en qué es particularmente lo que esa maléfica acción tendencial destruye, que es fundamentalmente la Templanza en el alma.

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Efectivamente, destruida la Templanza en una sociedad, ya está el camino trazado desde el santo medieval hasta el hippie, pues el orgullo y la sensualidad que ahí se generan van pidiendo por su propio dinamismo llegar hasta el paroxismo de una sociedad anárquica y libertaria, de acuerdo con las tesis expuestas en el ensayo Revolución y Contra Revolución.

—Pero, ¿cómo mostrar lo que es un alma en Estado de Templanza?, fue entonces la cuestión que me planteé ejemplificar, pues ahí sería más fácil evidenciar la acción de la Revolución en las Tendencias que justamente destruye ese estado de mar en calma de las pasiones.

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Foto: Anna Jewels / Unplash

—Podríamos pensar en un bello lago, de esos que aún perviven en Europa, por ejemplo uno en medio de la Selva Negra como el Titisee, con una digna cabaña de madera en su orilla en la que se esté calentando el té de la tarde, mientras se termina de resguardar la leña recogida en el día, que servirá para calentarse en invierno, pensé. Ese ambiente sería un ejemplo de pasiones en estado de temperancia.

Pero ahí se me ocurrió algo más católico, y creo más ilustrativo —pues al ser humano lo que más lo tocan son las personas— y es profundizar en los rostros de los santos, a la búsqueda de su Templanza. El Santo, en esa perspectiva, es quien triunfó de los embates de la Revolución Tendencial, alguien que con el auxilio de la gracia no permitió que la Revolución Tendencial despertase el orgullo igualitario y la sensualidad desbocada que dormitan en toda alma.

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Está, creemos, encontrada la llave que abre una de las puertas de ese Castillo. Entremos en él.

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¡Ah, qué paz! Palidecen las aguas mansas del lago Titisee cuando se contemplan los ojos de Santa Gema Galgani (1878-1903). Ella es paz, una paz que uno diría no requiere ya ningún freno para que las pasiones de su alma no la desordenen, no la amenacen. Es una paz contemplativa, de quien ya encontró eso arriba que tanto ansiaba, y no tiene más las ansias fútiles de estos pobres terráqueos que aún vivimos en la troposfera; una paz mística. Es también una paz que exhala bondad, pero una bondad que no corre, sino que se inclina con cierta lentitud sobre quien la requiere, desde lo alto de la terraza de su contemplación. Alguien diría que es arquetípicamente el rostro de la Templanza, pero sabemos que así como hay muchas estrellas en el cielo, hay muchos santos con sus respectivas templanzas.

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¡Ah, el Dr. Plinio!, (siempre sujetos aquí, al dictamen de la Iglesia, en lo que se refiere a los santos…) ya octogenario, pero donde se expresa una inocencia que podríamos calificar de infantil, de alguien que ve las cosas con la candidez de quien acabó de salir de las manos creadoras de Dios. Entretanto, detrás de su mirada también contemplativa, se percibe la decisión de quien ya batalló diez mil batallas, y tiene aún la energía y la firmeza de batallar las que encuentre en el camino que aún le resta. Y en el fondo Templanza, la paz de un caballero que con yelmo y escudo mira los caminos de los hombres desde lo alto de la torre del castillo, no se hace ninguna ilusión sobre sus maldades, pero vive de la certeza de que el triunfador final siempre es Dios. Es la Templanza, de un león que observa, sereno, pero que puede saltar a la más fiera de las batallas en un instante, para después de atrapada la presa, regresar a su montículo desde donde sigue observando con señorío el panorama.

Teresa de Lisieux

O la Templanza de esta Santa Teresita, con sus ojos franceses vivos y al mismo tiempo serenos, que rápidamente penetran en el alma de quien la observa, tal vez para hacerme un leve reproche, porque hay siempre algo que no está en regla en mí. Ojos de leve y suave recriminación, pero sin acritud, que contienen una dulce invitación: ‘Te estoy viendo, desde mi encierro de remanso en este Carmelo, no puedo dejar de contemplar tus agitaciones, tus vanidades, tus nimiedades por cosas tontas, también tus impurezas. Pero yo que soy grande también soy pequeña, y te invito que sigas mis pasos hacia un reino azul, donde está el sosiego, también está la cruz, pero se halla la paz’. Es la mirada de la indagación dulce y bendita, otra mirada de la Templanza.

Pasiones en calma, pasiones dominadas, pasiones reguladas, pasiones en estado de Templanza. Pasiones ajenas al orgullo igualitario que engendró el comunismo, o a la sensualidad desbocada que clama por el amor libre. Pasiones modeladas por la Templanza, pasiones que construyen el Reino de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

¿Qué es la Revolución Tendencial? Es lo contrario de esas miradas, es todo lo que intente sacarlas de su reino, ofreciéndoles el plato maldito de una auto-estima no merecida, o el meloso postre indigesto de un placer de los sentidos enloquecido.

Revolución Tendencial es todo lo que intente sacarnos de esa paz, de ese reino, desde una melodía melosa que encienda el romanticismo hasta otra cacofónica que electrice los nervios y las venas, desde una combinación de colores de neón que apague la luz de las estrellas y la de la aurora boreal, hasta una simplicidad gris ratón comunista que generalizada niegue la grandeza del hombre. Revolución Tendencial es eso y mucho más.

Por Saúl Castiblanco

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