Jesús dijo: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, estuve enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a mí”, pero también dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”.
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Redacción (14/04/2025 09:10, Gaudium Press) En los últimos tiempos, un sacerdote carmelita ha guiado a una gran cantidad de personas al rezo del Rosario al amanecer, reavivando la fe de muchos y las críticas de otros tantos. Y, hace unos días, uno de los críticos, también religioso, hizo un comentario irónico: “Podrás rezar el Rosario a las 4 de la mañana, pero a las 6 estarás dando café a las personas sin hogar”. En otras palabras, “incluso puedes rezar”, siempre y cuando hagas caridad…
Esta situación tiene muchos aspectos. Lo primero es que todo católico, verdadero católico, debe rezar el Rosario todos los días, o al menos un tercio, sin necesidad de ningún incentivo especial para hacerlo. Es algo que debe ser parte de nuestra piedad, de nuestra vida diaria, como lo hacen los santos.
La vida de oración ideal y la realidad…
Sin embargo, sabemos que en la práctica lamentablemente esto no sucede. Por eso, expreso mi reconocimiento al fraile que fomenta esta acción piadosa en un número tan significativo de personas, al menos durante la Cuaresma.
Pero este fervor debe ir acompañado de una pregunta por parte de los creyentes católicos: ¿por qué una práctica que debería ser normal y constante atrae multitudes, como si fuera algo completamente nuevo?
Sin duda, una de las respuestas está en que la fe de muchos se ha enfriado, y un incentivo parece tener el poder de despertarlos del letargo. Gracias a Dios, todavía hay buenos pastores que recuerdan a su rebaño la importancia de la oración, especialmente el rezo del Rosario, pedido en muchas ocasiones por Nuestra Señora.
Que este compromiso no sea una práctica pasajera, sólo en las madrugadas de la Cuaresma, sino parte integral de la vida devocional de cada católico, en el momento que más le convenga, sea al amanecer o en cualquier otro momento, pero que no se vaya a dormir sin rezar el Rosario.
La oración que enfurece al diablo
Otro punto a tomar en consideración es que cualquier oración incomoda al enemigo de Dios, pero rezar el Rosario lo enfurece. Si quieres vencer al demonio, ¡reza el Rosario todos los días!
No hay, pues, mucha novedad en las críticas que ha recibido el fraile; ciertamente no es el único que los recibe, es solo que se ha vuelto más visible debido a la popularidad que ha ganado. Pero en el mundo en el que vivimos, lamentablemente orar y animar a otros a orar está mal visto.
Por otra parte, la práctica de la caridad también es muy importante, tanto que las Sagradas Escrituras afirman que “la fe sin obras está muerta” (Santiago 2,26). ¡Pero trabajar sin fe es un completo desastre!
Todo aquel que reza sabe que Nuestro Señor Jesucristo prescribió la caridad y que ésta debe ser tan natural para un católico como respirar o comer. Es prácticamente imposible encontrar una persona de fe que no practique la caridad, que no ayude a su hermano. Pero hay mucha gente que hace el bien sin una gota de fe. El nombre de esto no es caridad, es asistencia social.
Si él diese pan en lugar de oración…
Si el mismo fraile, en lugar de reunir cada día un número extraordinario de gente para orar y meditar la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, saliese a las calles a dar pan a los que tienen hambre, ciertamente haría mucho menos bien a las almas y agradaría menos a Dios que fomentando la oración y la intimidad con Cristo, como lo ha hecho.
Las personas que se levantan temprano y se reúnen para orar (aunque sea virtualmente) pronto dejan sus casas para ir a trabajar, muchos dejan a sus hijos pequeños, otros salen a buscar trabajo para asegurar el sustento de sus familias. Y no hay duda que cuando alguien ora, toda la familia termina beneficiándose, porque esa persona está trayendo a Nuestro Señor Jesucristo y a María Santísima a su hogar, a su vida; mientras que el que da el pan encontrará a las mismas personas esperando el pan todos los días porque saben que alguien les traerá el sustento, sin que esto los cambie espiritualmente ni les impida volver al día siguiente a recibir el mismo pan, de las mismas manos, alimentando una situación que no cambia, y que refuerza la decadencia.
Cuando la caridad le roba tiempo a la oración
Otro aspecto que llama mucho la atención y es necesario considerar es que muchos de quienes practican la caridad, aunque lo hagan con las mejores intenciones –y no sólo por autopromoción–, no encuentran tiempo para orar. Y cuando la caridad nos roba tiempo para la oración, es señal de que las cosas van mal, muy mal…
Orar es tan importante que Nuestro Señor Jesucristo, Dios mismo hecho Hombre, se retiraba constantemente a orar, alejándose de la multitud, y así enseñaba a sus discípulos. Nos dio muchas enseñanzas con las palabras, pero con su ejemplo nos fue dada la oración, así como la caridad.
Sin duda, en el Día del Juicio Final se tendrá en cuenta la caridad que hagamos, especialmente si la hacemos por amor a Dios y no a nosotros mismos. Sin embargo, si no hemos llevado una vida de oración, si no hemos tenido intimidad con Dios, Él sin duda nos dirá: “¿Quiénes son? ¡No los conozco!”, porque la caridad ejercida por egoísmo o cualquier otra motivación que no sea hacer la voluntad de Dios puede tener el efecto contrario: alejarnos de Él.
¿Cuándo está Jesús cerca de nosotros?
Cuando se trata de la preocupación por los pobres, siempre han existido hipócritas; En los Evangelios tenemos un claro ejemplo de esto:
Jesús estaba en Betania, en casa de Simón el leproso. Mientras estaba sentado a la mesa, entró una mujer con un frasco de alabastro lleno de perfume de nardo puro, muy caro. Lo rompió y lo derramó sobre la cabeza de Simón. Algunos, indignados, se decían unos a otros: “¿Para qué desperdiciar este perfume? Podría haberse vendido por más de trescientos denarios y dárselo a los pobres”. Y se enojaron con ella. Pero Jesús les respondió: “Déjenla. ¿Para qué la molestan? Ha hecho una buena obra por mí. Siempre tendrán a los pobres con ustedes, y cuando quieran podrán hacerles bien; pero a mí no siempre me tendrán”. (Mc 14,3-7) El mismo pasaje lo narra San Mateo (Mt 26,6-13).
¿Y cuáles son los momentos en los que Jesús está más cerca de nosotros? Son precisamente los momentos de oración, las misas, los rosarios, las meditaciones. Sin embargo, si renunciamos a estos momentos en detrimento de hacer la caridad, de llevar día tras día el mismo pan a las mismas personas, sin rezar por ellas, sin evangelizarlas, sin hablarles de Dios y mostrarles las verdades de la fe, podríamos estar haciéndoles más daño que bien.
Sin contar que quien no ora se hace daño a sí mismo, a su propia alma, y puede fácilmente pasar de la caridad a la rebelión y a la adhesión a falsas doctrinas que pretenden distorsionar el verdadero mensaje de Cristo y corromper su Iglesia.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida”
Sí, Jesús incentivó la caridad y la expresó con palabras muy contundentes: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, estuve enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y vinisteis a mí”, pero también dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí”.
Por eso, si nuestra caridad no se hace en Cristo, por Cristo y con Cristo, será seca y estéril como un desierto. Hagamos el bien, acojamos y ayudemos a nuestros hermanos necesitados, según nuestras posibilidades, pero no olvidemos poner su cuidado en manos de Dios para no correr el riesgo de creer que por nuestras manos y acciones el mundo cambiará.
Casualmente, mientras meditaba sobre este tema del Rosario de la mañana y las duras críticas al fraile que lo promueve, me encontré con un texto del Dr. Plinio Corrêa de Oliveira en el que denuncia el llamado “apostolado de la infiltración”[1]: el “deseo de llevar el apostolado a todas partes sugería a muchos apóstoles laicos que era esencial entrar en ambientes inconvenientes o incluso directamente dañinos, para llevar allí la irradiación de Nuestro Señor Jesucristo y convertir las almas”.
El Dr. Plinio deja claro que “toda la tradición católica va en una dirección diferente: ningún apóstol, salvo en situaciones muy excepcionales y por lo tanto muy raras, tiene derecho a entrar en ambientes en los que su alma pueda sufrir daño”.
Y, a la pregunta de quién, entonces, salvará aquellas almas que se encuentran en ambientes donde nunca entra la influencia católica, donde nunca penetra una sola palabra, un ejemplo, una chispa de lo sobrenatural, si están condenadas en vida y ya comparten el infierno, responde con el don de sabiduría que lo caracterizaba, evocando las apariciones de Jesús después de la Resurrección:
“Así como no hay muros materiales que resistan a Nuestro Señor, quien puede vencerlos todos sin destruirlos, tampoco hay barreras que detengan la acción de la gracia. Donde el apóstol militante no puede penetrar, por un deber moral, allí penetra sin embargo su gracia, de mil maneras que solo Dios conoce. Y es la gracia de Dios, y no la acción del hombre, la que obrará verdaderos milagros”.
Y concluye declarando que “no hay apostolado de infiltración mejor ni más eficaz que el que realizan las monjas contemplativas, encerradas por su Regla Monástica entre las cuatro paredes de su convento. Benedictinas, Carmelitas, Dominicas, Visitandinas, Clarisas, Sacramentinas, estas son las verdaderas heroínas del apostolado de infiltración”.
Por eso, ya sea al levantarte a las 4 de la mañana para seguir el Rosario de Frei Gilson o en el horario que mejor se adapte a tu realidad, ora. Oremos todos los días. Haz del Santo Rosario tu fuerza y, siempre que sea posible, practica la caridad, preferiblemente sin hacer alarde; algo sólo entre tú y Dios, que no necesita ser publicado ni visto por los hombres.
Y no olvides que tu oración constante y sincera por alguien que sufre puede hacer mucho más por él que el pedazo de pan que sólo satisface el hambre momentánea. De hecho, cuando este gesto no se hace por amor a Dios, no abre las puertas a la gracia.
Por Afonso Pessoa
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[1] CORREIA DE OLIVEIRA, Plinio. Em defesa da Ação Católica. Parte IV, Cap. 3: “O apostolado da infiltração”. São Paulo, Artpress.
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