Una familia construida alrededor de la ley divina nunca se alejará de Dios. Bendiciones y gracias se ciernen sobre ella.
Redacción (30/12/2023, Gaudium Press) Después de Navidad, la Santa Iglesia reserva un día específico para celebrar la Sagrada Familia, invitándonos a reflexionar sobre el valor y el verdadero sentido de la institución familiar.
Ella es la célula madre, el fundamento de la sociedad, y si hoy asistimos a una tremenda crisis moral en la humanidad, se debe en cierta medida a la ruptura de la familia. Una vez que esta se sacude, el resto de la sociedad no puede sostenerse.
Leemos en el Génesis que, después de crear al hombre y a la mujer, Dios los bendijo y les dijo: “Fructificad y multiplicaos” (Gn 1,28). Hombre y mujer: fue la primera familia, formada por manos divinas. Esta unión es tan adecuada a la naturaleza humana que, en el Antiguo Testamento, no se entendía el celibato, que equivalía casi a “cometer asesinato, menospreciando la semejanza divina en el mundo”,[1] salvo en el caso de vocaciones muy especiales como, por ejemplo, la de San Elías. No tener hijos y morir sin hijos se consideraba un signo de castigo y una maldición.
Ya en el Nuevo Testamento, Nuestro Señor Jesucristo inauguró un nuevo estado de vida, el celibato religioso, del que Él mismo es el arquetipo sublime. También San Juan Bautista, el hombre que cerró el Antiguo Testamento y señaló el Nuevo, no se casó. Sin embargo, una vez fundada la Iglesia, se necesitaba una noción más clara y sólida de la religiosidad de la familia, y la existencia, junto a ella, de alguien que se consagraba enteramente a Dios mediante la práctica de la castidad perfecta representaba un enorme beneficio. De esta manera, se restringe la tendencia del hombre a satisfacer su egoísmo, a volverse sólo a lo material y sensible, olvidándose de Dios.
El propósito de la familia
Como el designio de Dios para la generalidad de las personas es que el hombre se una a la mujer en matrimonio para constituir un hogar, la vocación al celibato es una excepción a las normas de la naturaleza. Sin embargo, con motivo de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, la familia adquiere un carácter sobrenatural al elevar la unión matrimonial, el contrato natural entre un hombre y una mujer, a la categoría de Sacramento, simbolizada en la unión misteriosa e indisoluble entre Cristo y su Iglesia. Esto contradice la idea errónea, actualmente en boga, de que la familia no tiene un objetivo religioso, sino sólo social o afectivo.
San Pablo, en la segunda lectura de la liturgia de hoy, insiste en el amor mutuo –concepto actualmente tan distorsionado– como novedad traída por Nuestro Señor Jesucristo:
“Así como el Señor nos perdonó, así también perdonad vosotros. Pero sobre todo, ámense los unos a los otros, porque el amor es el vínculo de la perfección” (Col 3, 12-14).
Dentro de la vida familiar debe existir un amor intenso entre marido y mujer, no sentimental ni romántico, que nazca del amor a Dios y apunte sobre todo a la santificación del otro cónyuge y, en consecuencia, de toda la familia.
A su vez, el salmo responsorial subraya otro deber familiar:
“¡Felices los que temen al Señor y andan en sus caminos!” (cf. Sal 127, 1)
Este salmo nos sitúa en el contexto de la relación familiar, que necesita estar impregnada de este temor de Dios: ¡padre, madre e hijos no querrán ofenderlo jamás! Esta es la familia bien constituida, imitadora de la Sagrada Familia.
Una familia así compuesta nunca se apartará de Dios. Dificultades vendrán -esta verdad es innegable- porque es imposible -contrariamente a la idea difundida por ciertas películas o telenovelas- vivir sin dificultades. “Militia est vita hominis super terram – La vida del hombre en la tierra es una lucha” (Job 7:1). Esta es la verdadera clave de la felicidad familiar: el respeto mutuo entre los cónyuges. Nunca discutiendo ni peleando, siempre dispuestos a perdonar las debilidades de los demás, a soportar las diferencias de temperamento, adaptándose a las preferencias de cada uno.
La familia en torno a la Ley de Dios
Este es el aspecto maravilloso de la familia cuando se desarrolla alrededor de un eje: la Ley de Dios, Dios mismo.
La Iglesia nos propone en esta fiesta litúrgica el ejemplo inigualable de la Sagrada Familia: San José, obediente, nada se queja; Nuestra Señora toma los contratiempos con total valentía y sumisión; y el Niño Jesús se deja conducir y gobernar por ambos, siendo el Creador del Universo. También nosotros debemos ser flexibles a la voluntad de Dios y estar dispuestos a aceptar con dulzura de corazón, con plena y total resignación, los sufrimientos que la Providencia exija a lo largo de nuestra vida.
Esta actitud ante la cruz es raíz de la verdadera felicidad, del bienestar y de la concordia familiar, y atrae a cada uno de nosotros gracias muy especiales que restablecen nuestras almas, curándolas de las miserias y afirmándolas hacia el Cielo.
Pidamos a la Sagrada Familia que, por su intercesión, que haga florecer en las familias de toda la tierra la firme determinación de abrazar cada vez más el camino de la santidad, la perfección y la virtud, buscando ante todo el Reino de Dios y de María, en la certeza de que, en compensación, el resto vendrá por añadidura.
Extraído, con adaptaciones, de: CLÁ DIAS, João Scognamiglio. O inédito sobre os Evangelhos: comentários aos Evangelhos dominicais. Città del Vaticano-São Paulo: LEV-Instituto Lumen Sapientiæ, 2012, v. 1, p. 135-147.
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[1] BONSIRVEN, Joseph. Le judaïsme palestinien au temps de Jésus-Christ. 2. ed. Paris: Gabriel Beauchesne, 1935, t. II, p. 207.
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