“Para ser un buen católico y mantenerse en estado de gracia, el hombre necesita admirar cada una de las virtudes ensalzadas en las letanías del Sagrado Corazón de Jesús”.
Redacción (27/06/2025, Gaudium Press) Para ser un buen católico y mantenerse en estado de gracia, el hombre necesita admirar cada una de las virtudes ensalzadas en las letanías del Sagrado Corazón de Jesús, pues son esenciales para la vida espiritual. En su existencia terrena, el Señor dio ejemplos destacadísimos, flagrantísimos y bellísimos de estas virtudes; ejemplos indelebles que iluminarán al mundo durante toda la historia de la humanidad en la tierra, y de los bienaventurados en el Cielo por toda la eternidad.
Hay, no obstante, una invocación especialmente digna de mención y poco comentada: Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones.
Señor de nuestra voluntad
¿Cuál es la diferencia entre ser Rey y ser el centro de todos los corazones?
Al ser el Señor verdadero Dios y verdadero hombre, es Rey de toda la creación y, en consecuencia, de los hombres. Pero hay diferencias entre reinar sobre los hombres y reinar en los corazones.
Un monarca es capaz de ejercer efectivamente el poder por derecho; sin embargo, si no manifiesta las virtudes y cualidades propias de la realeza, podrá ser mal visto e incluso detestado por su pueblo. De donde reinar en los corazones sea muy superior a imperar tan sólo sobre las personas.
Según una antigua simbología, el corazón representa la afectividad del hombre. De este modo, la mencionada invocación significa que Jesús tiene el derecho y, de hecho, el poder de atraer el afecto y el cariño de todos los hombres. (…)
Así, le cabe a la voluntad humana reconocer el deber de amarlo, y también nos corresponde practicar el acto volitivo ordenado a ese amor, aunque a veces nos encontremos en la aridez y en una completa falta de sensibilidad de cariño y afección —una prueba, por cierto, frecuente en la vida espiritual.
Es importante que tengamos una voluntad firme, de temple, que sepa lo que debe querer y quiera lo que debe, la cual esté convencida de que el Sagrado Corazón de Jesús es el Rey y centro de todas las voluntades y, por tanto, tiene derecho a que todos los hombres tiendan seriamente hacia él con el elemento capital del amor que es la voluntad.
Una realeza a menudo no reconocida
En el huerto de los olivos, Jesús se quejó a los Apóstoles porque no pudieron velar con Él durante una hora. En dos ocasiones salió a su encuentro bañado en sangre, que había trasudado a causa de su estado de aflicción y que debería haberles infundido compasión. Pero la sensibilidad de los discípulos no se movió. Se despertaron, lo vieron y siguieron durmiendo…
Sin embargo, el peor mal consistió en que no tenían la firme voluntad y resolución de hacerle compañía, de consolarlo y luego de seguirlo hasta lo alto del Calvario. Los episodios posteriores lo demuestran claramente.
Ahora bien, el Señor tenía derecho a ser Rey de aquellos corazones. Pero no lo era en realidad, porque no reconocían su realeza, no lo querían como debían. (…)
Reino de María, Reino del Corazón de Jesús
Entonces, ¿cuándo se materializará el reinado del Sagrado Corazón de Jesús en la tierra? Evidentemente, en el Reino de María. Un Reino lleva al otro. En efecto, Nuestra Señora está completamente centrada en Cristo. Establecer su Reino es establecer el del Sagrado Corazón de Jesús.
Por las insistentes oraciones de la Santísima Virgen, que ya ahora, y sobre todo en su Reino, se volverán extraordinariamente poderosas, se les concederá a los hombres, no sólo los mayores grados de sensibilidad hacia el Corazón de Jesús, sino una extraordinaria firmeza de voluntad en relación con sus regios designios. Es decir, siendo Cristo nuestro Rey por derecho, tomaremos delante de Él la actitud de súbditos ante su monarca, aunque para defender su reinado tengamos que dar la vida luchando en los peldaños del trono.
El papel de las firmes convicciones
Es necesario añadir que nadie tendrá una voluntad firme si no tiene convicciones firmes. Quien no tenga una fe inquebrantable en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo y en la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana será incapaz de grandes resoluciones. Cuando llegue la hora del sacrificio y del holocausto, existirá un choque. De hecho, si le sobreviene una amenaza al instinto de conservación de la vida o de los bienes que le convienen —como la riqueza, la reputación, la posición social, la salud—, la tendencia será salvarlos en beneficio del interesado. El egoísmo es la hipertrofia de este instinto. (…)
Pero siendo Cristo nuestro Rey por derecho, lo será de hecho si estamos convencidos de las verdades de nuestra fe y dispuestos a entregarnos a Él por entero.
Esos son los corazones hechos según el Corazón de Jesús. Él nos dio todas las pruebas posibles de ser nuestro archimodelo, habiendo hecho su sacrificio hasta el punto de gritar desde lo alto de la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46) y, a continuación, exhalar. La frase del Señor al buen ladrón —“Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43)— manifiesta su certeza y determinación de llegar hasta el final, a través de los peores obstáculos y las mayores dificultades.
Manantial de gracias y misericordias
Aún más. El Sagrado Corazón de Jesús es la fuente de donde irradian las gracias por las cuales somos capaces de adquirir esa certeza y esa fuerza de voluntad que el hombre, por sí mismo, es incapaz de poseer cuando tiene en vista fines sobrenaturales; únicamente lo logra con el auxilio de la gracia.
A ello concurre el aspecto sensible del símbolo: el Corazón de Jesús es el receptáculo lleno de misericordia y de afecto para quien le suplique esas gracias. Desea concederlas y está a la espera, en la infinidad de sus riquezas, de que alguien le pida una parte o la plenitud de ellas —según la capacidad de quien las recibe— para responder de inmediato.
Entonces el Señor, Rey por derecho, se convierte en Rey de hecho. Si los hombres fueran así —y no importa que sean todos numéricamente hablando, sino la parte de mayor influencia e irradiación en la sociedad, aquella capaz de dirigir las voluntades—, el Reino de María estará implantado.
Eje del que todo se acerca o se aleja
Cumple analizar ahora el otro término de la invocación, que dice: centro de todos los corazones. La palabra centro —no el geométrico, pues se trata de una metáfora— sugiere la idea de una multitud de corazones con un punto de atracción en función del cual todos se mueven para aceptar o rechazar algo. Aunque no nos demos cuenta, los movimientos de la vida privada de cada uno, así como los de la Historia, se desarrollan en torno al Sagrado Corazón de Jesús.
Imaginemos un imán gigantesco alrededor del cual se disponen una inmensa cantidad de limaduras de hierro y un viento soplando sobre ellas. El viento tiende a dispersar las limaduras, mientras que el imán busca atraerlas.
Supongamos que cada una de las limaduras estuviera dotada de inteligencia y libre albedrío, y en todo momento, a causa del viento y de la atracción, se sintiera obligada a elegir entre acercarse o alejarse del imán. Esta es una imagen del significado de las palabras Rey y centro de todos los corazones. Así, a cada instante de nuestra vida, estamos acercándonos o alejándonos del Sagrado Corazón de Jesús. Es el sentido de todo acto que realizamos.
¿Quién sopla ese viento que dispersa y trata de alejarnos del Señor? Evidentemente, es satanás. Debemos estar continuamente caminando hacia el centro, es decir, hacia Dios, oponiéndonos a la atracción ejercida por el diablo. Por derecho, el Señor es el imán.
Y Él también lo es en el sentido de que ejerce un poder de atracción sobre todos los corazones. Pero le da al hombre el libre albedrío. Si éste lo rechaza, pecará y, si no se arrepiente, puede ir al infierno.
(Fragmentos, con adaptaciones, de Conferencia del prof. Plinio Corrêa de Oliveira. São Paulo, 7/6/1991).
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