Fue dominico aunque su tío no quería. Profundizó en muchas ciencias.
Redacción (15/11/2023, Gaudium Press) Estaba un día el joven Alberto en Padua, cuando lo invitan a escuchar a un monje famoso que visitaba la región, llamado Jordán de Sajonia. Alberto estaba estudiando en la Universidad Padua, para perfeccionarse en las artes liberales y en filosofía. Dice entonces para sí mismo: “La fama debe corresponder al hombre, por lo que iremos a verlo”. Además había otra cosa que lo atraía, es que el General de los dominicos era alemán, como él.
Va pues, lo escucha, y queda subyugado por la luz que salía del Beato Jordán; entonces se promete así mismo ser de la misma milicia de él. De hecho, el encuentro con el Beato Jordán de Sajonia era una mera confirmación de su vocación a la vida religiosa, porque la Virgen ya se le había aparecido, y lo había invitado a abandonar el mundo. Tenía entonces el bávaro Alberto 20 años.
A los 26 años hizo los votos. Y aunque su tío, que era su preceptor, se opuso, pudo más la vocación, y es que la de Alberto era de catálogo, de manual, para ser dominico: no solo lo atraía la vida monacal, sino que tenía una aptitud sin par para la doctrina, teología, filosofía, ciencias.
Concluye la teología en Bolonia, y va a enseñar a sus hermanos de hábito en Colonia. Su fama de pensador y maestro van en aumento. Profundiza en muchas ciencias: cosmografía, meteorología, climatología, física, mecánica, arquitectura, química, mineralogía, antropología, zoología, botánica y astronomía. Las gentes empiezan a llamarlo Doctor Universal.
Fue también a la Universidad de París. Pasó 50 años de su vida enseñando.
Tiene el mérito de haber introducido a Aristóteles en el pensamiento católico occidental, lo que le dio a la teología unas bases muy sólidas, pues se armonizó el dogma con la recta razón humana. Preparó así el terreno para que entrase en escena la gran luz de la teología católica, el doctor universal, Santo Tomás de Aquino.
Santo Tomás y San Alberto Magno
Se dice que Santo Tomás rezaba para conocer algún día a San Alberto Magno. Un día los superiores deciden alejar al novicio Tomás de una familia que estaba demasiado entrometida en su vocación religiosa y lo envían a Colonia, donde era provincial San Alberto. La Providencia cumple así su deseo. Entre los dos se sella una profunda alianza de ciencia y virtud, alianza de santos.
Pero como los santos son contemplativos, y son humildes, pronto San Alberto reconoce la superioridad del Aquinate. Así lo cuenta uno de sus biógrafos: “Llega al extremo de olvidar por completo el valor y el mérito de sus propios trabajos cuando ensalza al Doctor Angélico, como si fuera éste el que hubiera descubierto toda la verdad y hubiera resuelto todos los problemas”.
Se decía que después de que murió Santo Tomás, lo que ocurrió siendo joven, San Alberto no podía mencionar su nombre sin emocionarse hasta las lágrimas.
El Papa lo escoge como obispo de Ratisbona, pues se necesitaba alguien de su porte para atender ciertos problemas. Pero después de cumplir su labor (solo estuvo ahí como obispo por dos años), le pidió al Papa que lo dejara regresar a su vida conventual, lo que le fue concedido.
Se enfrentó con decisión, serenidad y también caridad a los heterodoxos. Pero no dudaba en pintar con todas las tintas la calidad de los herejes: “Los herejes se asemejan a los zorros de Sansón: como estos animales, todos ellos tienen diferentes cabezas, sin embargo están atados por la cola, es decir, siempre están unidos cuando se trata de oponerse a la verdad”, decía.
Dios lo sometió una dura prueba final, para que llegase reluciente a su corte en el cielo: dos años antes de morir, perdió su memoria.
Se cuenta que un día, siendo aún muy joven, sintió hartura de los estudios que bastante le costaban y agobiaban, y pensó huir del colegio. Cavilando en eso mientras subía una escalera, llega al final de los escalones cuando una imagen de la Virgen cobra vida y le dice: “Alberto, ¿por qué en vez de huir del colegio, no me rezas a mí que soy la ‘Sede de la Sabiduría’? Si me tienes fe y confianza, yo te daré una memoria prodigiosa”, dijo Nuestra Señora. “Y para que sepas que fui yo quien te la concedió, cuando ya te vayas a morir, olvidarás todo lo que sabías”, concluyó Nuestra Señora.
Así, poco antes de morir, la Virgen le recordaba, con la pérdida de la memoria, que esta había sido un especial don dado por Ella.
Muere el 15 de noviembre de 1280 en el convento dominico de Colonia.
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