Era hijo de familia acaudalada. Pero un día escuchó en un templo “Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres…”
Redacción (17/01/2025, Gaudium Press) Hoy celebramos a uno de esos santos que marcaron la vida de la Iglesia para los siglos futuros, San Antonio Abad, cuya historia es conocida entre otras razones porque de ella escribió el gran San Atanasio de Alejandría —el campeón contra el arrianismo y en quien se puede decir que casi se refugió la Iglesia en tiempos difíciles— quien era discípulo y admirador suyo.
San Antonio era egipcio, de familia acaudalada.
Pero sus padres mueren cuando él tenía 18 o 20 años y poco después se conmovió especialmente con las palabras evangélicas: “Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres…”. A diferencia del joven rico del Evangelio, Antonio sí siguió el consejo evangélico, reservando solo un poco para una hermana, a la que parece entregó al cuidado de vírgenes consagradas.
Él estaba en un templo cuando se sintió tocado por esas palabras evangélicas que convocaban a la pobreza. Cuando entrega sus bienes, vuelve al templo y escucha unas palabras de Cristo: “No os agobiéis por el mañana”.
Va al desierto
Primero llevó una vida aislada en su aldea, pero pronto se marchó al desierto, donde vivió como eremita al lado de Pablo, anciano experto en la vida solitaria.
Tenía total seguridad en la asistencia de Cristo, por lo que no temió vivir entre antiguas tumbas de un cementerio, que los propios cristianos consideraban estaban plagadas de demonios. Pero Dios lo ha redimido todo, Él triunfó con su resurrección, todo es de Él, también los cementerios, y por eso el santo no temió.
Trabajaba con sus propias manos, oraba constantemente.
A pesar de buscar la soledad, su fama creció, y se le fueron uniendo otros que lo querían imitar. A estos organizó en comunidades de oración y trabajo. Pero organizados estos, buscó una soledad más estricta, y se internó más en el desierto.
Sin embargo, Dios quería que su obra tuviese repercusiones directas en los hombres, y por eso debió dirigir espiritualmente a un monasterio cercano, y tenía que viajar a Alejandría, donde se desarrollaban las trascendentales polémicas entre arrianos y católicos, en las que tomó parte.
La tradición ha conservado sus “apotegmas”, que son breves sentencias donde se revela su espiritualidad. También se conservan algunas de sus cartas.
Muere muy anciano, al parecer en el año 356 en las laderas del monte Colzim, cerca al mar rojo. Se convirtió en leyenda, en la encarnación del ideal monástico que los que quisieran esa vida debían seguir.
Con información de Aciprensa.
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