Es el primer santo brasileño, canonizado por Benedicto XVI en Brasil en el 2007.
Redacción (23/12/2020 07:17, Gaudium Press) San Antonio de Santa Ana Galvão de França, santo enteramente brasileño, es el primer santo brasileño, canonizado por Benedicto XVI en Brasil en el 2007.
Nació en Guaratinguetá, estado de Sao Paulo, en 1739, en una familia de notables recursos económicos, y, más importante, firmes convicciones cristianas. Su padre era de la Tercera Orden Franciscana y del Carmen.
El papá quería que Antonio recibiera la mejor formación no solo cristiana sino también humana, y por eso lo mandó a estudiar en el seminario menor de los padres jesuitas, en Belém, a los 13 años, donde ya se encontraba José su hermano.
Con los jesuitas progresó bastante en los conocimientos, y también se le encendió la vocación religiosa.
El padre quiere que se haga franciscano
Antonio quería seguir su vida religiosa en la Compañía de San Ignacio, pero el padre logró disuadirlo, para que entrara en el convento de los franciscanos reformados de San Pedro de Alcántara, que quedaba cerca a su casa. Es un caso especial, en el que la voz de los padres es la voz de Dios, al momento de un hijo abrazar la vida religiosa. No siempre es así, porque con frecuencia los padres son obstáculo para que se realice la vocación religiosa de un hijo, pero ocurría que el papá de Antonio era un hombre verdaderamente cristiano.
Novicio – Portero
Entra al noviciado franciscano a los 21 años, y en 1761 hace la profesión de votos solemne. Es ordenado un año después.
En 1766 hace un sencillo acto que ciertamente define su vida: se consagra a la Virgen, como “hijo y esclavo perpetuo”, y firma esta consagración con su propia sangre.
Concluye sus estudios en 1768, y es nombrado predicador, confesor de seglares y portero del convento. Cuando se le pedía que confesara personas que vivían en lugares alejados, lo hacía con decisión y alegría.
En San Pablo, fundación del Monasterio de la Luz
En Brasil existía una institución peculiar, muy interesante, la de los “Recolhimentos” (Recogimientos), que eran casas de retiro donde se reunían mujeres piadosas que vivían como religiosas, pero sin emitir votos. Era esta también una forma de ‘hacerle el quite’ a la siniestra persecución contra las comunidades religiosas dirigida por el marqués de Pombal desde Portugal. Fray Antonio fue enviado a un Recolhimento en San Pablo, como confesor, y allí conoció a Sor Elena María del Espíritu Santo, quien tenía revelaciones, una de las cuales le indicaba que se debía fundar un nuevo convento.
Después de consultar con diversas personas, y tener la certeza que era el designio de Dios, Fray Galvao, que era confesor de Sor Elena María, funda el “Recolhimento da Luz”, que después fue incorporado a la Orden de clausura de la Inmaculada Concepción, las Concepcionistas. Este monasterio se convirtió en fuente de piedad para toda la sociedad paulistana.
En San Pablo también Fray Galvao fue maestro de novicios y guardián del convento de San Francisco.
Las píldoras de Fray Galvao
Una parturienta que se encontraba en peligro de vida, pidió a Fray Galvao su intercesión. Fray Galvao no podía acudir al lecho de enferma de esta mujer, y entonces, decidió escribir una jaculatoria en latín en un pequeño papel que dobló y recortó en forma de píldora. La parturienta y su hijo se salvaron.
Algo similar ocurrió con un joven afectado de dolorosos cálculos renales, quien inesperadamente quedó curado, después de expulsar los cálculos. Nació ahí la devoción a las píldoras de Fray Galvao.
El texto de la pastilla para la parturienta decía: Pos partum, Virgo, Inviolata permansisti! Dei Genitrix, intercede pro nobis! (¡Después del parto, oh Virgen, permaneciste intacta! Madre de Dios, intercede por nosotros). Fray Galvao enseñó a las religiosas a hacer las pastillas y estas se volvieron famosas finalmente en el mundo entero. La fama de santidad de Fray Galvao comenzó a correr en San Pablo.
Al Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, gran devoto de Fray Galvao, le encantaba la inscripción en su tumba, que definía al santo por entero: Animam suam in manibus suis semper tenens: Siempre tuvo su alma en sus manos, con el auxilio de la gracia que domó la naturaleza, una naturaleza que como toda naturaleza humana siempre está contaminada por el pecado original, pero que con el auxilio de la gracia, puede tonarse dócil al soplo de Dios.
Con información de El Testigo Fiel y Caballeros de la Virgen
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