El gran San Bernardo es el santo de hoy. Uno de los hombres con personalidad más brillante que ha existido en todos los tiempos. Co-fundador de los Templarios. Un coloso.
Redacción (20/08/2024, Gaudium Press) Hoy conmemoramos al gran San Bernardo de Claraval, el hombre que en sus oraciones, y en toda su vida, demostró una grandísima confianza en la Virgen.
Nace San Bernardo en la Borgoña francesa por vuelta del año 1090. Un dato importante, sobre la buena formación en casa: Sus padres se esmeraron en que los siete hijos aprendieran latín, buena literatura y sobre todo religión.
No fue San Bernardo desde el inicio santo, como ciertas biografías pintan a todos los que son elevados a la honra de los altares.
Su lozanía y vigor, su inteligencia brillante, llena de vida, su buen talante y alegría, entre otras causas, hacían que el mundo fuese atraído por él, y que él tuviese una cierta atracción por el mundo. Y por ello su piedad en un tiempo se enfrió, y estuvo inclinado hacia el placer del mundo, también hacia la sensualidad.
La visión que cambió su vida
Pero el mundo también lo hastiaba, no lo hacía pleno, sólo desilusionado.
Y en una Navidad tuvo una visión.
Estando en plenas ceremonias religiosas lo tomó el sueño y vio al Niño Jesús en Belén, en brazos de la Virgen bendita; entonces la Virgen se lo ofrecía a él, Bernardo, para que lo amara y lo hiciera amar de los demás. Desde entonces su deseo ‘obsesivo’ fue entregarse a la religión y apostolado.
Entra al Císter
Fue pues Bernardo al Císter, una de las ramas de los benedictinos, y pidió ser admitido. San Esteban, el superior, allí lo acogió. La alegría era mucha, porque en 15 años no había ingresado ningún nuevo religioso.
Cuando regresó a su casa a contar la noticia, todo fue oposición, tanto de su familia como de sus amigos, que decían que una gran luz sería sepultada en las paredes frías de un convento.
Pero la arrolladora fuerza de personalidad de San Bernardo ahí se mostró, y terminó llevándose a cuatro de sus hermanos mayores y también a su tío al Císter. Sólo quedó con su padre (su madre ya había muerto) una hermana que lo cuidaría, y el hermano menor, que velaría de las propiedades. Tiempo después, su hermano pequeño también se iría de religioso, igual que su padre y el esposo de su hermana.
Pero no solo fueron familiares, sino que en total llegaron 31 personas al convento, para ser religiosos con San Bernardo. Todo esto ocurrió en el año 1112, cuando Bernardo tenía 22 años. Era evidente ya el carisma del santo que animaría después a toda la cristiandad, cuando estuviese más regado de gracia, sacrificio y por tanto de virtud.
Se decía incluso que las doncellas tenían temor de que sus prometidos conversasen con Bernardo, pues terminarían de monjes…
Fundador prolífico
Se calcula que en total San Bernardo fundó alrededor de 300 conventos para hombres. Por su apostolado directo cerca de 900 caballeros hicieron profesión religiosa.
Cuando llevaba 3 años en el Císter, fue enviado por el superior a fundar otro monasterio. Tenía 25 años.
Escogió un lugar árido y rodeado de bosques. Allí sus monjes deberían emplear bastante esfuerzo para poder cosechar algo. Al sitio le puso por nombre Claraval, es decir Valle Claro, pues el sol refulgía en él con peculiar intensidad. Claraval también fue el nombre que quedó asociado perennemente a la figura del gran San Bernardo, el de Claraval.
Gigantesco predicador, era otro de sus dones, casi insuperable. Se le llamó después el ‘Doctor Melifluo’, es decir, aquel cuyas palabras salen de una boca de miel y son dulzura para los oídos. Sobran las explicaciones. Sin embargo sus discursos no sólo eran gracia, sino que la gracia cabalgaba sobre una fuerte preparación de estos sermones; pero consciente que es la gracia lo hace todo, antes de predicar hacía sacrificios, y mucha oración. Y esta fórmula producía efectos insignes en sus oyentes.
Gigantesco devoto de la Virgen
Para conocer la devoción a Nuestra Señora de San Bernardo, no es sino pensar que es el compositor de la parte final de la Salve Regina, o como en algunos sitios se la conoce, el ‘Dios te Salve Reina…’ Se podría decir que esta es la oración mariana perfecta, la del hijo que pone su esperanza y se entrega confiado en brazos de su misericordiosa Madre, la del hombre que se sabe pecador, en un valle de lágrimas, pero tiene la mejor abogada junto a Dios. También se le atribuye a San Bernardo el Acordaos, que es algo así como un reto piadoso a la Virgen de que si nunca ha desamparado a nadie, tampoco desampare a este hijo que ahora le pide.
Hay otra oración de San Bernardo, menos conocida, que no nos abstenemos de consignar íntegramente aquí, maravillosa. Se ha llamado, María la Estrella del Mar:
Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María. Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María. Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios. Siguiéndola, no te perderás en el camino. Invocándola no te desesperarás. Y guiado por Ella llegarás seguramente al Puerto Celestial.
Hombre en vida ya de fama cuasi universal
La luz de San Bernardo fue haciéndose conocida por doquier.
Aunque quería la vida contemplativa, tuvo que atender pedidos de Papa, obispos y fieles para que realizara sus misiones apostólicas.
Combatió la herejía, favoreció la paz, era un árbitro respetado por todos.
Fue en su monasterio formador de un Papa, Eugenio III, que siempre lo amó. Para él escribió un libro con el objeto de que los que ocupen un alto cargo no abandonen nunca la vida de piedad, que siempre es lo más importante… eso de la primacía de la gracia.
Era taumaturgo. Los milagros que hacían eran tan rimbombantes como el de la curación de un mudo, que apenas pudo confesó sus pecados (estamos hablando de una época en que no muchos sabían escribir).
En el Concilio de Troyes (1129), convocado para el reconocimiento de los Templarios, San Bernardo jugó papel principal. Fue San Bernardo, junto a un religioso llamado Jean Michel, quienes redactaron la regla del Temple, obra maestra para la regulación de las órdenes de caballería, que tiene muchos trazos de la regla del Císter.
Después de mucho trabajar para Dios, aunque aún era relativamente joven (ciertas penitencias demasiado fuertes habían minado su salud cuando apenas entró al Císter), fallece el 20 de agosto de 1153.
Es canonizado por Alejandro III en 1174. Pío VIII lo hace Doctor de la Iglesia en 1830.
Con información de Centro de Espiritualidad Santa María.
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