San Blas, obispo de Sebaste, fue martirizado un 3 de febrero.
Redacción (03/02/2021 07:17, Gaudium Press) San Blas no es sólo el santo que me ayuda a curar de los dolores de garganta; él, brasa, era puro fuego del amor de Dios.
Nace en Armenia en el siglo III, y fue médico de cuerpos y también de almas, pues fue obispo en Sebaste.
Cuando las persecuciones del emperador Diocleciano (284-305), San Blas huyó a una caverna. Allí, en los campos de Sebaste, en Armenia, vivía este hombre de Dios. Pero su fama de virtud era tal, que el pueblo, inspirado por el Espíritu Santo, lo escogió como obispo.
Un día unos cazadores, buscando fieras para martirizar a los cristianos, vieron a muchos animales feroces que convivían en la mayor armonía. Los cazadores estupefactos contemplaron entonces a un hombre que salía de una gruta, que caminaba tranquilo entre esas fieras y levantaba la mano como bendiciéndolas. Era San Blas. Éstas tranquilas, volvieron a su lugar de origen.
Pero no fue todo. Los cazadores vieron a un león con melena gigante acercarse al santo varón y levantar la pata: se había clavado una gruesa espina, y sufría. San Blas se la quitó y el león se fue en paz.
Los cazadores contaron el hecho, y enterado, el gobernador Agrícola mandó prenderlo. San Blas no opuso la menor resistencia a la captura. Pero cuando Agrícola le ordenó que quemara incienso a los dioses, San Blas rechazó en nombre del Dios verdadero. Mandó entonces el gobernador que lo azotasen y lo metiesen a una oscura mazmorra.
Pero la mazmorra se volvió lugar de peregrinación
Pero la mazmorra se volvió lugar de peregrinación, pues hasta allá iba la gente buscando ayuda, curaciones. Como la madre del niño que fue beneficiado con un milagro, por el cuál mayormente se conoce a San Blas.
Una mujer busca al santo afligida, pues su hijo se ahogaba por una espina que había tragado cuando comía un pez. San Blas, movido por la fe de esa madre, pasó la mano por la cabeza del niño, irguió los ojos al cielo y elevó al Creador una oración, haciendo la señal de la cruz sobre el niño. Y ocurrió el milagro: el niño quedó libre de la espina que lo atormentaba.
Varias veces fue llevado San Blas a la presencia del idolátrico gobernador Agrícola, y este sólo recibía como respuesta la ratificación de la fe del Santo.
Ya desesperado viendo que no podría quebrar el gran roble, mandó que lo lanzasen a un lago para que se ahogara. Pero ahí ocurrió otro milagro: San Blas hizo una señal de la cruz sobre las aguas, y avanzó sin hundirse, como Cristo en el mar de Galilea, y Pedro al principio, mientras tuvo fe.
Y altivo viendo el auxilio del Señor, San Blas les espetó a sus verdugos: – ¡Vengan, vengan y pongan a prueba el poder de sus dioses! No faltó el iluso que así lo hizo, que entró al lago y en seguida se hundió.
Pero entonces un ángel de Dios le dijo al buen obispo que debía regresar a tierra firme, pues glorificaría al Señor con su martirio. Así lo hizo.
El gobernador entonces lo condena a ser decapitado, pero antes de que se ejecutara la sentencia, pidió por todos aquellos que lo habían ayudado, y rogó a Dios – importante para nos – que socorriese a todos los que en los siglos futuros le pedirían socorro en su nombre, en el nombre de San Blás. En ese instante Jesús se le apareció, y prometió concederle lo que pedía.
Murió San Blas un 3 de febrero.
Con información de Arautos.org
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