El mártir de los leprosos de Hawai, no puede suscitar sino admiración. Fue canonizado por Benedicto XVI en presencia de los reyes de Bélgica.
Redacción (15/04/2023 09:59, Gaudium Press) San Damián de Molokai, santo muy conocido, es de esos muy visibles seres humano sin explicación si no se considera esa fuerza divina llamada gracia que hace que alguien entregue desinteresadamente su vida por los demás. Todo santo es así, pero San Damián es de esos particularmente visibles.
Belga, Damián de Veuster abrazó la vida religiosa y fue destinado por sus superiores al apostolado en Hawai. “Adiós, Madre, hasta el cielo”, le dijo a su progenitora cuando se despidió de ella en Europa.
Quien debería haber ido a las islas era su hermano Panfilio, que había ingresado primero a la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y de la Adoración del Santísimo Sacramento del Altar. Pero este enfermó y viajó el hermano, el santo, a pedido del mismo santo, que deseaba ser misionero.
El hogar donde nació San Damián era católico, profundamente. Pero cuando siendo adolescente San Damián quiso entrar a la vida religiosa, sus padres se opusieron y él les advirtió: “Déjenme entrar en el convento o Dios los castigará”, pues Dios castiga esas oposiciones. Al final sus padres cedieron, como ya habían cedido en el caso de otros hermanos que se hicieron religiosos. Se comprende el sentimiento paterno, pero el dueño de todo es Dios, no hay nada que hacer.
Un hecho pintoresco es que siendo aún niño salió con Paulina y Augusto, sus hermanos, a un bosque pues iban a llevar vida anacoreta. Ese día no comieron ni un mendrugo. Dios ya estaba anunciando su obra en esas almas.
Rezaba a San Francisco Javier
Siendo ya religioso, y viendo a un San Francisco Javier pintado en una ventana, empezó a rezarle todos los días para seguirle los pasos como misionero. San Francisco lo acogió como ahijado.
Aunque al principio sería solo hermano lego, pues no tenía una especial instrucción, los superiores discernieron sus dotes intelectuales, y lo mandaron a estudiar, en París, en Lovaina, siendo ordenado sacerdote ya en Hawai.
Llega el día en que debía partir a las islas, lo que consigue después de un viaje de cinco meses por barco. Allí, en Honolulú, fue recibido por el superior de la misión, el P. Modesto Favens.
Fue enviado a la Isla Grande del Archipiélago, donde construyó capillas, dispensaba sacramentos, enseñaba en escuelas, cuidaba de enfermos, predicaba.
Un día, el 4 de mayo de 1873, el obispo Mons. Maigret, pide voluntarios para asistir a los leprosos en la isla de Molokai. El P. Damián fue escogido; sería uno de vários que se irían rotando, aunque al final el encargo se tornó definitivo.
Los leprosos estaban ahí muy descuidados. Varias veces el P. Damián tuvo que retirarse de ellos pues si no trasbocaría por los malos olores de las heridas. Pasó a usar un tabaco para atenuar estos olores. A los enfermos, los llamaba “mis queridos leprosos”.
Construyó varias capillas, constituyó un coro y banda para que participaran en las misas, en las procesiones y los funerales. Participaba de las comidas con todos, compartía su tabaco con otros, jugaba con los niños. Todos eran bienvenidos en su casa. Cuando hablaba en las homilías, incluso antes de conocer que había contraído la enfermedad, decía “nosotros, los leprosos”.
Él encontró un sitio sin ley, o con la ley del “sálvese quien pueda”, y lo convirtió en una comunidad. La promiscuidad era brutal, los niños eran medio esclavizados. Su prédica y demás acción ministerial fue trasformando todo.
Al final la lepra lo alcanza. Quiso viajar a Honolulú, para entre otras cosas confesarse, pero los superiores en una actitud fría, se lo prohíben. Él acepta esa cruz con resignación, y al final puede hacer un viaje rápido.
Fue desgastándose, en su sublime ministerio, hasta que no pudo más.
Es canonizado por Benedicto XVI el 11 de octubre de 2009, en presencia de los reyes de Belgica.
Con información de Arautos.org
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