Es uno de los tres fundadores de la orden del Císter, la de San Bernardo de Claraval.
Redacción (28/03/2022 07:41, Gaudium Press) Hoy la Iglesia conmemora entre otros santos, a San Esteban Harding, uno de los tres fundadores de la Orden Cisterciense.
Nació San Esteban en Dorshetshire, Inglaterra, a mediados del S. XI. Era un hombre culto, hablaba varios idiomas.
Estuvo en varios monasterios, pero al final, como era normal en esos tiempos a quien tuviera vocación de monje, entró a un convento benedictino, en Molesmes, Francia. Sin embargo no se entendió bien allí, con algunos monjes, entre ellos un santo, y por eso viajó a Cîteaux, donde fundó la orden del Císter. Él ahí fue abad.
Pero la orden no progresaba, se había como que estancado, y el fundador podía llegar hasta a preguntarse si realmente Dios quería una nueva familia religiosa como la que él había fundado. Sin embargo, un día llegó alguien con mucho carisma, junto a sus hermanos: nada más ni nada menos que el gran San Bernardo de Claraval, ese que con su personalidad marcaría decididamente la Cristiandad medieval. Eso ocurría en 1112. San Bernardo se hace monje y comienza la gran expansión de la orden.
Canal de gracias para su Orden
En 1119 escribió Carta Caritatis, que serviría como reglamento y ‘regla de oro’ de la naciente orden. En ese momento ya había nueve comunidades del císter. Importante notar como, a pesar de que la gran figura del Císter fue San Bernardo, Dios enviaba el carisma y la definición del carisma para esa comunidad a través de su fundador. Una comunidad, la del Císter, caracterizada por la austeridad de vida y que serviría de sostén de la virtud de la templanza para una edad media que podía degenerar en el goce no sabio de la vida, lo que ocurrió luego en el Renacimiento.
En 1125 San Esteban funda el primer monasterio femenino, en Tart-l’Abbaye, Borgoña. Renuncia al cargo de superior en 1133, por causa de problemas de salud, y muere al año siguiente, un 28 de marzo de 1134.
En el momento en que estaba muriendo, se reunieron en torno a su lecho 20 abades y muchos monjes. Cuando estaba ya por pasar a la vida eterna, sus monjes elogiaban su virtud, pero él les respondió que iba con temor y temblor hacia el juicio de Dios, y que si había hecho algún bien, había sido por la gracia de Dios, y que aún le daba miedo haber recibido esa gracia indignamente.
Última lección esa de humildad para sus hijos, enseñanza que surcaría los siglos.
Con información de Aleteia
Deje su Comentario