La historia de San Focas no puede ser más simple y más encantadora.
Redacción (05/03/2021 07:30, Gaudium Press) La historia de San Focas no puede ser más simple y más encantadora.
Él era un hortelano, que vivía junto a la puerta de la muralla de Sinope, una ciudad sobre las costas del Mar Negro, por vuelta del S. IV. Era cristiano.
Su medio de vida era el cultivo de su pequeño huerto, donde empleaba su esfuerzo, y donde contemplaba a Dios en la maravilla de la Creación.
San Focas oraba, cultivaba, meditaba, contemplaba.
Pero estamos aún en las épocas de las persecuciones a los cristianos, y Focas fue señalado como tal, y destinado a morir. Ni siquiera se celebraría un remedo de juicio; simplemente se ordenó matarlo en el lugar en el que se le encontrase.
Cuando los soldados llegan a Sinope, no pueden entrar porque encuentran las puertas cerradas, y entonces piden alojamiento en el huerto de Focas, sin saber que era él a quien buscaban, y Focas sin conocer la misión de estos verdugos.
Pero cuando estaban sentados a la mesa, pues Focas los acogió con benevolencia, ellos revelan el encargo que tenían, y le preguntan al propio Focas si conocen de su paradero.
Él les responde que sí, y que al día siguiente se los diría.
En la noche, Focas va al jardín, cava su propia sepultura, y cuando termina la tarea ora para preparar su alma al encuentro con Dios.
Al día siguiente, amanece, y Focas va a decirle a los soldados: “Aquí lo tenéis – dice extendiendo sus brazos – yo soy ese hombre que buscáis”.
Los soldados quedan turbados en un primer momento, luego se mueven sin saber qué decir o hacer, impresionados con la generosidad y temple de ese hombre que tan bien los había acogido.
Focas los alienta a cumplir con su cometido, y les dijo que consideraba una gran alegría el morir por Cristo. Finalmente los soldados lo llevan a su jardín y le cortan la cabeza.
Con el tiempo, los cristianos de Sinope construyen una iglesia con su nombre, donde están una parte de sus reliquias.
Con información de El Testigo Fiel
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