jueves, 21 de noviembre de 2024
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San Francisco de Sales, noble, de perseguidor de gallinas a Obispo conversor de herejes

La vida de San Francisco de Sales es una maravilla: el día que casi se lo comen los lobos; su Tratado del Amor de Dios. Patrono de periodistas.

San Francisco de Sales

Redacción (24/01/202, Gaudium Press) San Francisco de Sales, como todos los santos, es una obra prima de la gracia divina. En él reluce especialmente el cincel de Dios moldeando un fuerte carácter tendiente a lo colérico, que luego transforma en el pastor que indica dulcemente al pecador el camino del cielo. Rechazó una ‘brillante’ carrera en el mundo; enfrentó la herejía calvinista; fundó comunidad religiosa…

Repasemos un poco esta maravillosa vida.

La infancia de un niño inocente, que es alimentado por el amor a Jesús y María

Primogénito del Barón de Boisy, nació Francisco en 1567 en el castillo de Sales, en Saboya, que era en aquel tiempo un país independiente que abarcaba territorios hoy pertenecientes a Francia, Italia y Suiza. Su madre, Doña Francisca de Boisy, señora de alta virtud, supo infundirle desde la más tierna infancia el amor a Jesús y a María. Quizás también haya recibido por influencia de ella una de las virtudes que más lo caracterizaron: nunca perder la calma, nunca inquietarse, tener siempre el alma en las manos.

Fue Doña Francisca quien le enseñó el catecismo y colmó su joven mente con los ejemplos de los santos.

Siempre fue muy activo y lleno de vitalidad. Un hecho pintoresco de su infancia denota su carácter a la vez combativo e irascible. Había él oído hablar de los calvinistas, quienes en su época dominaron Suiza y buena parte de Francia. Un día, supo que uno de esos herejes estaba de visita en el castillo de sus padres. Como no podía entrar en la sala para protestar, cogió un palo y, lleno de indignación, entró en el gallinero y lanzándose contra las gallinas a golpes gritaba: “¡Afuera los herejes, no queremos herejes!”. Las pobres gallinas huían cacareando ante su inesperado atacante. Solo pudieron salvarlas los criados, quienes consiguieron sacar al niño a tiempo.

Las batallas de la juventud

Siendo aún joven, nació en él un gran deseo de consagrarse enteramente a Dios. Entretanto, su padre tenía otros planes. Fue enviado a París a estudiar en el colegio de los jesuitas, donde conoció al buen Padre Déage, que fue su director espiritual. Más tarde se trasladó a Padua a fin de estudiar Derecho Civil, como quería su padre, y Derecho Canónico, como deseaba el ardor religioso de su corazón. También practicaba esgrima, equitación y frecuentaba bailes.

Vivir en gracia de Dios en aquellos ambientes no era nada fácil, pero Francisco supo huir de las ocasiones peligrosas y de toda amistad que pudiese ofender a Dios. En la Universidad, algunos estudiantes perversos, queriendo humillarlo por no soportar su piedad, lo atacaron. Francisco que ya era experto en el arte de la esgrima, sacó su espada y los derrotó a todos. Viéndolos desarmados e impotentes, se retiró diciéndoles: “Y agradezcan a Dios en quien creo, pues es por eso que no les hago mal”.

A veces la “sangre se le subía a la cabeza” ante humillaciones y burlas; sin embargo buscaba contenerse de tal manera que muchos pensaban que nunca se encolerizaba. El demonio, al ver que era imposible vencerlo con las tentaciones comunes, lo atacó violentamente en un punto muy sensible y difícil: la terrible tentación de la desesperación de salvación.

Tenía veinte años cuando eso ocurrió.

La terrible tentación sobre su condenación

Conociera la doctrina de Calvino sobre la predestinación, y no conseguía sacar de su cabeza la idea fija de que se iba a condenar. Perdió el apetito y el sueño. Decía siempre a Nuestro Señor que, si por su infinita justicia lo condenase al infierno, le concediese la gracia de continuar amándolo en ese lugar de tormento. Esa corta oración le devolvía por momentos la paz de alma, pero la tentación siempre volvía. El remedio definitivo vino cuando, entrando en una iglesia en París y arrodillándose delante de una imagen de la Santísima Virgen, rezó la conocidísima oración de San Bernardo: “Acordaos, o piadosísima Virgen María…” Al terminar, los pensamientos de tristeza y desesperación lo abandonaron para siempre y tuvo la seguridad de que “Dios no envió su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que por su medio se salve” (Jn 3, 17).

La vida religiosa y a la conquista de los calvinistas

De regreso a la casa paterna, a los 24 años, renunció a un matrimonio brillante y a un puesto en el Senado del Reino. En contra de la voluntad de su padre, asumió el cargo de Deán de la Catedral de Chambery – por influencia de su tío, Luis de Sales, canónigo de la Catedral de Ginebra, que obtuvo tal nombramiento del Papa – y poco tiempo después fue hecho sacerdote.

Predicó en Annecy y en otras ciudades. Aunque dotado de gran cultura, sus pláticas eran simples, atrayendo a todos los que le oían.

Pero su dura batalla comenzó cuando se ofreció para reconquistar Chablais, en la costa sur del lago de Ginebra. Esta región estaba totalmente dominada por los calvinistas, cuyo ejército no dejaba a los habitantes católicos vivir en paz . El 14 de septiembre de 1594, día de la exaltación de la Santa Cruz, con la autorización del obispo Claudio de Granier, partió Francisco de Sales a pie para la gran misión. Pruebas no le faltaron. Muchas veces tuvo que dormir a la intemperie. En una ocasión se refugió en lo alto de un árbol durante toda la noche para escapar al riesgo de ser devorado por lobos que lo atacaron. A la mañana siguiente, fue salvado por un matrimonio de campesinos calvinistas que adquirieron una gran simpatía por él.

Posteriormente esos campesinos se convirtieron, dando inicio a la gran transformación religiosa de la región. Cada noche, San Francisco y sus compañeros católicos pasaban de casa en casa, dejando bajo la puerta folletos escritos a mano, en los que eran refutados los falsos argumentos de la herejía calvinista. Ese hecho le valió el título de patrono de los escritores y periodistas católicos. Esos escritos fueron posteriormente reunidos y publicados bajo el nombre de Controversias.

Pocos años más tarde, después de duras luchas y persecuciones, Chablais se convirtió totalmente, y el Padre Francisco fue nombrado obispo coadjutor de Ginebra. Para recibir la consagración episcopal, se dirigió a Roma, donde el propio Papa Clemente VIII lo interrogó sobre 35 puntos difíciles de Teología, en presencia del Colegio Cardenalicio. “¡Ninguno de los que aprobamos mereció nuestra aprobación de una manera tan completa!” – exclamó el Papa al descender de su trono para abrazarlo.

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San Francisco de Sales predicando ante Enrique IV

Obispo-príncipe de Ginebra

Con la muerte de Mons. Garnier, San Francisco de Sales asumió el cargo vacante. En su trabajo con las almas fue siempre bondadoso, sin caer en la debilidad; sabía ser firme cuando era necesario.

Fundó la Orden de la Visitación con su dirigida espiritual, Santa Juana de Chantal, en 1604. Entre las obras escritas por él, se destacan el Tratado del Amor de Dios, que le valió el título de Doctor de la Iglesia, e Introducción a la vida devota – Filotea, nacida de las notas enviadas a su prima, Señora de Chamoisy.

La medida de amar a Dios

“La medida de amar a Dios consiste en amarlo sin medida.” Esta enseñanza de San Francisco de Sales tal vez pueda resumir toda su existencia, pues él no fue sino un ejemplo vivo de todo lo que enseñaba. Aún en vida, ya existían personas devotas que guardaban como reliquias objetos usados por él.

Víctima de una parálisis, perdió la palabra y algo de su lucidez, pero las recuperó en breve tiempo. Entretanto, los esfuerzos médicos hechos para salvarlo no tuvieron efecto. En su lecho repetía: “Puse toda mi esperanza en el Señor; Él escuchó mi súplica y me sacó del foso de la miseria y del pantano de la iniquidad”.

Falleció a los 56 años de edad, en la fiesta de los Santos Inocentes, el 28 de diciembre de 1622. Su hígado, debido al constante esfuerzo para controlar sus ímpetus de cólera, se había transformado en piedra. Su cuerpo fue encontrado incorrupto 10 años después de su fallecimiento.

San Juan Bosco de tal modo lo admiró que lo escogió como patrono de su congregación. Y Santa Juana de Chantal decía de él: “Era una imagen viva del Hijo de Dios, porque verdaderamente el orden y la economía de esa santa alma eran completamente sobrenaturales y divinas”.

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