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Tuvo una vida errante. Pero por donde pasaba, sembraba la fe.
Redacción (20/11/2024, Gaudium Press) San Gregorio el ‘Decapolita’, debe su mote a que nació alrededor del año 762 en Irenopoli, una de las ciudades de la Decápolis de Isaura, zona ubicada en el Asia Menor, hacia el sur, en la provincia de Anatolia, lo que hoy es Turquía.
Pronto, siendo muy joven, decidió que entregaría su vida a Dios, y se hace monje. Primero en un monasterio de su región natalicia, luego en una cueva, luego fue a un monasterio cerca de Éfeso, ya más al occidente, hacia el mar Egeo. Luego se dirigió a la capital del imperio de oriente, Constantinopla, para ir después a Tracia y Macedonia, Tesalónica, Corinto, Reggio Calabria, Roma, Siracura, Otranto, y otra vez a Tesalónica. Viajaba mucho el santo.
En su segunda estadía en Tesalónica conoció a San José el Himnógrafo (se le dice así porque componía himnos en la liturgia griega). Entabló gran amistad con él y se radicaron en Constantinopla, en la iglesia de San Antipas.
Su gran batalla, además de contra su pecado original, fue contra la herejía iconoclasta, es decir, esas erradas doctrinas que prescribían la destrucción de las imágenes, pues serían objeto de idolatría, cuando la doctrina católica enseña que la imagen es simplemente un espejo o telescopio que permite observar mejor la divinidad.
Estando en Roma instó al Papa León III a que tomara medidas contra León V rey de Armenia.
En el año 841 mandó a Roma a su discípulo San José el Himnógrafo, junto con otros, para recabar la ayuda del Papa contra los iconoclastas, pero el barco en el que iba la embajada fue tomado por piratas. Cuando San José regresa a Constantinopla, encuentra a su mentor, San Gregorio el Decapolita, muerto.
Las reliquias del santo fueron trasladadas a Rumania, donde se veneran.
Con información de El Testigo Fiel
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