La vida de este peregrino, ermitaño, abad y consejero es de un constante caminar siguiendo el designio divino.
Redacción (25/06/2024, Gaudium Press) Hoy la Iglesia conmemora, junto a otros santos, a San Guillermo de Vercelli, abad, y fundador de los ermitaños de Monte Vergine.
Nace San Guillermo en Vercelli, en 1085, de familia piamontesa.
Pierde sus padres aún siendo niño, y vive con familiares, hasta que cuando tenía 14 años, abandona la casa y parte de peregrino a Santiago de Compostela. En este momento la historia de su vida se pierde y sólo se retoma en Melfi, en la Basilicata italiana. De ahí pasa a Monte Solicoli, en cuyos alrededores pasó dos años entregado a una vida de penitencia y oración junto a otro ermitaño.
Pero ya en este tiempo hacía milagros, y fue entonces que devolvió la vista a un ciego. Sin embargo, este milagro le dio fama, la gente comenzó a buscarlo, y por esto huye a refugiarse junto a San Juan de Matera.
San Guillermo quería ir a Jerusalén en peregrinación, pero San Juan de Matera le decía que se quedara, que Dios lo había destinado a realizar una tarea en ese lugar. San Guillermo no se deja convencer, parte a Tierra Santa, pero poco después de partir fue asaltado, lo que tomó como un signo de que Dios quería que se quedase junto a San Juan.
Llegan los discípulos
Se retiró a una alta colina ubicada entre Nola y Benevento, que se conocía entonces como Monte Virgiliano, pues Virgilio, el poeta romano, se había detenido en ese sitio. Su intención era continuar su vida de ermitaño.
Pero poco a poco fueron llegando sacerdotes y laicos, que le imploraban que los tomase como discípulos. Así, Guillermo formó una comunidad, y erigieron una iglesia que consagraron a la Virgen, en 1124. La montaña cambia entonces su nombre, y se llama Monte Vergine, Monte de la Virgen.
Las reglas de la comunidad establecida por San Guillermo eran severas, y por eso, después de que pasa el primer entusiasmo, comienzan las murmuraciones, y hubo una solicitud generalizada para que se cambiase la regla. San Guillermo elige a un prior para que gobierne esa comunidad y vuelve junto a su amigo San Juan de Matera, con quien funda otra comunidad, en Monte Laceno, Apulia. Pero las condiciones del terreno, aridez, altura de la montaña, hacían muy difícil resistir en ese lugar. Ocurrió que un incendio destruyó las chozas de madera y paja que habitaban, lo que hizo que todos debieran refugiarse en el valle.
Entonces los dos santos se separan: Guillermo parte hacia Monte Cognato, en la Basilicata, y allí funda otro monasterio, y Juan va al Monte Gargano, en Pulsano.
A la comunidad San Guillermo le impone la misma regla dura que había establecido para Monte Vergine, nombra a un prior y parte a Conza, donde funda un monasterio para hombres, y luego en Guglietto establece dos comunidades, una de de hombre y otra de mujeres.
Consejero del rey de Nápoles
Rogelio II, rey de Nápoles, lo llama a Salerno para que fuera su consejero. Pero la benéfica influencia del santo crea la animadversión de algunos cortesanos, que comienzan a desacreditarlo.
Un día los cortesanos le envían una mujer de mala vida, para que cayese en pecado. El santo la recibe en una habitación con amplia chimenea. Cuando San Guillermo percibe las intenciones de la mujer, va la chimenea, aparta brasas con sus manos formando una angosta brecha en la que se tiende, e invita a la mujer a echarse junto a él. La mujer ve que las llamas no le hacen nada al santo, queda muda de asombro, se convierte, y luego toma el velo en el convento de Venosa. Esto también sirvió para que el rey renovara su apoyo al santo y a toda su obra y fundaciones.
Muere San Guillermo en Guglietto, el 25 de junio de 1142. El único de los monasterios por él fundados que persiste es el de Monte Vergine, que hoy pertenece a la comunidad benedictina de Subiaco.
Con información de El Testigo Fiel
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