Dios le mostró las vanidades del mundo, mientras se recuperaba de las heridas de una bombarda, en la batalla de Pamplona.
Redacción (31/07/2021 11:02, Gaudium Press) San Ignacio, nuestro santo de hoy, nace en el castillo de Loyola, en el año de 1491. Era el más joven de los hijos de Bertrán de Loyola y de Marina Sáenz.
Ingresa a la vida militar: “Hasta los 26 años fue un hombre dado a las vanidades del mundo, y principalmente se deleitaba en el ejercicio de las armas y en el vano deseo de ganar honra” cuenta él al P. Gonçalves da Câmara; pero cuando tiene 30 años y ya era capitán, defendiendo el Castillo de Pamplona sufre una herida en una pierna y es devuelto a su castillo. Le hacen 3 operaciones en la pierna, que soportó con estoicismo, pero quedó cojo por el resto de su vida. Estuvo a punto de morir, pero en la fiesta de San Pedro, de la que era muy devoto, comenzó a mejorar.
Dios le mandó vidas de santos en lugar de libros de caballería
Mientras duraba la convalescencia quiso leer libros de caballería, pero las únicas lecturas que había en su castillo eran una vida de Cristo, y una vida de Santos que comenzó a leer. Comparó la sensación que le quedaba al leer sus libros de caballería y el libro de las vidas de los santos: ‘alegría’ inicial y luego mucha frustración con los libros de caballeros; una gran fuerza y consolación al contemplar la vida de los que la Iglesia había elevado a la honra de los altares.
Y mientras realizaba esas lecturas se preguntaba: “¿Por qué no tratar de imitarlos? ¿Si ellos estaban hechos del mismo barro que yo, y llegaron a esa cumbre de vida, por qué yo no puedo hacer lo mismo?”
Mientras decidía con seriedad el convertirse, una noche se le aparece la Virgen con su Niño, y desde entonces se propone trillar el camino de la santidad y solo servir al Rey del Cielo.
Recuperado de su pierna aunque ahora cojo por el resto de sus días, va al Santuario de la Virgen de Montserrat. Allí hace el propósito de hacer penitencia por sus pecados, cambia sus trajes por los de un mendigo, se consagra a la Virgen y realiza una confesión general de su vida.
Más aprendió en la cueva de Manresa que en las universidades
Cerca al Santuario de Montserrat hay un pueblecito llamado Manresa, y hasta allá va, a una cueva de las cercanías donde pasa cerca de un año, en oración y meditación. Ahí concibe sus famosos Ejercicios Espirituales, que algunos afirman le fueron entregados por la Virgen Santísima.
San Ignacio un día sintió desgano de las cosas espirituales. Era la noche oscura del alma, por la que pasan todos los grandes de la santidad. En esos momentos Dios purifica los espíritus y los hace pasar por grandes arideces, para que se entienda que todo es proveniente de Dios.
En Manresa también fue atacado de escrúpulos, que casi lo llevaban a la desesperación. Pero la gracia de Dios lo sostenía. Mucho aprendió en la cueva de Manresa, cosas que le sirvieron después para la dirección de almas. Él decía que “en una hora de oración en Manresa aprendí más a dirigir almas, que todo lo que hubiera podido aprender asistiendo a universidades”.
Decidió ir a peregrinar a Jerusalén en 1523 y hasta allá fue.
Comienza a estudiar a los 33 años en el colegio de Barcelona. Sus compañeros se burlaban de él por su edad, pero Íñigo, que ese era su nombre de pila, lo soportaba con paciencia. Luego fue a estudiar a la Universidad de Alcalá. Sus estudios los pagaba recogiendo limosna.
En la Sorbona, la semilla inicial de la Compañía de Jesús
Luego fue a estudiar a la Universidad de la Sorbona. Allí conocería a los 6 compañeros con los que fundaría la compañía de Jesús: Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salmerón, Simón Rodríguez y Nicolás Bobadilla. Todos recibieron el doctorado en esa universidad.
El 15 de agosto de 1534, en sencilla ceremonia, todos hicieron voto de pobreza, obediencia y castidad. Era el día de la Asunción de la Virgen. También hicieron el compromiso de la obediencia irrestricta al Papa.
Partieron luego ellos a Roma. Allí el Paulo III los autorizó a que fueran ordenados sacerdotes, y luego en 1540, este mismo Papa aprobó las constituciones de la nueva comunidad, la Compañía de Jesús, más conocida como los jesuitas.
La compañía de Jesús conoció una rápida expansión, en la que no estuvieron ausentes las pruebas, como con toda obra de Dios.
San Ignacio vivió hasta su muerte en Roma, gobernando la Compañía, y buscando la santificación de todos los que se acercaban a él. Pero el principal papel entonces de la compañía fue el combate al protestantismo, que amenazaba con conquistas las almas de buena parte de Europa. También los padres Laínez y Salmerón tuvieron un papel destacado en el Concilio de Trento, que fue el estopín de la verdadera reforma católica.
Escribió más de 6 mil cartas de dirección espiritual. Su lema “Todo para mayor gloria de Dios”, se convirtió en divisa no sólo de su obra sino de muchísimas almas a lo largo de la historia.
Muere el 31 de julio de 1556, cuando tenía 65 años. Fue canonizado en 1622.
Con información de EWTN
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