Estando en el templo, tuvo una visión magnífica: Veía el trono de Dios, del cual partía un ángel que tocaba con una brasa sus labios.
Redacción (09/05/2023 07:47, Gaudium Press) Isaías, que significa “Dios salva”, el mayor de los profetas después de Moisés, es nuestro santo de hoy.
Nace como hijo de Amoz en Jerusalén, por vuelta del año 765 a.C. Su origen era elevado, hay probabilidad de que estuviera emparentado con los reyes de Judá, y claramente era un hombre de gran cultura. Su ministerio profético de casi medio siglo cubre los gobiernos de cuatro reyes de Judá, que son Uzías, Jotán, Acaz, Ezequías y Manasés.
También es importante señalar que después de la muerte de Jeroboam II, el décimo tercer rey de Israel – el reino del norte de Palestina – este reino quedó subyugado del imperio asirio. Isaías siempre se opuso a la influencia Asiria, ciertamente por los peligros que esto comportaba a la fe.
Cómo fue que Dios lo llamó
Cuenta él mismo como fue el llamado que le hizo Dios, realizado de manera sublime, probablemente en el templo: “Vi al Señor Dios, sentado en un trono excelso y elevado y miles de serafines lo alababan cantando : ‘Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos, llenos están el cielo y la tierra de tu Gloria’. Yo me llene de espanto y exclame : ‘Ay de mí que soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo pecador y mis ojos ven al Dios Todopoderoso’. Entonces voló hacía mí uno de los serafines, y tomando una brasa encendida del altar la colocó sobre mis labios y dijo: ‘Ahora has quedado purificado de tus pecados.’ Y oí la voz del Señor que me decía: ‘¿A quién enviaré? ¿Quién irá de mi parte a llevarles mis mensajes?’ Yo le dije: ‘Aquí estoy Señor, envíame a mí’ ”.
Vemos pues que Dios purificó sus labios, que es símbolo de su palabra. Y en la purificación de sus labios por medio del fuego, también purificó su persona. Todo esto es símbolo del camino hacia la santidad, que es más una obra de Dios que del hombre.
El gran legado de este santo es el libro de Isaías, el más extenso de la Biblia, con cerca de 70 páginas, que es llamado de proto-evangelio, el primer evangelio, por la forma como con 7 siglos de antelación relata vivamente escenas de la vida del Mesías venidero.
Por ejemplo, es Isaías quien anuncia la Maternidad divina en una Virgen que seguirá siendo Virgen: “Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Enmanuel”. (Is, 7, 14).
Es de destacar también el capítulo 53 del libro de este profeta, que parece un relato de la pasión y muerte de Jesús hecho por alguien que lo estuviera presenciando y trascribiendo, además de mostrar que todo ese sufrimiento del Mesías era para pagar por nuestros pecados.
Hay parábolas en el libro de Isaías que se asemejan mucho a las de Jesús. Se dice de él que es también el profeta de la confianza en Dios, que aún en las situaciones más difíciles debemos entregarnos de corazón y con fe la voluntad del Señor.
Un profeta desatendido
Predica San Isaías al pueblo los mensajes de Dios. Profeta es aquel que trasmite al pueblo lo que Dios quiere de él para ese momento, principalmente la conversión en momentos en que el pueblo está corrompido. Y claro, muchos profetas, por no decir todos, advierten al pueblo lo que le va a ocurrir si no se convierte. Esto exactamente ocurrió con Isaías, a quien el Señor ya había señalado: “Teniendo oídos, no querrán escuchar”. Israel fue llevado al destierro como consecuencia de sus pecados y del poco caso que hicieron al profeta.
Sin embargo cuando el pueblo y las autoridades escuchan al profeta, Dios opera con su fuerza infinita sus obras en los hombres. Senaquerib se aprestaba a atacar Jerusalén. Pero el profeta Isaías dijo al piadoso rey Ezequías: “Prudencia y calma. Confíen en Dios, que la ciudad no caerá en manos de los enemigos”. A los ninivitas de Senaquerib los atacó grave epidemia de disentería que casi los destruye por completo, y hasta ahí llegaron sus planes de conquista.
Hay una antigua tradición judía que afirma que el profeta Isaías fue martirizado por el rey Manasés, hijo impío del gran rey Ezequías. Probablemente fue aserrado. Se cumpliría así lo dicho por el Señor: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste!” (Mt 26, 37)
Sin embargo, la memoria de Isaías y sus enseñanzas serán celebradas hasta el fin de los tiempos, por la Iglesia fundada por la sangre de Cristo, el Cristo que él dibujó con tan finos trazos con 7 siglos de antelación.
Con información de Aciprensa y EWTN
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