Doctor de la Iglesia. Tal vez el obispo más ilustrado de su tiempo. Hermano de santos.
Redacción (04/04/2024, Gaudium Press) San Isidoro de Sevilla, que nació en esa ciudad en el año 556, era el menor de cuatro hermanos, todos elevados a la honra de los altares: San Leandro, San Fulgencio y Santa Florentina. Su familia era de alcurnia, emparentada con los reyes visigodos.
Su hermano mayor, San Leandro, fue obispo de Sevilla, y fue quien veló por la educación de su hermano.
Ocurría que San Leandro era una de esas cajas fuertes donde se refugió la herencia cultural greco-romana y lo que ya producía el cristianismo. Los bárbaros invadían y extinguían lo que iban encontrando de esta cultura, que iba refugiándose en los monasterios. San Leandro había fundado uno de ellos, donde se abrió una escuela para enseñar a los jóvenes aritmética, gramática, geometría, múscia, retórica, dialéctica e incluso astronomía. En esa escuela se formó el joven Isidoro, recibiendo así en su espíritu las semillas que luego germinarían en su gran erudición y sabiduría.
Muerto Leandro, fue elegido obispo San Isidoro, gobernando esa sede por largos 38 años. Entre sus muchos logros al frente de esa diócesis, está el haber completado la obra de convertir a los visigodos, del arrianismo a la verdadera fe católica.
Autor ya famoso en su época
Se alababa su sabiduría; poseía la biblioteca más completa de España.
Escribió diversas obras, famosas hoy, como “Las Etimologías”, que era un compendio de todos los ramos de la ciencia de la época, y el primer diccionario que se hizo en Europa. Redactó igualmente “La Historia de los Visigodos”, y varias biografías de hombres ilustres. España se fue convirtiendo, bajo su tutela, en un centro de cultura.
Sin haber sido monje compuso la Regula Monachorum, regla de los monjes de Isidoro, que sirvió como constitución de muchos monasterios en España y que fue instrumento para el reenfervoramiento de la vida monacal. Convocó diversos concilios, donde siempre brilló su saber. Muchos de los decretos de estos concilios eran redactados directamente por San Isidoro.
Era él un puente entre la gloriosa y vieja Edad Antigua y la Edad Media que estaba iniciando. Hizo que numerosos monjes copiaran las obras clásicas para que fueran difundidas en los demás monasterios. Así, hora tras hora, unos dictaban y otros escribían.
Dominaba el latín, el griego y el hebreo. Sin descuidar sus labores de gobierno, se destacó como escritor y profesor. En la Escuela de Sevilla que él dirigió, se formaron eclesiásticos ilustres como San Braulio, Obispo de Zaragoza, o San Ildefonso, Obispo de Toledo. También jóvenes de la más alta nobleza como los reyes Sisenando y Sisebuto, quien ayudará a consolidar el cristianismo en la España naciente. Con muchos de sus exalumnos San Isidoro mantuvo una fructífera relación.
Su fama e influencia se regó por toda Europa, haciendo que muchos vieran la importancia del estudio, y que en lugar de perder el tiempo libre en ocios improductivos o peligrosos, lo dedicaran a formarse.
Le preocupó particularmente la instrucción del clero, y propugnó porque en cada diócesis hubiera un colegio donde se instruyesen los futuros sacerdotes, algo como la semilla de lo que serían después los seminarios.
En su humildad, sintiendo que iba a morir, pidió perdón de forma pública por sus faltas.
Cerró los ojos para esta tierra y los abrió para la eternidad a los 80 años, el 4 de abril del 636. Siempre fue muy austero, caritativo. Fue declarado como Doctor de la Iglesia en 1772.
Con información de Heraldos.sv y de artículo de la Hna. María Beatriz Ribeiro Matos, EP
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