“¡Pareja feliz, Joaquín y Ana! Con vosotros toda la creación se siente endeudada”, decía San Juan Damasceno.
Redacción (26/07/2022 07:55, Gaudium Press) Si la Virgen es Madre de Dios, Santa Ana y San Joaquín, cuya fiesta conmemoramos hoy, son los abuelos de Dios.
Recordemos el elogio de que hace de ellos San Juan Damasceno:
“¡Pareja feliz, Joaquín y Ana! Con vosotros toda la creación se siente endeudada. Pues fue por vuestro intermedio que la criatura ofreció al Creador el más valioso de todos los dones, esto es, la madre pura, la única que era digna del Creador. (…)
Alcanzaste de Dios aquello que supera la naturaleza: engendraste para el mundo la Madre de Dios, que fue madre sin la participación de hombre alguno.
Llevando, a lo largo de vuestra existencia, una vida santa y piadosa, engendraste una hija que es superior a los ángeles y ahora es Reina de los ángeles.
¡Oh buenísima y dulcísima joven! ¡Oh hija de Adán y Madre de Dios! ¡Felices el padre y la madre que te engendraron! Felices los brazos que te cargaron”. (1)
Quienes eran
Las fuentes históricas sobre la santa pareja fueron recogidas por los primeros Padres de la Iglesia, algunos de ellos contemporáneos a los Apóstoles. (2)
San Joaquín era descendiente de David, y Santa Ana (o Santana), cuyo nombre, en hebreo Hanna, significa “gracia” era descendente de Aarón.
Como la generalidad de las jóvenes en Israel, Ana se casó muy temprano y habiendo llegado casi a la vejez, no tenía hijos, hecho este considerado por los judíos como una especie de maldición.
Por esta razón, ella y su esposo eran despreciados y hasta humillados en público, inclusive por sacerdotes del Templo.
Ellos recibían todo eso con paz de alma y resignación, en muchos casos de modo heroico.
Estas adversidades constituían para la santa pareja un amargo sufrimiento hasta que, ya viejos, se les aparece un ángel, probablemente también el Arcángel San Gabriel, que les anuncia el nacimiento de un vástago, en lo que ya sería el inicio del ocaso de sus vidas.
La Perla
Santa Ana da pues a luz a una linda niña a la cual dieron el nombre de Miriam (en latín “María”) que en hebreo, significa “Señora soberana”.
Según algunos investigadores, este nombre proviene del sánscrito “Maryáh”, que quiere decir literalmente “la pureza, la virtud, la virginidad”.
Fue María escogida por Dios para ser la Madre de su Divino Hijo Jesús, siendo concebida sin pecado original, llena de gracia – conforme la salutación del ángel Gabriel – co-Redentora, mediadora universal de todas las gracias.
Fue a este puro retoño de Joaquín y Ana a quien recibimos por Madre, conforme las palabras de Jesús a San Juan Evangelista: “Hijo, ahí está tu Madre”. (Jn 19, 27)
En las palabras del gran doctor mariano, San Luis Grignion de Montfort, María Santísima “es la obra-prima por excelencia del Altísimo, cuyo conocimiento y dominio el reservó para sí. María es la Madre admirable del Hijo, (…) y la esposa fiel del Espíritu Santo, donde solo él puede penetrar. María es el santuario, el reposo de la Santísima Trinidad, en que Dios está más magnífica y divinamente que en cualquier otro lugar del universo, sin exceptuar su trono sobre los querubines y serafines”. (3)
Hoy pues, celebrando a los padres, también estamos celebrando a la Virgen; y celebrando a Nuestra Señora también celebramos al Hijo. Divina cadena esta, cuyo primer eslabón fueron dos casi ya ancianos, fieles, temerosos de Dios, amantes de Dios.
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(1) San Juan Damasceno, Nativitatem B. Mariae V, nºs. 2.4.5.6. apud Liturgia das Horas, traducción de la segunda edición típica vaticana, Ed. Paulus, São Paulo, 2000, vol. III, p. 1450
(2) Entre otros San Ignacio de Antioquía (que fue consagrado Obispo por San Pedro), San Gregorio de Nisa, San Clemente de Alejandria, San Justino, etc.
(3) San Luis María Grignion de Montfort, “Tratado da verdadeira Devoção à Santíssima Virgem”, Ed. Vozes, Petrópolis, 46ª edição, 2017, nº 5, p. 20-21.
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