jueves, 30 de octubre de 2025
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San José, ‘alma par’ de María, va siendo preparado para encontrarla: Mons. Juan Clá habla de la Virgen (VI)

Un día, por una moción del Espíritu Santo, José sintió su corazón atraído con fuerza arrebatadora hacia el Templo.

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Redacción (30/10/2025 16:24, Gaudium Press) Continuando con esta serie sobre el libro de la Virgen escrito (1) por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio, habíamos quedado en la admiración que suscitaba la Niña María en el Templo, pero también en el odio a muerte de los malos, que buscaban atraerla a su partido o perderla, y que sin embargo aún se intimidaban por el prestigio social que tenían los padres de la Virgen, los augusto San Joaquín y Santa Ana.

Pero llegara el día en que estos faltarían, y entonces el sacerdote profeta Simeón, ya bastante anciano, comprendió la necesidad de casarla. De hecho fue el propio “Dios [quien] le transmitió a Simeón, a través de una voz interior, las providencias que debería tomar, especialmente la de promover el casamiento de María con alguien a su altura”. (2)

También Santa Ana, antes de fallecer un día le manifestó que ya la había entregado “en las manos de este santo varón, cuyos pasos ya están dejando su huella en el mundo y de quien puedo vislumbrar la figura en este pasaje de los textos sagrados…” (3). Se refería Santa Ana a un texto de Malaquías que ella estaba considerando: “Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante Mí. De repente llegará a su santuario el Señor a quien vosotros andáis buscando; y el mensajero de la alianza en quien os regocijáis, mirad que está llegando, dice el Señor del universo” (3, 1).

Era este varón lo que Mons. Juan llamaba un “alma par” de la Virgen, cuyos corazones se sustentaban mutuamente aunque no se conocieran, corazones unidos “en la posesión de un mismo espíritu y de un único corazón, hasta tal punto que la intención, el avance y la acción de unos sustentan a los otros, dentro de una relación que refleja, en cierto sentido, la que hay entre las Tres Personas de la Santísima Trinidad, que es perfecta”. (4)

Cuando Santa Ana le anunció este varón, y que la Virgen sabría diferenciar “el justo y el injusto”, “Nuestra Señora se conmovió interiormente, pues le confirmaba un anhelo que nunca se había realizado durante el período de convivencia con las compañeras del Templo: encontrar un «alma par» con la cual poder compartir las mismas gracias y transmitir todo lo que veía de Dios y en Dios”. (5)

Sin embargo, la Virgen ya había consagrado su inmaculada pureza corporal a Dios, y los anuncios de casamiento, no dejaban de constituir una perplejidad para Ella, que “nada estimaba tanto, después de Dios, como su virginidad”. (6) Como siempre hizo en estas situaciones, Nuestra Señora “se abandonó en manos de la Providencia”. (7)

San José también estaba siendo preparado

6 11San José “también estaba siendo preparado por la Providencia para un nuevo estado de vida. En el mismo instante en que la Virgen agradecía a Dios la promesa que recibió por labios de su madre, de un varón que la custodiaría, el Glorioso Patriarca se encontraba rezando en su casa en la ciudad de Nazaret. Por una moción del Espíritu Santo, sintió su corazón atraído con fuerza arrebatadora hacia el Templo. El Altísimo ya los había unido en sus designios y, por eso, las gracias que uno recibía repercutían en el alma del otro, atrayéndose mutuamente en función de Él. Entonces, San José redobló sus acostumbradas peregrinaciones a Jerusalén”. (8)

Estaba pensando en que Dios no podía dejar abandonado el mundo en manos de los malvados, “cuando sus ojos y los de Simeón se cruzaron. Éste se sorprendió de verlo ahí, pues no era su horario de costumbre, y tomó esa eventualidad como una nueva señal de la Providencia. Entablaron una fraternal conversación, discurriendo sobre los pensamientos que afligían al Santo Patriarca, de manera que el sacerdote se sintió con libertad para indagar su opinión sobre el Sanedrín”. (9) Simeón pudo comprobar en su respuesta, que San José estaba iluminado por Dios.

San José había tenido un sueño días antes, que pasó a referirle al profeta:

“Tres sacerdotes tramaban la muerte del sumo pontífice en caso de que éste no estuviese de acuerdo en favorecerlos acerca de ciertos planes perversos, pues uno de ellos, que era el responsable de las ofertas del Templo, había desviado muchos bienes para fines reprobables y no quería perder tales ganancias irregulares. Discutían, además, con quién se quedaría una tortolita blanca que estaba en medio de los tres, dentro de una jaula. Cuando se disponían a echar suertes para dirimir la cuestión, un anciano se aproximó y les quitó la avecilla, la cual, una vez que se vio suelta fuera del Templo, voló hacia el Cielo. Sin dar ninguna interpretación al sueño, José juzgó que era un aviso de la Providencia, pero Simeón comprendió muy bien el significado”. (10).

José aún no lo sabía, pero el protector de la blanca tortolita sería Él, el glorioso Patriarca, padre putativo del Señor.

Por Saúl Castiblanco

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1 Mons. João Scognamiglio Clá Dias. ¡María Santísima! El Paraíso de Dios revelado a los hombres. Volumen II – Los Misterios de la Vida de María: una estela de luz, dolor y gloria. Caballeros de la Virgen. Bogotá. 2022.

2 Ibidem, p. 177.

3 Ibidem, p. 173.

4 Ibidem, p. 170.

5 Ibidem, p. 174.

6 Ibidem, p. 179.

7 Ibidem, p. 178.

8 Ibidem, p. 181.

9 Ibidem, p. 182.

10 Ibidem, p. 182-183.

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