Sus “cualidades quedaron, en cierto modo, recogidas durante su vida, porque si las hubiera utilizado al máximo, habría evitado la Pasión…”
Redacción (19/03/2024, Gaudium Press) A lo largo de los siglos, el Señor “ha desplegado el poder de su brazo” (Lc 1,51) contra sus enemigos, enviando hombres y mujeres providenciales que salvaron a su pueblo a través de hazañas admirables, en las que el factor sobrenatural fue siempre decisivo.
Sin embargo, en muchas circunstancias la omnipotencia divina estuvo precedida de una larga espera, al punto que el salmista exclamó: “¡Despierta, Señor! ¿Por qué estás durmiendo? ¡Despierta! ¡No nos rechaces continuamente!” (Sal 43, 24). Y, cuando todo parecía perdido, la intervención se produjo de forma sorprendente, superando todas las expectativas.
Un misterio similar ocurre con San José. Dotado de todas las formas de heroísmo y audacia para defender a Jesús, en pocas ocasiones supo expresar tales virtudes en sus múltiples desdoblamientos, ya que, ante el plan de la Redención, debía aceptar con obediencia y resignación el designio divino de la muerte del Salvador. Él, por así decirlo, inmoló espiritualmente a su Hijo, consintiendo en su holocausto para que se cumpliera la voluntad del Padre. Por eso esas cualidades quedaron, en cierto modo, recogidas durante su vida, porque si las hubiera utilizado al máximo, habría evitado la Pasión.
Estando él en el Cielo, sin embargo, los velos de penumbra que cubrían su fuerza a los ojos de los hombres fueron descorridos, revelando progresivamente, desde la eternidad, el vigor del brazo de Dios a través de la intervención cada vez más clara y decisiva del Santo Patriarca en los acontecimientos.
En efecto, por ser el más grande de los santos varones de la historia, San José goza, en la bienaventuranza, de una audiencia muy especial y de un gran poder de intercesión en favor de quienes acuden a él. A través de su estrecha vinculación con el Cuerpo Místico de Cristo, vela por todos sus miembros, protegiendo a los inocentes y obteniendo el arrepentimiento de los pecadores. Esta auténtica mediación en el orden de la gracia, la ejerce con generosidad, eficacia y dominio, mereciendo como nadie el título de Patriarca de la Iglesia Católica.
Patriarca y Padre
Cuando la Sagrada Escritura denomina a alguien patriarca, parece querer unir en una misma persona las prerrogativas del padre y la grandeza del monarca. Como Adán, Noé, Abraham, Isaac y Jacob, el patriarca es, ante todo, el primero de un linaje numeroso. Él representa a los suyos la paternidad divina, pudiendo dedicarse enteramente a sus hijos, para salvarlos, como Noé que empleó su existencia en la construcción del arca y conservó, en medio de las aguas purificadoras del diluvio, la vida de los elegidos de Dios.
Ahora, San José fue declarado oficialmente Patriarca y Patrono de la Santa Iglesia, título que encierra un profundo significado, aún no descubierto a los ojos de todos los hombres. En efecto, su paternidad comenzó cuando, al consentir en la concepción del Hijo de Dios en el seno de María, recibió a Jesús como a su propio Hijo, y fue sublimada aún más por el mandato divino de imponer su nombre al Niño. Esta conexión con el Verbo Encarnado lo pone en una relación muy estrecha con la Iglesia, ya que, por ser el padre de Cristo, San José es también padre de su Cuerpo Místico, ya que la Cabeza no puede separarse de los miembros.
Por eso tiene la más intensa dedicación y paternal solicitud por cada uno de los bautizados, intercediendo continuamente para que el soplo del Espíritu Santo los vivifique y los conduzca a la perfección. Además, se preocupa, como buen padre, de las necesidades de todos, corrige sus defectos y pecados, y los defiende de sus enemigos, sobre todo del demonio y sus asechanzas.
Todo el esplendor, toda la santidad, toda la belleza de la Iglesia; la maravilla de todos los Santos que hubo, hay y habrá están simbolizados en San José. De lo contrario, no tendría la altura para ser Patrono de la Iglesia Católica”.
En este sentido, se puede afirmar con certeza que cuando la Iglesia necesitó de un auxilio especial frente a las dificultades y persecuciones, su Santo Patriarca allí estuvo como poderoso intercesor y singularísimo protector, comunicando ánimo irresistible a los soldados de la Fe, a fin de vencerse a sí mismos y vencer a los adversarios de su Hijo Jesucristo.
Por Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP
(Texto extraído, con pequeñas adaptaciones, de: San José: ¿Quién lo conoce?…)
Deje su Comentario