En los dos milenios de Historia de la Iglesia poco o casi nada se ha dicho sobre la figura de San José. Como muchos de los misterios de Dios, este estaba reservado para las glorias futuras del Cuerpo Místico de Cristo.
Redacción (20/03/2023 13:34, Gaudium Press) Aunque envuelto en un profundo silencio, São José tiene una excelsa misión en el plano la Encarnación. En el pueblo hebreo, correspondía principalmente al padre instruir a sus hijos, especialmente a los varones, en lo concerniente a la Religión.
Por mucho que la piedad católica a menudo nos hace ver, con los ojos del alma, al Niño Jesús en los brazos de María siendo educado y formado en una sublime convivencia entre Madre e Hijo, encontramos en la Escritura la determinación divina, establecida por Moisés, que el padre enseñase a su hijo todo lo relativo a la Ley y al culto: “Cuando más tarde tu hijo te pregunte: ‘¿Qué son estos mandamientos, estas leyes y estas ordenanzas que el Señor nuestro Dios nos ha mandado?’…” (Dt. 6, 20).
José “era justo” (Mt 1, 19). Con ese adjetivo simple pero profundo, el evangelista define y presenta la figura del esposo de María. Ahora bien, siendo justo, José era responsable de una observancia intachable de la Ley y, por tanto, a él le correspondía instruir al Divino Infante.
Qué hermosa escena debió ser la primera Pascua en la que el Niño Jesús se levantó, como prescribía la Ley, y antes de comer el cordero, ¡prefigura de Él mismo! – le preguntó a su padre: “¿Qué significa esto?”
¡Con qué ternura y emoción le explicó San José todo el rito judío! ¡Con qué palabras mostraba en las prefiguras la imagen de aquellos días que ya comenzaban a vivirse en Nazaret!
Maestro y Consejero del Verbo Encarnado
Mucho tiempo antes el profeta había preguntado: “¿Quién instruirá al espíritu del Señor? ¿Qué consejero lo habría guiado? ¿De quién aprendió a juzgar bien, y a discernir los caminos de la justicia? ¿Quién le enseñó los caminos de la prudencia o le mostró los caminos de la ciencia? (Is 40, 13-14).
Y la respuesta se encontró en aquella humilde casa: ¡José! Sólo José fue hallado digno ante Dios para ser el Consejero de la Sabiduría Eterna.
¡El que entregó las tablas de la Ley a Moisés escuchó de José qué hacer para agradar a Dios en su humanidad! ¡El que iluminó a los profetas aprende de José a interpretar las palabras de las profecías! ¡A aquel que había impreso su imagen en todo el universo, José le enseña a admirar sus propios reflejos en la creación!
El Creador se abandona en los brazos de María; ¡La Sabiduría Eterna recibe instrucción de los labios de José!
Ejemplo de virtud, serenidad y confianza
“Cuando Jesús comenzó su ministerio, tenía unos treinta años y era conocido como hijo de José” (Lc 3, 23). ¿Qué hombre extraordinario era éste, de cuya personalidad el Verbo Encarnado quería inhalar algo para su humanidad? ¿Qué había de tan precioso en José que Dios Padre deseaba transmitir a Jesús? Al contemplar uno y otro, ¿sería posible no ver y sentir en ellos una relación profunda, absoluta, divina? ¿Qué de más augusto José comunicó a Jesús? ¿El oficio? ¿La Ley? ¿La instrucción? Ciertamente no.
En Nazaret, el Hombre-Dios recibió la mejor de las lecciones: el buen ejemplo. Ejemplo de virtud, ejemplo de serenidad, ejemplo de confianza. Él, que conocía a San José desde toda la eternidad, podía contemplar allí, desde su naturaleza humana, a ese varón “divino” cuyo abandono en las manos de la Providencia conmovía su Sagrado Corazón.
Jesús aprendió con él a contemplar a María
Sin embargo, de todos los dones y grandezas depositados por Dios en el alma de San José, uno fue sustancialmente inseparable de su misión. Y fue para transmitirlo plenamente a Jesús que José se aplicó durante toda su vida: ¡el amor y devoción a María Santísima!
Con José el Niño Jesús aprendió también a considerar las cualidades y perfecciones de su Madre. La Palabra omnisciente de Dios no necesitaba mediación para contemplar a Aquel que lo había engendrado. No tenía por qué hacerlo, pero quería hacerlo a través de los ojos de su padre virginal.
Y José, alter ego –otro yo– del Divino Paráclito, receptáculo vivo del amor del Padre Eterno por María, traicionaría su propia misión si no aplicara todos los medios para llevar a Ella las almas y hacerla más amada. La misión de San José comienza en la Sagrada Familia, ya que Jesús fue el primero en ser conducido por él a Nuestra Señora.
“El Santo Patriarca fue un auténtico esclavo del amor hacia su Esposa […]. Analizó meticulosamente los dones y virtudes de María; buscó fervientemente imitarla en su entrega a Jesucristo; no dejaba pasar un solo gesto o palabra sin dedicarle toda su admiración”.
A lo largo de los siglos, y por toda la eternidad, San José será siempre “el padre perfecto, el mediador más poderoso, el maestro más sabio, el defensor incansable, el modelo de la esclavitud de Jesús en las manos de María”, el que utiliza los ¡infinitos recursos depositados por Dios en sus manos para coronar a la Santísima Virgen en el interior de todos los corazones.
Por el P. Lucas García Pinto, EP
(Texto, extraído, con adaptaciones, de Revista Arautos do Evangelho n. 207, marzo de 2007).
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