El viento está en su contra y el mar embravecido favorece a sus enemigos. La Iglesia siempre tendrá días difíciles. ¿Cómo actuará en estas circunstancias?
Redacción (30/01/2024 13:59, Gaudium Press) Imaginen que están conmigo junto a la playa del mar, o mejor dicho, sobre una roca aislada, desde la que ya no se ve ni una franja de tierra.
Sobre esa inmensa superficie líquida se ve una innumerable multitud de buques de guerra dispuestos en orden de batalla, con las proas rematadas en una afilada espuela de hierro en forma de lanza, que hiere y perfora todo lo que ataca. Están armados con cañones, cargados con rifles y otras armas de todo tipo, con material incendiario y también con libros.
Todos avanzan contra un barco mucho más grande y alto [la Barca de Pedro], intentando hincar su espuela, prenderle fuego o al menos causarle el mayor daño posible.
Dos columnas robustas sobre las olas
Este majestuoso barco, totalmente equipado, está escoltado por numerosos barcos pequeños que, recibiendo señales de mando del mismo, maniobran para defenderse de la flota enemiga.
El viento sopla en contra y el mar embravecido favorece a sus enemigos. En la inmensa extensión del mar, dos robustas columnas se elevan sobre las olas, muy altas, no muy lejos una de la otra.
Sobre una de ellas se encuentra la imagen de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies cuelga un gran cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum (Auxilio de los cristianos).
En la otra columna, mucho más compacta y alta, hay una Hostia de tamaño proporcionado, y en su base otro cartel con estas palabras: Salus credentium (Salvación de los que creen).
El comandante supremo convoca a los pilotos de la flota
En la gran Nave, el comandante supremo, que es el Romano Pontífice, valorando la furia de los enemigos y la difícil situación en la que se encuentran sus fieles, decide convocar a los pilotos de las naves secundarias para deliberar y tomar una decisión.
Todos se reúnen alrededor del Papa, en la Nave Capitana. Se reúnen en consejo, pero, a medida que el viento y la tormenta arrecian cada vez más, son enviados de regreso para gobernar sus respectivos barcos.
Hay un poco de calma y el Papa reúne a los pilotos a su alrededor por segunda vez, mientras la Nave Capitana continúa su rumbo. Pero la borrasca vuelve a empezar de forma terrible.
El Papa sostiene el timón y todos sus esfuerzos apuntan a posicionar el Barco entre esas dos columnas, de cuya cima cuelgan numerosas anclas y gruesos ganchos sujetos a cadenas.
Un grito de victoria resuena entre los enemigos
Todos los barcos enemigos se mueven para asaltarlo y hacen todo lo posible para rodearlo y hundirlo. Unos con escritos, con libros, con materiales incendiarios, de los cuales están repletos y tratan de arrojarle a bordo; otros con cañones, fusiles, los espolones.
El combate se vuelve cada vez más encarnizado. Las proas enemigas chocan violentamente contra la Nave Capitana, pero sus esfuerzos y su ímpetu son inútiles.
En vano reanudaron el ataque y desperdiciaron energías y municiones: el gran barco continuó su ruta con seguridad y facilidad. A veces sucede que, alcanzado por golpes formidables, se abre a sus lados una fisura ancha y profunda, pero poco después sopla un suave viento desde las dos columnas, y las fisuras desaparecen y las entradas de agua se cierran.
Mientras tanto, los asaltantes disparan sus cañones, fusiles y otras armas, y atacan con los espolones. Muchos barcos naufragan y se hunden. Los furiosos enemigos comienzan entonces a luchar con armas cortas; y con manos, con puños, con blasfemias y maldiciones.
En un momento, el Papa, gravemente herido, cae. Pronto sus compañeros corren en su ayuda y lo levantan. Golpeado por segunda vez, vuelve a caer y muere.
Entre los enemigos resuena un grito de victoria y de alegría; En sus barcos se respira una alegría indescriptible. Pero he aquí, tan pronto como muere el Pontífice, otro toma su puesto. Los pilotos reunidos lo eligen tan rápidamente que la noticia de su muerte llegó junto con la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan a perder el coraje.
Hay gran calma en el mar
El nuevo Papa, superando y aniquilando todos los obstáculos, conduce la Nave hasta las dos columnas y, en medio de ellas, la sujeta con una corta cadena que colgaba de la proa a un ancla de la columna sobre la que se encuentra la Hostia; y con otra cadena corta que cuelga de la popa, sujeta, del lado opuesto, la otra ancla que cuelga de la columna sobre la que está la Virgen Inmaculada.
Entonces se produce un gran alboroto. Todos los barcos que hasta ese momento habían luchado contra el Barco del Papa huyen, se dispersan, chocan y se destruyen entre sí.
Unos se hunden y tratan de hundir a otros. Unos pequeños barcos que lucharon valientemente por el Papa son los primeros en atarse a esas columnas.
Muchos otros barcos, que se habían alejado por miedo al combate, se encuentran muy lejos y observan cautelosamente la situación hasta que, al ver desaparecer en el abismo del mar los restos de los barcos destruidos, reman vigorosamente hacia las dos columnas, donde atracan en los ganchos que cuelgan de ellas, y allí permanecen tranquilos y seguros, junto a la nave principal en la que se encuentra el Papa. Hay una gran calma en el mar.
Memorias biográficas de San Juan Bosco.
(Texto extraído de la Revista Heraldos del Evangelio n.121.)
Deje su Comentario