Después de la aparición de la Virgen de Guadalupe, San Juan Diego vivió al lado de su Señora como eremita.
Redacción (09/12/2021 07:18, Gaudium Press) Hoy, y acercándonos a la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe que es el próximo 12, celebramos a San Juan Diego Cuauhtlatoatzain, aquel al que se apareció la Virgen de Guadalupe en el Tepeyac.
Se le celebra hoy, porque fue en una fecha como esta que por vez primera se apareció Nuestra Señora a este piadoso indígena.
Nace en 1474 en Cuauhtitlán, que entonces era perteneciente al reino de Texcoco, de la etnia chichimeca. Su nombre originario era Cuauhtlatoatzin, que en su lengua significaba “Águila que habla”. Bautizado de adulto, fue buen catecúmeno de los franciscanos. Algunas tradiciones dicen que para entonces su esposa, María Luisa, había muerto 2 años antes, pero otras que recibió junto con él el bautismo.
Era pues el 9 de diciembre de 1531, cuando Juan Diego iba a pie a Tlatelolco. Y en un lugar que se denominaba Tepeyac, se le aparece por vez primera la Señora.
Ella le indica que le pida al Obispo, Juan de Zumárraga, que le construya una iglesia en ese cerro donde ella se había aparecido.
El indio va, pero el obispo no cree; la Virgen le insiste. Vuelve al día siguiente, el franciscano Zumárraga le hace examen de doctrina cristiana, y le pide pruebas de que su misión es real. Era un domingo
La flores de la Virgen
El indio había quedado desanimado. Pero el día 12 de diciembre, martes, la Virgen se le vuelve a aparecer, lo invita a subir a la cima del Tepeyac para que le recoja flores y se las traiga a Ella.
El sitio era árido, además estaban en invierno, pero San Juan Diego encuentra unas flores bellísimas que coloca en su ‘tilma’. La Virgen le ordena que se las presente al Obispo.
Una vez delante del prelado, San Juan Diego abre su tilma, deja caer las bellas flores y en ese tejido se imprime de forma inexplicable la imagen de la Virgen de Guadalupe, maravillosa, milagrosa, patrona de América.
El santo deja los suyos y su tierra, y pasa a vivir en una pobre casa junto al templo de la “Señora del Cielo”. Limpiaba la capilla, acogía a los peregrinos del oratorio. Allí se santificó, en espíritu de pobreza y humildad, como un laico que vivía para la Madre de Dios.
Cuando la beatificación, en 1990, decía de él San Juan Pablo II:
“Las noticias que de él nos han llegado elogian sus virtudes cristianas: su fe simple […], su confianza en Dios y en la Virgen; su caridad, su coherencia moral, su desprendimiento y su pobreza evangélica. Llevando una vida de eremita, aquí cerca de Tepeyac, fue ejemplo de humildad”.
Ya sus contemporáneos lo tenían por hombre virtuoso.
Las madres decían a sus hijos: “Que Dios os haga como Juan Diego”.
Muere en 1548. Fue canonizado por Juan Pablo II en la propia ciudad de México el 31 de julio de 2002.
Con información de El Testigo Fiel y EWTN
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