Su nombre significa “Dios es misericordioso”. La misericordia fue brillando en la vida del más joven de los apóstoles.
Redacción (27/12/2024, Gaudium Press) La Iglesia conmemora el día 27 de diciembre la fiesta litúrgica de San Juan Evangelista, el discípulo amado.
El nombre de este evangelista significa “Dios es misericordioso”. Nombre realmente que sirve para expresar bien lo que él representaba, ya que la misericordia fue como una “profecía” que iba siendo realizada a lo largo de la vida del más joven de los apóstoles.
San Juan era judío de Galilea; nació en Betsaida. Era hijo del Zebedeo y de Salomé, hermano de Santiago el Mayor; también era pescador, como Pedro y Andrés.
El discípulo que escuchó el palpitar del Corazón de Cristo ocupó un lugar de primer plano entre los apóstoles. Fue él quien en la Santa Cena estaba recostado en el hombro de Jesús y, fue también a Juan que Jesús dijo: “Hijo, he ahí a tu madre” y, mirando a María dijo: “Mujer, he ahí a tu hijo”. (Jn 19, 26s). San Juan acogió a la Virgen María en su casa.
En la transfiguración de Jesús en el Monte Tabor, fue Juan, juntamente con Pedro y Santiago, quien allá estaba.
Juan es siempre el hombre de la elevación espiritual, pero no imaginemos a alguien fantasioso y delicado en exceso, tanto que Jesús lo llamó a él y a su hermano Santiago de “hijos del trueno”.
Cuando llegó la noticia del sepulcro vacío, San Juan corrió junto a San Pedro para constatar el hecho. Fue cuando los dos “vieron y creyeron”.
Más tarde, cuando Jesús les apareció al costado del lago de Galilea, Pedro preguntó sobre el futuro de Juan y el Señor respondió: “Si quieres que se quede hasta que yo venga [ndr. el regreso de Jesucristo, al final de los tiempos], ¿qué te importa? Vos, seguidme”.
Autor del Apocalipsis – Rescata un miserable
Escribió el Apocalipsis, tres epístolas y el Evangelio de San Juan, en el cual se refiere a sí mismo como “el discípulo que Jesús amaba”. Juan exhortaba continuamente a los fieles al amor fraterno, como resulta de sus tres cartas, acogidas entre los textos sagrados: “Mis hijitos, amaos unos a otros”.
Diferentemente de todos los otros apóstoles que murieron martirizados, San Juan partió pacíficamente a la Casa del Padre, en Éfeso, Turquía, alrededor del año cien de la era cristiana. Según San Epifanio, San Juan habría muerto con 94 años. Su fiesta se celebra el día 27 de diciembre.
En un hecho de su vida según cuenta San Clemente de Alejandría, en una ciudad, San Juan vio un joven en la congregación y, con el sentimiento de que podría sacar de él muchas cosas buenas, lo llevó hasta el Obispo, el cual el propio Juan había consagrado, y le dijo: “En presencia de Cristo y ante esta congregación, recomiendo este joven a sus cuidados”.
Por la recomendación de San Juan, el joven se hospedó en la casa del Obispo, que lo instruyó en la fe, lo bautizó y confirmó.
Entretanto, los cuidados del Obispo se enfriaron, el joven anduvo con malas compañías y se tornó asaltante. Después de un tiempo, San Juan volvió y pidió al Obispo el encargo que Jesucristo y él habían encomendado a su cuidado delante de la Iglesia.
El Prelado se sorprendió pensando que se trataba de algún dinero, pero el apóstol le explicó que se refería al joven. El Obispo, entonces respondió: – “¡Pobre joven! Murió”. – “¿De qué murió?”, preguntó San Juan. – “Murió para Dios, puesto que es un ladrón”, le respondió el obispo.
Al oír esto, el anciano apóstol pidió un caballo y con la ayuda de un guía se dirigió a las montañas donde los asaltantes tenían su escondite. Apenas entró, fue tomado prisionero. En el escondite de los malhechores, el joven reconoció al santo e intentó huir, pero el apóstol gritó: – “¡Joven! ¿Por qué huyes de mí, tu padre, un viejo y sin armas? Siempre hay tiempo para el arrepentimiento. Yo responderé por ti ante mi Señor Jesucristo y estoy dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quien me envía”.
El joven quedó inmóvil, bajó la cabeza, comenzó a llorar y se acercó al santo para implorarle una segunda oportunidad. San Juan, a su vez, no abandonó el escondite de los ladrones hasta que el pecador se reconcilió con Dios.
“Mis hijitos, amaos unos a otros”
Esta caridad, que buscaba inflamar en los otros, se reflejaba en su dicho: «Mis hijitos, amaos unos a otros». Una vez le preguntaron por qué repetía siempre esta frase y San Juan respondió: – “Porque ese es el mandamiento del Señor y si lo cumplen ya habrán hecho bastante”. (JSG)
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