San Juan Gabriel Perboyre y San Francisco Regis Clet son sacerdotes franceses. Su celo los llevó hasta el otro lado del mundo a difundir la fe en Cristo.
Redacción (11/09/2023 07:39, Gaudium Press) San Juan Gabriel Perboyre (1802-1840) – cuya fiesta celebramos hoy – y San Francisco Regis Clet (1748-1820), sacerdotes misioneros franceses, dieron su vida en la persecución de la Dinastía Qing en la China. Fueron canonizados en el año 200o junto a 33 misioneros y 87 seglares por San Juan Pablo II.
Misioneros y Mártires
El P. Clet fue destinado a China en medio de la agitación de la revolución en Francia y pudo servir en ese país treinta años hasta su martirio. El P. Perboyre siguió los pasos de un hermano de sangre suyo que, siendo sacerdote, falleció en su camino a China y llegó al país en 1835, donde pudo servir sólo cinco años. La insurrección de una secta motivó una fuerte reacción de las autoridades que acusaron de igual modo a los creyentes cristianos, quienes resultaron víctimas de ambos bandos.
“Destruyen todo a su paso, queman casas y toman todo lo que pueden transportar, y luego matan a todos los que no pueden escapar a tiempo”, describió en una carta San Francisco Regis Clet.
La persecución anticristiana recrudeció tras la acusación de que la presencia de cristianos había causado una violenta tormenta en Pekín. El P. Clet tuvo que ocultarse en cuevas y lugares remotos, hasta hallar refugio en una familia católica. Finalmente, la ubicación del sacerdote fue delatada por un apóstata y el Santo fue condenado a muerte por asfixia lenta. Su sentencia fue llevada a cabo el 17 de febrero de 1820 y el Mártir soportó de manera tranquila su ejecución.
Morir por Cristo, morir como Cristo
San Juan Gabriel Perboyre, por su parte, padeció “una intensa angustia del alma” durante la persecución, según afirma el estudioso Dr. Clark; él encuentra consuelo en el perdón ofrecido por Cristo al Apóstol Santo Tomás.
San Juan Gabriel Perboyre padeció otra oleada de odio anticristiano en 1839 que lo obligó a ejercer su ministerio de manera clandestina con la ayuda de los creyentes. Tras celebrar una Eucaristía en septiembre de 1839, fue alertado de la proximidad de las autoridades, pero no huyó para poder consumir la Sagrada Eucaristía y resguardar los vasos sagrados y así evitar profanaciones. Pudo salir en el último momento, pero fue hallado más tarde y sometido a crueles torturas.
Entre las penalidades impuestas se registra el tener que arrodillarse sobre cadenas y ser colgado de los pulgares. Durante su cautiverio perdió parte de un pie y una mano porque sus cadenas eran apretadas hasta el extremo. Su martirio se consumó un día viernes a las tres de la tarde, cuando el sacerdote fue atado a una cruz y estrangulado. El Santo había expresado su voluntad de aceptar el martirio y el sufrimiento: “Así como Dios quería morir por nosotros, nunca debemos temer morir por Él”.
Los creyentes chinos aún conservan viva la memoria de estos primeros mártires y los seminaristas actuales de Huayuanshan están encargados de cuidar las lápidas que se encontraban sobre las tumbas de los Santos y que tuvieron que ser ocultadas durante la persecución de la llamada Revolución Cultural de las autoridades comunistas a mediados del siglo XX.
Con información de Catholic World Report.
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