San Francisco Javier sembró la semilla. La Iglesia creció rápidamente. Pero el demonio, como en Roma, quiso cortarla con el hacha.
Redacción (06/02/2025 08:52, Gaudium Press) El día 6 de febrero la Iglesia conmemora al mártir San Pablo Miki y sus compañeros, muertos en defensa de la Fe en el Japón.
Los perseguidores deseaban era la apostasía de los cristianos. Pero el cristianismo había echado raíces profundas. Todo había comenzado con San Francisco Javier, quien evangelizó al Japón entre 1549 y 1551.
La semilla fructificó y apenas algunas décadas después ya había por lo menos trecientos mil cristianos en el Imperio del sol naciente.
Pero si la catequesis obtuvo algo, fue también gracias al coraje de los catequistas locales, como Pablo Miki y sus jóvenes compañeros.
Hijo de padres ricos
Miki nació en 1564, hijo de padres ricos. Fue educado en el colegio jesuita en Anziquiama, Japón.
La convivencia en el colegio pronto despertó en Pablo el deseo de unirse a la Compañía de Jesús, tornándose un elocuente predicador. Él no pudo ser ordenado sacerdote en el tiempo correcto porque no había un obispo en la región de Fusai. Pero eso no impidió que Pablo Miki continuase su predicación.
Entretanto llegó el día, y Pablo se tornó el primer sacerdote jesuita en su patria, conquistando innúmeras conversiones, humildad y paciencia.
Paciencia, esa que no era virtud del emperador Toyotomi Hideyoshi. Hideyoshi primero fue simpatizante del catolicismo pero, de una hora para otra, se tornó su feroz opositor. Por causa de la conquista de Corea, Japón rompió con España y con el Occidente en general, motivando una persecución contra todos los cristianos, inclusive algunos misioneros franciscanos españoles que habían llegado a Japón a través de las Filipinas, y que había sido bien recibidos por el Emperador.
Los católicos fueron expulsados del país, pero muchos resistieron y se quedaron. Pero la represión no demoró. Primero fueron presos 6 franciscanos, luego Pablo Miki con otros 2 jesuitas y 17 laicos terciarios.
Estos 26 cristianos sufrieron terribles humillaciones y torturas públicas. Llevados en cortejo de Meaco a Nagasaki fueron blanco de violencia y burlas por las calles, mientras se dirigían al lugar donde sería ejecutada la pena de muerte por crucifixión.
Algunos de los compañeros de Pablo Miki eran muy jóvenes, adolescentes todavía, pero enfrentaron la pena de muerte con el mismo coraje del líder. Tomás Cozaki tenía 14 años; Antonio, 13 y Luis Ibaraki tenía solo 11 años de edad.
La colina sobre la cual los 26 héroes de Jesucristo recibieron el martirio por crucifixión en febrero de 1597, quedó conocida como Monte de los Mártires.
Cómo reconocer la Iglesia verdadera
Después de la muerte de estos mártires, los creyentes se dispersaron para escapar de las masacres y un buen número de ellos se estableció a lo largo del río Urakami, en las proximidades de Nagasaki. Allá ellos continuaron viviendo su fe, a pesar de la ausencia de sacerdotes.
A partir del momento en que Japón se abrió nuevamente a los europeos, los misioneros regresaron y las iglesias fueron construidas, inclusive en Nagasaki, a pocos kilómetros de la comunidad cristiana clandestina.
Estos hombres habían perdido todo contacto con la Iglesia Católica, pero guardaban preciosamente tres criterios de reconocimiento recibidos de sus ancestrales:
“Cuando la Iglesia vuelva al Japón, ustedes la reconocerán por tres señales: los padres no son casados, habrá una imagen de la Virgen María y esta Iglesia obedecerá al papa-sama, esto es, al Obispo de Roma”.
Así ocurrió dos siglos y medio después, cuando los cristianos del Imperio del sol naciente pudieron reencontrarse con su Santa Madre, la Iglesia.
Pablo Miki y sus compañeros fueron canonizados por el Papa Pío IX, en 1862. (JSG)
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