Su tío debía regresar con su rescate, lo que no ocurrió.
Redacción (26/06/2023 08:30, Gaudium Press) La historia de San Pelayo de Córdoba, al parecer gallego que vivía en Córdoba (912-925), es una demostración más de cómo la gracia de Dios puede vencer ante todas las adversidades.
Pelayo era solo un muchacho de diez años, cuando fue dejado como rehén por su tío ante califa de Córdoba, en España, Abderramán III. Según la tradición, el tío que lo entregó y no lo rescató, era Hermogio, obispo de Tui. Ellos habían sido secuestrados en el reino de León, llevados a Córdoba, y el Obispo había sido liberado para que reuniera el rescate de su sobrino.
Pelayo fue creciendo y se fue transformando en un joven robusto y visiblemente virtuoso. Se le quiso corromper en su castidad, algunas tradiciones dicen que fue incluso el propio depravado rey, pero la gracia de Dios lo protegió.
Al saber de la firmeza del joven, el rey le hizo varios ofrecimientos: obtendría su libertad, hermosos caballos para pasear por los campos, ropas, dineros, honores, si renunciaba a Cristo y abrazaba la fe de Mahoma.
Pero el niño tuvo una respuesta que inflamaría de entusiasmo a todos los que después lo tuvieron como faro de la Reconquista: “Todo lo que me ofreces no significa nada para mí. Nací cristiano, soy cristiano y seré siempre cristiano”.
Entonces Abderramán decretó la muerte del joven.
Varian los relatos de cómo fue martirizado: algunas fuentes afirman que sus miembros fueron primero descoyuntados, y que luego lo fueron sumergiendo e izando en el río hasta que murió. Otros dicen que fue descuartizado en vida, con tenazas de hierro, y que sus miembros fueron lanzados al río Guadalquivir.
Lo cierto es que sus restos fueron rescatados por los fieles, y custodiados en la propia ciudad de Córdoba, hasta que en el 967 fueron llevados a León, luego a Oviedo.
Con información de El Testigo Fiel y Catholic.net
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